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    Haciendo boca

    El colapso del Cambio Nelson es terrible, mucho peor de lo que parece. No por lo que representa en términos de confirmación del prejuicio ciudadano popular de que todos los empresarios con guita son cagadores, es evidente que Sanabrita vino a este mundo a confirmar prejuicios, esa es su función, por eso a la hija que tuvo con su pareja colombiana, hija a su vez de un rico colombiano que vive en Miami, le puso Blanca. Ni como una muestra más de la degradación genética y cultural del caudillo patriarcal uruguayo de pueblo que no aguanta dos generaciones seguidas haciendo malabares con la guita y cagando gente: la verdad es que Sanabrita no le llega ni a los talones al viejo Sanabria, el Wilson, que había montado un imperio en Maldonado a base de talento social, malabarismo financiero y la rudimentaria pero siempre eficaz pirámide de Ponzi. A propósito: ¿no es conmovedor que la gente siga creyendo en alguien que le dice que su plata se va a reproducir sola en porcentajes ridículos, pongámosle un 20% anual, a esta altura del partido y con los bancos que ya casi COBRAN por tener la guita de uno entre sus manos? Considero menos cándido al que responde al pedido del príncipe nigeriano que necesita un número de cuenta y un sobre con 100 dólares adentro, para poder depositarle tres millones de dólares que le están sobrando al solidario amigo internacional que acaba de conocer. LA pirámide se le desmoronó a Sanabrita en menos de lo que canta un gallo de la granja de Amodio Pérez, a pesar de que el viejo Sanabria lo casó con la hija de un gerente colombiano del Conrad, lo mandó al IUPE (Instituto Universitario de Punta del Este) a estudiar, algo que ya no pueden hacer otros padres, porque cerró y su dueño se fugó al Paraguay después de dejar un agujero en el BPS; se ve que en el IUPE había un curso de cómo tomarse los vientos cuando ya no se puede emparchar la cagada, y por lo visto enseñaban bien ahí. Tampoco el carácter de desastre del cierre del Cambio Nelson se configura por el enésimo estallido hacia adentro que forma parte de la Gran Implosión del Partido Colorado, uno de los partidos históricos de la democracia mundial, que está cada vez más cerca de pasar a ser un agujero negro en el tiempo-espacio.

    Lo que transforma en catastrófico el incidente es que dejamos de brindarles un servicio a los argentinos, otro más, y en este caso es uno fundamental, un servicio que ellos valoran, que los hace sentir especialmente bien: esconderles sus dólares de las garras del Estado argentino. Nada le produce más placer al argentino que garabatear con los dólares, y lo van a hacer igual, con nosotros o sin nosotros, está en nosotros brindarles ese servicio como hermanos que somos. Con la caída de Cambio Nelson casi no nos quedan diferenciales para ofrecerles. Vamos a perder su fidelidad, y si el argentino no está contento con nosotros y no deja caer unos billetes en el país, ya sea en forma de vacaciones, edificios, ahorros, negocios o churros a 500 pesos la media docena, la vida empeora indiscutiblemente para los uruguayos. Recordemos que, a pesar de esta década progresista formidable que vivimos y que nos hizo pasar tan pero tan bien y nunca olvidaremos, nuestras cuatro fuentes de comida siguen siendo más o menos las mismas: materias primas (se les dice comoditis ahora, eso es lo único que cambia: los nombres de las cosas), pasteras (que antes fue forestación y ahora derivó en ese remedo industrial al que intentamos engrandecer con la denominación “inversión extranjera directa”), ganadería y las migas que podamos manotear de lo que generan los argentinos. La Santísima Cuatrinidad del PBI oriental del siglo XXI: soja, carne, celulosa y argentinos. Los brasileros se hacen mierda siempre, más rápido que los argentinos todavía, y no tienen ese fetiche con nosotros que sí tiene el argento.

    No me vengan con que el Cambio Nelson era una estafa y está bien que cierre. ¡Punta del Este es una estafa! Preciosa, pero una estafa que ni siquiera montamos nosotros, hubiéramos sido incapaces de engañar a nadie a esos niveles, no tenemos tal idoneidad; Punta del Este es una mentira hecha por argentinos, puesta en marcha por argentinos, que seduce principalmente a argentinos y gente de otras nacionalidades que vienen atraídos por los argentinos. Ni siquiera sabemos bien cómo funciona, ni por qué funciona, lo único que hacemos es contar turistas y guita, es como pensar que el cajero del supermercado es el que sabe cómo hacer rentable los comercios de grandes superficies. En términos domésticos se parece a la relación con el router. Cuando no anda, uno dice: “voy a tratar de hacer andar el router”; apaga, prende, desenchufa, enchufa, y si nada de eso sirve, llama a alguien que sepa. El día que Punta del Este no funcione vamos a tener que llamar a los argentinos, son ellos los que saben hacerla andar. Nosotros nos paramos abajo, abrimos la boca y agarramos las migas que nos caen en el buche.

    Es espantoso lo que les hemos hecho a los argentinos este verano. Primero, los robamos a todos, no del modo aparentemente legal con el que los desplumamos verano sí y verano también a base de sobreprecios ridículos: de la manera ilegal, les desvalijamos las casas. Con lo desagradable que es llegar a la casa de uno y tener que buscar lo que no está, es como una piñata pero al revés: un gran caos de cosas tiradas en el suelo en el que hay que revolver para no encontrar lo que falta y así poder identificar lo que se llevaron. Los robos fueron tan alevosos que ponían carteles en sus casas para avisarles a los chorros tardíos que ya los habían robado. Por suerte salió Antía a transmitir calma y les dijo que no se quejaran, que en Buenos Aires los robaban más. Hubo paro de tarjetas en las estaciones de servicio. Se vaciaban los cajeros, yo estuve dos días en Punta del Este y me encontré con uno en el Devoto que me soltó a regañadientes, después de reducir el monto de mi pedido hasta que aceptó, 2.400 pesos en billetes de 100. Les tuve que pedir disculpas a los argentinos que esperaban en la cola. La gente ya no sabía cómo hacerse desplumar, dejaban prendas de ropa para poder consumir algo. Insólito.

    Y ahora les cerramos el Cambio Nelson. Los uruguayos somos los peores proveedores de servicios del mundo y la razón es simple: somos un pueblo de resentidos, uno de nuestros eslóganes favoritos es que nos gusta arruinarle la fiesta al dueño de casa, así que imagínense el punto hasta donde llevamos nuestro resentimiento que nos jactamos de ese tipo de actitudes. Tenemos que reabrir Cambio Nelson, con otro nombre igual, Nuevo Cambio Nelson, o Cambio Nuevo Nelson, o Cambio Milton, Cambio Jonathan, no importa, la forma es lo de menos, lo importante es el servicio. Y la primera en ir a depositar su confianza y sus dólares por el costado debería ser la ministra de Turismo Liliam Kechichian (acompañada de Roberto Giordano), para devolverles la confianza y uno de los servicios preferidos a los argentinos, una de las cuatro patas de la Mesa en la que comemos los uruguayos. A menos que estemos dispuestos a comer sobre un taburete.