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    Adolf Hitler

    Uno de los principales peligros en el uso (y abuso) de la historia, y en particular de sus grandes personajes, es la simplificación, comúnmente llevada a su máxima potencia. O sea: la costumbre de reducir a un estricto blanco y negro el variado arco iris de la realidad mediante la aplicación de un maniqueísmo que agrupa a algunos en el bando de los buenos y a otros en el de los malos.

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    Un caso paradigmático de este fenómeno es Adolf Hitler. Sobre él hay dos grandes mitos: uno bueno (“era un mesías”) y otro malo (“era un demonio”). Pero Hitler no fue una cosa ni la otra, sino que algo mucho más complejo: un ser humano.

    Luego están quienes consideran que ciertas cosas agrupadas “en el bando de los malos” deben ser ignoradas, como si al ser negadas dejasen de existir o resultasen erradicadas, no solo que del pasado sino que también del presente y del futuro. Esta actitud es una versión adaptada de la saga de las nuevas ropas del emperador: lo que no se quiere ver no existe.

    Hitler es, como consecuencia de la masacre humana que promovió, el caso más emblemático de los fenómenos a rechazar, condenar, negar y olvidar. En eso se diferencia de otros asesinos de masas (incluso mayores asesinos que él), como Stalin y Mao, quienes siguen siendo justificados y teniendo crédito en una opinión pública gravemente enferma de idiotismo útil.

    Y aquí tropezamos con algo paradójico. El Holocausto, es decir el asesinato en serie, cruel, sistemático, de millones de judíos y otras personas que no tenían cabida en el mundo nazi, es tema de constantes discusiones y tratamientos. Múltiples son las organizaciones que lo fomentan y luchan a diario para que nunca se olvide. Y está muy bien. Pero la causa fundamental del Holocausto —Hitler— es tema tabú.

    Actitud incomprensible: se considera importante estudiar las consecuencias del nazismo pero no sus causas.

    Lo mismo se puede decir de Mi lucha, el libro de Hitler en el cual el autor explica su visión del mundo y adelanta su programa de acción. Finalizada la guerra, en Alemania la obra no se volvió a editar. Se creía que prohibiéndola se “salvaría” a la población del virus del nazismo (sin embargo, el libro se podía conseguir sin mayores problemas pues solo en alemán se habían editado doce millones de copias).

    Ahora, un grupo de investigadores acaban de editar una versión comentada de Mi lucha, con más de 3.500 comentarios ad hoc en los cuales desmienten, aclaran o corroboran los datos aportados por Hitler. La ola de protestas contra la publicación del libro clásico del nazismo no ha cesado de crecer.

    Pero hay quienes consideran, con mucho sentido común, que el mejor antídoto contra el nacionalsocialismo es, justamente, la difusión de sus bases programáticas. Un grupo de docentes alemanes promueve, incluso, el uso de Mi lucha como libro de texto en los colegios.

    Estoy de acuerdo con esta iniciativa y creo que así como la lectura del libro de Hitler no convertirá a los lectores en nazis, el estudio de la vida de su autor no servirá para reducir o banalizar las consecuencias de su accionar. Por el contrario: más y mejor conoceremos a Hitler, más fácilmente comprenderemos los mecanismos que desataron la II Guerra Mundial y el Holocausto, y mejor preparados estaremos para impedir que se repita el fenómeno.

    “De acuerdo, pero con todos los temas que existen, ¿por qué escribir sobre Hitler?”, me pregunta un amigo. Mi respuesta es simple: ¿y por qué no escribir sobre Hitler?

    En mis trabajos académicos “me he encontrado” con el Führer durante más de treinta años, pues mi tesis doctoral se centró en la política exterior del fascismo italiano entre 1932 y 1936 (es decir, desde el momento previo de la toma del poder de Hitler hasta la formación del eje Roma-Berlín) y luego trabajé durante años con la historia de España, fundamentalmente durante los años 20, 30 y 40.

    Todo ello me dio un conjunto de ideas, de datos y de opiniones sobre Hitler que —lo pude comprobar en el último año de lecturas sistemáticas— estaban teñidos de prejuicios generalizados y groseras simplificaciones.

    Por último: un estudio sobre Hitler es mucho (muchísimo) más que “un estudio sobre el mal”, como se suele definir. Se trata, en realidad, de un análisis sobre el accionar de un hombre con nombre y apellido en un medio social, político y económico determinado por las condiciones históricas de la Europa de comienzos del siglo XX.

    El objetivo del historiador no debe ser encontrar un “héroe” o un “culpable”, como muchos parecen creer, sino intentar identificar las coordenadas y características de un cierto proceso a fin de contribuir a su comprensión.

    Dicho lo cual queda por ver quién era Adolf Hitler y cómo logró conquistar el poder en un país que no era el suyo, potenciarlo a un nivel jamás antes visto para luego destruirlo, arrastrando en la vorágine de sangre y fuego que desencadenó a millones de personas.

    Más vale abrocharse los cinturones de seguridad, pues se trata de un viaje con muchas, sorprendentes y pronunciadas curvas.