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    Haciendo boca

    La Ballena Azul. Atención: las siguientes líneas pueden herir la susceptibilidad de viejas asustadizas con nietos adolescentes, adultos sensibleros, estrellas de rock juvenil, madres en período de puerperio, vendedores de celulares y refrescos e integrantes de la familia Quiroga.

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    Entiendo la preocupación por nuestros niños, adolescentes y jóvenes. La parte que no termino de entender es qué tiene que ver la bobada de la Ballena Azul en dicha inquietud. Más allá de que es un placer inherente a nuestra condición de adultos autocomplacientes andar con gesto de consternación o semblante de circunstancia ante una situación en la que otro está en peligro por no ser tan lúcido y conocedor de las vueltas de la vida como nosotros, y ese placer no se le debe negar a nadie, me parece que en este caso puntual exageramos la cuenta.

    Para empezar: estamos viendo solo el techito de la ballena azul (lo que vendría siendo la punta del iceberg si el juego fuera el Iceberg Azul), distrayéndonos con el chorro de agua azul que sale de ese orificio azul tan divertido que tienen las ballenas y que funciona como un géiser, espero que no sea su orificio anal azul, no me gustaría que estuvieran tan mal diseñadas, sería una decepción. Lo que quiero decir es que la Ballena Azul es apenas una narración colectiva “atrapante” de un peligro que adquirió fama mundial en las últimas horas; es una amenaza momentáneamente célebre, pero está lejos de ser la más peligrosa. Lo peligroso es el adolescente. Parece que nos hubiéramos enterado la semana pasada de la condición imitativa del adolescente, sin capacidad de abstracción ni discernimiento, y el poder de concentración de un pez carpa. Son incapaces de reconocer el peligro, fundamentalmente porque tienen la cabeza zambullida en un balde de hormonas, mayonesa, luces led de colores, hielo, humo, alcohol, mierda, semen, vascolet, aserrín y crema doble. No es culpa de ellos, pero son idiotas, y como cualquier idiota son peligrosos, para ellos mismos y para los demás. Los padres sensatos lo saben, y tratan de pensar lo que pensamos todos: ya se le va a pasar, por suerte es temporal, solo me queda rezar para que se haga el menor daño posible y dedicarme a ver fotos de él de cuando era cachorrito.

    Lo cierto es que el afán autodestructivo del adolescente excede cualquier juego rudimentario de internet con nombre pretencioso basado en la manipulación; eso es apenas un síntoma de lo manipulables que pueden llegar a ser. El adolescente cree con fruición y adopta inmediatamente toda conducta que lo uniformice con sus pares, quiere ser igualito a todos los demás adolescentes. Esa homogeneidad, por alguna razón misteriosa, lo hace sentir único (no tiene sentido, pero no hay que buscar lógica en el comportamiento adolescente), es loco por pertenecer, y experimenta cualquier instancia casual con una intensidad que le parecería sobreactuada al mismísimo Federico Luppi. El resultado es una antorcha humana. Hay pocos bichos más idiotas en este mundo, pero probablemente ninguno tenga el talento del adolescente para encontrar el camino más perjudicial y coquetear con la muerte. La oveja es uno de los bichos más estúpidos imaginables, pero es casi imposible que se quite la vida. En el adolescente, pestañeás y ya se está haciendo daño. Es peligroso darle un arma, una moto, una computadora, un compás, una entrada al Campeón del Siglo o una botella de aguarrás. Incluso un desodorante en espray con el que en algún momento creyó que levantaría minas, y como después no levanta ninguna (como buen adolescente promedio), se frustra y se transforma en ni-ni, o se abandona a las drogas, o se anota en el Estado Islámico, o se compra un revólver y mata a todos los compañeros de liceo.

    Por si fuera poco, no hay nada que se le pueda decir al adolescente sobre un peligro específico que lo haga rever su posición. Cuando un padre sienta a su hijo adolescente y le dice: “No vayas a jugar a esto de la ballena azul que es espantoso, acordate que mamá te ama”, se está hablando a sí mismo, lo hace para quedarse tranquilo con su conciencia, y si le funciona como ansiolítico me parece bien, lo que me resulta infantil es esperar resultados. El adolescente es impermeable a los adultos, no le interesan. El adolescente ve al adulto como un tatú mulita miraría a un oso polar: con mezcla de extrañeza y desinterés. El único ser vivo capaz de comunicarse con un adolescente es otro adolescente, ellos solo reconocen la existencia de sus pares, el resto de la humanidad les provoca desprecio. Así que o contrata un adolescente que le hable a su hijo, o confía en que le supo dar las herramientas básicas para no caer en una trampa tan burda. Porque esa es la otra: al final, si se mata por hacer las 50 pruebas de la Ballena Azul, mucho no nos estamos perdiendo como sociedad. Mejor: que los padres no gasten más plata en ese hijo que no sirve —con lo caros que salen—, que la pongan en el hermano chico. Ese es mi consejo si uno de sus hijos muere por la ballena azul: aprovechen, inviertan su tiempo, dinero y energías en el otro, ya está, qué va a hacer, lo lindo de criar más de un hijo es que tiene revancha, el campeonato no terminó, de ahora en más todos los partidos como si fueran finales. Por no mencionar que, digamos la verdad, mucho no le importaba el gurí, estuvo 50 días levantándose a las 4:20 de la mañana, cortándose los labios, y dibujándose una ballena azul en el brazo con la cuchilla del abuelo, y nadie se dio cuenta de nada.

    Además, en Uruguay no hay peligro con la Ballena Azul, fundamentalmente porque es imposible que cualquier uruguayo, tenga la edad que tenga, consiga cumplir 50 objetivos en 50 días, es peligroso para gente con otro espíritu y fuerza de voluntad. Al día 26 ya viene como 11 pasos atrás el joven uruguayo, y después no agarra más el ritmo, abandona la Ballena Azul como tiende a dejar el liceo. Como siempre, nuestra condena es nuestra salvación: la desidia y la ineficiencia nos protegen de males abruptos y nos condenan a la agonía eterna.