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    48º Premio Montevideo de Artes Visuales

    En el Salón de Exposiciones Subte se exponen las 28 obras seleccionadas del 48º Premio Montevideo de Artes Visuales. El jurado, integrado por el crítico chileno Ernesto Muñoz, los artistas Marcelo Legrand y Analía Sandleris, el coordinador del Subte, Raúl Álvarez, y la directora del Museo Blanes, Cristina Bausero, tuvo que elegir entre 264 proyectos presentados.

    El jurado otorgó tres premios adquisición de la Intendencia de Montevideo. El primero ($ 250.000) fue para Diego Velazco por su obra Pluna, que recuerda el cierre de la compañía estatal. Las dos fotografías en blanco y negro, montadas en estantes, pertenecen al Museo Aeronáutico de Montevideo y fueron trabajadas digitalmente para despojarlas de “toda intervención humana”. Así, los dos aviones de las fotos aparecen solos en el paisaje: no hay aeropuertos, ni galpones ni letreros.

    Lo que mata es la humedad es el título del segundo premio ($ 150.000), una obra de Federico Arnaud. El artista adquirió en la feria de Tristán Narvaja un álbum fotográfico donde aparece, entre otros, un militar de la dictadura que fue director de Ancap. En la obra hay fotos en buenas condiciones y otras atacadas por la humedad, como una metáfora de la memoria.

    El tercer premio (de $ 100.000) fue para el dibujante Fermín Hontou (Ombú) y su obra The Night Watch (o Noche de Ronda), un tríptico en acuarelas y tinta con escenas “a modo de documento de época”, que el artista presenció en el bar La Ronda de Ciudad Vieja. “Bocetos del natural”, los llama el dibujante en la nota que acompaña la obra.

    También hubo una mención especial para la artista Romina Slavich, quien podrá exponer en forma individual el año que viene en el Subte. Su obra Sin hijo, ni árbol, ni libro recorre con las fotos de un libro acontecimientos de las dos guerras mundiales. Algunas imágenes están cubiertas o intervenidas con objetos, a modo de “cubrir o descubrir” la historia.

    Como en toda muestra de arte contemporáneo, hay para todos los gustos, desde la fotografía más “tradicional”, como la bellísima de Tali Kimelman, Baño de bosque, hasta trabajos que rozan la artesanía, como la serie de bolsitas de nylon pegadas a la pared que contienen papelitos, hilos, dibujos y fotos, de Lucía Aguirregaray (Vida reinventada). “Planteo la práctica artística como un espacio de ensayo y experimentación sin condiciones. Propongo dispositivos y plataformas donde se cruzan temas estéticos y observaciones del mundo contemporáneo”, explica la artista en el texto que acompaña sus bolsitas.

    Todas las obras, salvo alguna excepción como Díptico, de Marcelo Mendizabal, llevan un texto que explica el significado que le dio el artista. Algo necesario porque algunas obras despiertan sensaciones que pueden ir desde la extrañeza a la rabia, cuando no a la risa. El público se puede encontrar, por ejemplo, con una bandeja de 12 masitas elaboradas por Javier Abreu con el papel de un catálogo. “Masitas para todos los gustos. Cada una con su estilo, su personalidad, esperando ansiosas a ser elegidas en bandeja de cartón, para llegar a ser las masitas del curador”, escribió el artista.

    La crítica de arte mexicana Avelina Lésper es una de las más férreas opositoras del arte contemporáneo. Ha dicho que es una “farsa” a manos de mafias comerciales de las que son “cómplices” museos, galerías, instituciones culturales y educativas. “Cualquier manifestación mediocre, banal o superficial puede ser llamada arte porque este sistema permite que cualquiera sea artista. Cualquiera se puede apropiar de la obra de otro. Han destruido la figura del artista genial fruto del Renacimiento”, ha repetido en numerosas entrevistas. También agrega que este tipo de obras no se sostienen fuera del recinto donde se exhiben, ni trascienden en el tiempo.

    “Es tremenda”, comenta Rulfo, nombre artístico de Raúl Álvarez, coordinador del Subte, a propósito de Lésper. “Se pone en lugar de crítica de arte, pero en realidad no ha estudiado nada después de los años 50. Le faltan 60 años de historia del arte y de haberse interiorizado sobre los nuevos cambios para poder opinar. Ella se basa en el prejuicio. Aboga por lo representativo, la verosimilitud y la técnica. Pero las obras del Renacimiento también hay que interpretarlas porque el arte no está solo en la representación”.

    Para Rulfo, hoy prima lo visual y con ello los discursos y los significados que son más protagónicos que antes. “El arte contemporáneo genera rechazo porque la gente asiste a un museo o exposición con el preconcepto de lo que es arte adquirido de sus padres. Cuando niño te muestran un cuadro de Miguel Ángel y te dicen: ‘Esto es arte’. Entonces asociás buena técnica y representación con arte. Cuando ves algo diferente, o alguien que no pinta bien, pensás que no es arte, que cualquiera puede hacerlo. No hay una educación al respecto”.

    En esta concepción, lo técnico pasa a un segundo plano y tiene más preponderancia el concepto y la idea. En el recorrido por el Subte se comprueba, por ejemplo, en una obra hecha de varios objetos (un casco, rulemanes, rollitos de dólares a modo de mango de un peine) de Gustavo Jauge, o en The Future, una obra de Magdalena Gurméndez compuesta por varias tiritas de papel que cuelgan de una barra.

    La que tal vez llama más la atención es La idea se convierte en una máquina, de Ernesto Ri­­zzo. Hay un carro del supermercado que tiene su réplica pequeña en una repisa. La obra se completa con una fotografía en la que aparece la cúpula de un edificio dado vuelta, como si se hubiera caído dentro del carro. Es que en su interior hay un espejo. Del carro cuelga una etiqueta roja con instrucciones de uso, solo para adultos y con cédula: “Usted puede utilizar este carro de supermercado en las salas, si quiere hacerlo en la plaza Fabini tramite el permiso con un cuidador”. Por ahora, según cuenta Rulfo, solo lo han usado niños y jóvenes, que son los menos “estructurados”.

    El coordinador no ha visto reacciones negativas del público. “Este salón tiene obras que son muy agradables a la vista. No son agresivas”, comenta. “La obra no tiene por qué hacerla el artista. Lo que él crea es el armado de las piezas. La obra no son solo los objetos sino la posibilidad de usarlos y ahí viene la participación del público, que debe ser activo”.

    Una idea no es suficiente, tituló a su obra Pedro Tyler. “¡No, no lo es!”, le contestaría Lésper, a los gritos, desde México.

    Silvana Tanzi