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    No es imposible

    Nº 2102 - 17 al 23 de Diciembre de 2020

    Entre los años 70 y los 90 Suecia era una de las economías con mayor peso de Occidente, un modelo para la izquierda de lo que era el éxito del Estado de bienestar social. Hasta el día de hoy algunos analistas caen en la trampa de semejante mito. La realidad era otra. El país perdía riquezas y su crecimiento era mucho más lento que el de sus socios de la OCDE. Ya a finales de los 90 sus gobernantes no se dejaron llevar por esa imagen romántica de la socialdemocracia y comenzaron lo que luego fueron décadas de reformas liberales para recuperar su lugar entre los países más ricos, a todo nivel.

    Los primeros pasos y muchos de los siguientes estaban enfocados en replegar el intervencionismo del Estado a niveles que en aquel momento parecían imposibles, ya sea por el mito, generalmente algo fácil de vender, como por la incorporación a una cierta cultura acomodada al supuesto “bienestar” que intentaba imponer igualdad desde arriba. Esto nos hace pensar en lo que vivimos hoy en nuestro país, aún con un nuevo gobierno que estaría más emparentado con ese cambio, pero que todavía da pasos incrédulos.

    En aquella época mitológica (fantasiosa) el gasto público llegó a estar cerca del 70% del PBI. Dos décadas después había bajado a menos del 50%. Uno de los puntos neurálgicos del verdadero cambio fue el recorte de impuestos. En su momento, el impuesto a la renta en su tramo más alto era cercano al 90%, pero ya en la segunda mitad de los 90 se aprobó una primera ronda de rebajas fiscales del 30% que llevó a la franja superior a un 55%. Pero más aún: para las empresas los impuestos sociales cayeron del 50% al 28%.

    De mercados controlados por el Estado en materia de energía, telecomunicaciones —¡y hasta en el transporte y tiendas de alimentación!— los gobiernos suecos lograron una importante desregulación, mediante una agenda organizada de privatizaciones y liberación que devolvió su papel al sector privado y por lo tanto al libre juego del mercado.

    Siguiendo las recomendaciones de Milton Friedman —suponemos que produciendo escozor en sus admiradores de izquierda— Suecia introdujo el “cheque escolar” para darles libertad a los contribuyentes de elegir entre la educación privada y la pública.

    En lo que va de este siglo, como consecuencia de esos años de reformas liberales, de desatar a su gente y mercados de las ataduras furiosas del Estado socialdemócrata, el país nórdico pasó de estar en la mitad de la riqueza de los países de la OCDE (hasta los 90) a ponerse en la cabeza, por encima de sus socios.

    Si miramos los índices de libertad económica de la Fundación Heritage en el momento en que se iniciaron estas reformas, Suecia se encontraba en el lugar 84 de la lista. Hoy se encuentra en el lugar 22.

    El ejemplo de Suecia sirve para alentar el cambio liberal que un país necesita para volver a crecer como en sus mejores tiempos. Uruguay está en el lugar 47 de ese índice de libertad económica, pero no hay duda de que el cambio que se necesita es mejorar esa libertad. A pesar de los desafíos mitológicos y culturales que se presentan como obstáculos —quizás menos complicados que los suecos, aunque más arraigados en el tiempo— está claro que el camino elegido por los nórdicos se parece bastante a lo que Uruguay necesita para retomar el rumbo del crecimiento y la riqueza, que es lo que realmente nos puede dar el anhelado “bienestar”, y no la supuesta protección estatal y sus infinitas regulaciones que tienen un efecto de letargo y engaño.

    El camino puede llevar algún tiempo, pero queda demostrado en el ejemplo de Suecia. Sin dejarnos llevar por el estereotipo de la izquierda, la riqueza está más próxima de lo que pensamos. Hay obstáculos, pero no es imposible.