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Gabriel Rolón: "Nos habitan multitudes"

El psicoanalista argentino Gabriel Rolón defiende la palabra plena, concepto que da nombre a su nueva obra y que encierra la acción de decir lo que somos, qué sentimos y qué deseamos
Editora Jefa de Galería

Ya todos lo conocen, y muchos opinan que es una de esas personas que uno podría quedarse escuchando por horas. ¿Qué tiene Gabriel Rolón que genera ese magnetismo? Pone en palabras lo que nos pasa, le da sentido a lo que creemos que no lo tiene, explica lo que no entendemos por más vueltas que le demos, presenta las situaciones desde una perspectiva que nunca pensamos. En suma, echa luz a nuestras zonas oscuras. Y lo hace con fluidez, sencillez y esa locuacidad que le dan los años de práctica clínica mezclados con su faceta de actor.

A fines de julio, el reconocido psicoanalista argentino estuvo en Montevideo para presentar Palabra Plena, el espectáculo con el que viene realizando una gira desde noviembre del año pasado. En la cafetería del hotel céntrico en el que se hospedó, conversó con Galería sobre el concepto que da nombre a la obra. “Todo ser humano tiene faltas pero cómo le influyen. Lo enojan, lo angustian, le causan dolor; tiene que hacer algo con eso y lo único que tiene es la palabra. Entonces empezamos a hablar de la importancia de la palabra pero no cualquier palabra, porque la palabra de la cotidianidad es la palabra vacía, es la palabra de ‘¿qué serie estás viendo?’, ‘¿te gustó el partido?’, ‘qué lindo ese pañuelo que tenés puesto’. Esas palabras no curan a nadie. La idea es apostar para que en algunos momentos de la vida, por supuesto no en todos, uno sea capaz de jugar su palabra plena. Es una palabra que hable de vos, que diga quién sos, qué deseás, qué sentís”.

¿En qué situación estamos con respecto a la comunicación con los demás después de lo que nos pasó con la pandemia?

Creo que la gente está desesperada por volver a ser lo que era y creo que no hay nada peor que intentar volver a un lugar que ya no existe y siendo lo que uno ya no es. Esta pandemia nos marcó de algún modo a todos, todos perdimos algo. Algunos perdieron la vida, otros perdieron a un ser querido, otros perdieron ahorros, planes, festejos, abrazos. Y uno no es el mismo después de un duelo. Creo que a veces nos desesperamos por decir: “bueno ya está, ya pasó, volvamos a ser los mismos y hagamos lo mismo”, y nosotros los de entonces ya no somos los mismos. Esto es como reencontrarte con una pareja con la que estuviste un año separado. Entonces decimos: vamos a intentarlo de nuevo, pero claro, no lo intenten creyendo que son los mismos, por favor, descúbranse, qué ha pasado en este tiempo de ausencia, quiénes son ahora. El problema es ese, la realidad nos empuja a que nos pongamos de pie rápido, que consumamos rápidamente, que volvamos a ser los mismos rápidamente porque el mundo necesita seguir como seguía, y creo que nosotros tenemos derecho a decir: ‘bueno, esperá, porque yo en el medio perdí cosas, porque tengo que pensar qué quiero ahora, porque a lo mejor esta pandemia me concientizó de que creer que uno tiene la vida bajo control es una tontería, es una utopía, a lo mejor me di cuenta de que no tengo todo el tiempo del mundo para decir te quiero, para pedir perdón, para jugarme por mis sueños. A lo mejor me preocupa más irme dos semanas a Cabo Polonio con una persona que amo que gastarme la plata en el último celular nuevo, dejame que elija, dejame que vea qué me pasa’. Yo creo que es como una lucha interna que tenemos entre capitalizar lo que nos pasó o entregarnos y volver rápidamente al mundo como lo quieren los demás.

¿Hoy la gente necesita hablar más pero dice menos?

La gente siempre dice poco y siempre dice más de lo que cree, esto es lo raro. Si algo demuestra el psicoanálisis es que una persona cuando habla dice más de lo que cree y dice menos de lo que cree. Una vez la señora Mirtha Legrand en un almuerzo me dijo: “Yo fui una sola vez al psicólogo y ¿sabe qué? Le mentí en todo y él nunca se dio cuenta”. Y yo le dije: “Y qué importa, señora, si cuando uno miente dice tanto de uno mismo, ¿o usted cree que uno miente sobre cualquier cosa?”. Ese creo que es el juego raro de la palabra, que por un lado queremos decir algo y no llegamos, por otro lado queremos ocultar cosas y las mostramos igual. El psicoanálisis es apasionante por eso, es entrar en un universo muy extraño donde las personas se delatan sin querer, donde esconden creyendo que son sinceros. Creo que el que no se ha analizado no conoce esa experiencia de saber básicamente que todos somos un poco desconocidos para nosotros mismos.

Eso asusta a veces también, saber que hay una parte de uno mismo que no conoce.

Y cómo no te va a asustar. Por eso yo digo que el que se analiza es muy valiente. Es muy difícil asumir que yo no sé quién soy. ¡Qué vamos a ser individuos! Un individuo es una persona imposible de ser dividida y nosotros estamos divididos por todos lados, quiero hacer dieta pero me como la torta, y no quiero ir allá pero lo hago, y no lo voy a llamar nunca más y a los dos días le estoy escribiendo. ¿Dónde está el individuo? Nosotros somos contradicción pura y en esa contradicción nos tenemos que pelear y asumirla y saber que hay algún aspecto en el que somos desconocidos. Uno dice: “no sé por qué dije eso”, “perdón, no me di cuenta”. ¿Y quién lo dijo entonces? Bueno, no sé, alguien lo dijo adentro de mí. Saber que somos ese laberinto de contradicciones es importante, porque si no, corremos el riesgo de decir: “yo creo”, “yo pienso”, “yo te dije”, “yo necesito”, como si yo fuera una sola cosa, y la verdad es que hoy te digo: “por favor, quedate a dormir”, y mañana pienso: “¿qué hice anoche al decirle que se quede?”. Y sí, porque nos habitan multitudes, y saber que somos desconocidos para nosotros es muy importante sobre todo para comunicarnos con los demás, para entender que no me entiendas, si yo mismo no me entiendo. Poder ser más comprensivo con la incomprensión ajena.

¿Cómo es eso de que el mundo nos incita a hablar?

El ser humano a diferencia de los animales tiene que pedir lo que quiere. Un perro no invita a una perra a comer huesos antes de hacerle el amor, ni la acompaña hasta la cucha para que no se sienta mal. Un perro hace lo que tiene que hacer y si la perra está alzada acepta, y si no, no hay caso, y al perro no le interesa si no está alzada. Ahí hay un saber instintivo, el ser humano es desconocimiento porque no tiene instinto. Vos mirás a alguien y decís: “¿le gustaré o no le gustaré?”, “¿qué hago?”, “¿me le acerco?”. Los animales no dudan, el instinto marca un camino. El ser humano vive en desconocimiento, entonces qué tiene que hacer, hablar. Está obligado a hablar. Entonces, se acerca y dice: “perdoname, ¿te puedo invitar a tomar un café?”. Listo, te tengo que hablar, tengo que ver qué te pasa. Hemos perdido el instinto, entonces no nos queda otra que pedir lo que queremos, porque lo que queremos viene del otro. Nos pasa en la vida que yo te dije una cosa y vos entendiste otra. Yo te regalo esto y vos me decís: “no, no era esto lo que yo quería”. El mundo de los seres humanos es el desafío de intentar hacernos entender sabiendo que la comunicación es imposible, y que yo voy a decir algo y vos vas a entender más o menos lo que yo digo y vas a descodificar algo y vamos a tener que ir acomodándonos todo el tiempo en esa incomprensión, pero no podemos dejar de hablar.

¿Qué tan dañino puede ser decir palabras vacías?

Todo depende. Si vos querés que tu vida tenga algún sentido, es muy dañino. Si vos querés pasar por esta vida y morirte un día, entonces no tiene ningún peligro. Yo creo que ese es el gran desafío, decidir qué querés para tu vida: si querés una vida con un sentido donde se juegue lo que vos deseás, o si sos de esas personas que nació acá, vivió acá, tuvo dos hijos y se le fue la vida hablando de la nada misma, pasó en la vereda saludando a los mismos vecinos todos los días, hablando de las mismas cosas. El tema es si a vos te inquieta saber quién sos y hacer lo que deseás; entonces ahí sí, la palabra vacía es una complicación.

¿Y qué tan dañino puede ser para el otro, para el que le decís esas palabras vacías?

A veces podés correr el riesgo de que el otro espere algo de vos. De que alguien te pregunte de verdad: “¿vos estás enamorada de mí?”, y vos respondas: “uy, qué pregunta me hacés, bobo, y si no, ¿por qué estaría acá?”. Y por ahí el otro esperaba una respuesta de verdad, esperaba que te frenaras, lo miraras y le dijeras:  “vení, mirame a los ojos, ¿sabés qué?, sí, estoy muy enamorada de vos”. O que le dijeras: “fah, me lo preguntás así y la verdad es que no lo sé. Hablemos, ¿qué nos pasa?”. Entonces vos lastimás o no al otro según lo que el otro esté esperando. Si el otro espera tu palabra plena, le vas a hacer daño o lo vas a angustiar. Si el otro también está en su palabra vacía, entonces no pasa nada.

La vida es tan breve. La humanidad tiene algo así como 200.000 años y el mundo bastante más. De esos 200.000 años hacia atrás y de los que vendrán, ¿sabés cuánto vas a estar en este mundo?: 70, 80, 90 años, sos una gota de agua. Pero si esa gota de agua tiene algún sentido o no en el universo, depende de vos. Entonces, si a vos te importa eso, tenés que jugar la palabra plena, si no, serás una gota más llovida.

Hay personas que están diciendo todo el tiempo ‘te quiero’, ‘te amo’, pero después las actitudes no reflejan lo que están diciendo, pero el otro cree en su palabra. O, por el contrario, hay personas que lo demuestran con hechos pero no les sale una palabra de cariño.

El amor está para ser dicho pero también para ser demostrado. Si lo que yo digo no se sostiene con mis actos es vacío, si lo que sostienen mis actos no lo puedo decir a veces, no le llega al otro. El humano es una conjunción extraña entre cuerpo y palabra, somos carne y palabra. La carne pura sin palabra es pura animalidad y eso tampoco sirve. Creo que lo difícil es que tenemos que armonizar nuestro costado más corpóreo con nuestro costado más espiritual, más abstracto. Entonces, es el cuerpo y la palabra. Las actitudes son fundamentales porque la palabra plena te compromete en actitud.

Pero también está en el otro creer en esa palabra vacía o darse cuenta de que efectivamente es vacía.

Lo que pasa es que muchas veces cuando te das cuenta ya pasó mucho tiempo, ya estás separada, decís: “¿cómo le creí a este tipo?”. También es cierto que a veces uno, en su necesidad, cree lo que necesita creer. Y después viene alguien y te dice: “perdoname, pero se notaba que esa persona no te quería, no te cuidaba”. A veces uno toma lo que desesperadamente necesita. El ser humano es peligroso consigo mismo porque escucha lo que quiere, no escucha lo que no quiere e interpreta como le parece.

Existe la frase “Uno es dueño de las palabras que calla y esclavo de las que pronuncia”. ¿Qué opina?

Yo cambiaría la palabra esclavo por responsable. Uno tiene que ser responsable de las palabras que dice. Porque si yo te digo: “venite a vivir a casa”, me tengo que hacer cargo de eso. Soy responsable, no esclavo. Porque puedo arrepentirme, el esclavo no se mueve, es esclavo y tiene un amo. Pero sí es cierto que te obliga a una cierta responsabilidad. De hecho, la diferencia entre la palabra plena y la palabra vacía es esa. En la palabra vacía uno no se hace cargo de lo que dice, esa es la gran diferencia. La palabra plena te genera un cambio en tu vida, te compromete. Por ejemplo: “andate de casa”, “renuncio a este trabajo”, “sí, acepto, señor juez”, son todas palabras plenas porque tu vida cambia después de eso, las otras no te cambian nada. A mí me gusta ese consejo de resguardar o callar aquellas cosas que no deben ser dichas.

¿Hasta dónde uno debe hablar y hasta dónde uno debe callar? ¿Cuál es el límite?

Yo creo que siendo la palabra tan importante, vos tenés que hablar cuando el tema es relevante para vos, más allá de lo cotidiano. Y también hay gente que disfraza su agresividad de sinceridad. Creo que hay cosas que hay que callar, cuando la palabra hiere ya no es palabra, es herida. Me ha pasado de trabajar con pacientes en casos de infidelidad. Cuando empiezan a preguntar: “¿y cuándo fue?”, “¿cómo la/lo conociste?”, “¿era mejor que yo?”, todo eso es morbo, es pura herida sin ningún sentido, no hace falta. Hay que tener cuidado porque muchas veces las palabras te invitan al territorio de la morbosidad.

Y a veces se habla del “sincericidio”, cuando uno tal vez por querer ser honesto se termina perjudicando.

Hay que tener cuidado. Yo creo que uno tiene derecho a cuidar su privacidad. Por ejemplo, si vos a los 20 años participaste en una orgía con tres brasileros y seis jamaiquinos, es tu problema, yo no tengo por qué saberlo. Fue algo que ocurrió en tu vida, que en nada me dañó a mí ni es algo que sí o sí pueda dañar nuestra relación. Otra cosa es algo que está ocurriendo en el aquí y en el ahora. Por eso, el principio de las parejas es muy peligroso, se toman un vino y empiezan: “bueno, contame, ¿y vos no hiciste aquello o lo otro?” o “¿con cuántas personas estuviste?”. Parece todo muy divertido, pero un año después todo eso se vuelve en contra y lastima.

¿Qué poder tienen el silencio y el grito como otras dos expresiones de la palabra?

Son las más fuertes. El grito es ese momento donde la carne se funde con la palabra. El grito es cuando no alcanza con la carne para manifestar un dolor y el dolor es tan grande que no alcanza con la palabra y necesita del cuerpo. Para mí es fundamental darle importancia a ese momento. A mí me ha tocado estar en terapia intensiva infantil, por mi hija que tuvo que estar allí un mes, y es brutal escuchar el grito de esos papás cuando le dan la noticia de que su hijo murió. No hay otra manera mejor de decirlo que con un grito. Valoro esa expresión última donde la carne y la palabra se funden. Porque el dolor es tan desgarrador, tan grande que lo tenés que gritar. Y en cuanto a los silencios hay varios tipos de silencio. Está esa mujer que le pegan y no puede decir nada, que no se anima; es un silencio que se padece, que se sufre, es patológico. Después está el silencio que se elige y está muy bien. El silencio es un marco muy interesante. Así como hay un color que implica todos los colores, el silencio es la unión de todas las palabras. Cuando yo hago silencio te estoy diciendo todo. Por eso los analistas hacemos tanto silencio, para que el paciente tome lo que él cree del universo de palabras que le estamos ofreciendo cuando nos callamos la boca.

¿Es su faceta de actor que lo lleva a hacer teatro o es el vehículo que encontró para difundir el conocimiento sobre el psicoanálisis?

Creo que es una combinación de los dos. Creo que con la excusa de difundir el psicoanálisis me doy el gusto de canalizar mi amor por la actuación.

¿Qué es lo que tanto le fascina de la práctica clínica, que es el gran contenido de sus libros y de sus espectáculos?

El enigma que es el ser humano. Cómo cada persona es un enigma único e irrepetible. Hace 30 años que trabajo y no me encontré con dos pacientes iguales. El ser humano es el thriller más maravilloso que la humanidad nos puede brindar. Cada caso que cuento es como un pequeño policial. Me apasiona. Después de tanto tiempo me di cuenta de que no conozco a nadie y me encanta. La persona que tengo adelante es alguien a descubrir, es un enigma a resolver. Esa persona sufre por algo, ese algo es el asesino, el sufrimiento es la prueba, entonces, ¿cómo llego al asesino para resolver el caso?.