El sonido es lejano, sordo, a veces casi imperceptible, pero para el oído experto suena como una sinfonía. Bum. Silencio. Bum. Silencio. Bum.
El sonido es lejano, sordo, a veces casi imperceptible, pero para el oído experto suena como una sinfonía. Bum. Silencio. Bum. Silencio. Bum.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSon las 6, las 7 de la mañana. Hace mucho frío e Innsbruck se despierta. La ciudad, capital del Tirol y joya de los Alpes austríacos, está cubierta por un manto blanco de nieve fresca. Nevó toda la noche y su gente sabe que ese bum, bum, bum rítmico es señal de que, arriba, en la cima del Nordkette, a más de 2.000 metros sobre el nivel del mar, habrá decenas de centímetros de nieve listos para recibirlos.
Esos bum, bum, bum son explosiones causadas voluntariamente por el equipo encargado de la seguridad en el Nordkette, la pared montañosa sobre la que Innsbruck apoya sus espaldas. Vuelan grandes cantidades de nieve para evitar avalanchas que pongan en peligro tanto a los esquiadores que visitarán ese día sus pistas como a algunos barrios que rodean la ciudad.
Innsbruck vive para las montañas. Si en verano todos toman sus bicicletas o sus championes para recorrer los miles de caminos de la zona, un día cualquiera de enero o febrero, cuando el sol apenas empieza a brillar, no es extraño cruzarse en la calle con decenas de personas cargando sus esquís al hombro para bajar la montaña a velocidades endiabladas durante un par de horas antes de ir a trabajar o a la universidad. Los sábados y domingos a muy pocos se les ocurre hacer un plan que no incluya la nieve.
Si Uruguay tiene 3 millones y pico de técnicos de fútbol, Innsbruck y los muchos pueblos que la rodean tienen cientos de miles de meteorólogos. Casi todos saben en qué momento va a nevar, cuánta nieve va a caer y qué montaña va a tener la mejor nieve ese día, dependiendo del punto cardinal al que mire o la altura de sus pistas.
Aunque la pandemia de Covid-19 provocó grandes pérdidas en la zona, durante 2021 más de 530.000 turistas visitaron la región de Innsbruck. Se espera que en 2022 el número haya crecido un 30% hasta los cerca de 750.000 que llegaron durante el 2020 (la temporada de invierno fue previa a la aparición de la enfermedad) y que el año próximo ronde el millón de turistas.
“Cuando amamos las montañas, tenemos que aceptar sus reglas”. La frase del alpinista francés Jean-Christophe Lafaille está estampada en una de las ventanas del Seergrube, la principal estación de esquí del Nordkette, ubicada a casi 2.000 metros sobre el nivel del mar (Innsbruck está a 450).
Tras ella, la vista puede viajar durante kilómetros, recorriendo hacia la izquierda todos los picos que bordean el valle del río Inn, hasta la frontera con Alemania. O puede decidir ir al sur, siguiendo el valle de Stubai, que se abre camino desde Innsbruck hasta la frontera con Italia. O puede mirar hacia abajo y ver, 1.500 metros bajo sus pies, a Innsbruck como una maqueta en la que buscar, por ejemplo, el hotel del que salió apenas media hora antes.
El Nordkette no es una montaña piramidal como la dibujaría un niño, sino una pared que se extiende durante varios kilómetros y envuelve a Innsbruck desde el norte. Su cercanía, con la ciudad directamente a sus pies, hace de marco perfecto a sus edificios medievales, pero también es el motivo por el que esquiar en su ladera es posible cualquier día de la semana, incluso en una jornada laboral.
Con varias opciones de transporte, el más rápido es utilizar el Nordkettebahn, un sistema que incluye tren y aerosilla y que en apenas 30 minutos lleva a turistas y locales desde el mismo centro de la ciudad a la cima. Allí, el esquiador experto y aventurero, el mismo que escuchaba las explosiones de la mañana como una sinfonía, puede enfrentar a la Direttisima (Karrinne), una pista con desniveles de hasta el 70%, la pista fuera de límites más empinada de Europa.
La vista desde arriba, con la nieve bajando en picada desde tus propios pies, intimida. La bajada, todavía más. Al principio, donde la pendiente es más inclinada, se baja por una especie de tubo con paredes montañosas a ambos lados, pero la pista se va ensanchando a medida que se desciende hasta llegar a una zona en la que el esquiador puede girar a izquierda o derecha disfrutando casi siempre de una nieve en polvo perfecta.
Sin embargo, los casi 14 kilómetros de pistas de esa estación también tienen espacio para niños, aprendices o esquiadores con algo de experiencia que buscan disfrutar de descensos de dificultad media.
“Das Tal der Sorgen ist umgeben von Bergen des Glücks”. La frase, del alemán Erhard Horst Bellermann, significa “El valle de las penas está rodeado de montañas de felicidad” y también está estampada en una de las ventanas de Seergrube.
Si eso es verdad, el Tirol, y en especial la región que rodea a Innsbruck, es de los lugares más felices del mundo. Porque no solo el Nordkette- ofrece lugares espectaculares donde disfrutar del esquí, paisajes indescriptibles o caminatas eternas.
El horizonte sur de la ciudad pertenece al Patscherkofel y sus faldas.
Otra montaña que sobrepasa los 2.000 metros y cuyas pistas de esquí son de las más requeridas por el público general, el Patscherkofel, ofrece además la posibilidad de deslizarse por una de las rutas utilizadas en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1976.
Como casi todos los centros de la zona, aquí también se puede disfrutar de una rica comida (ya sea desayuno, almuerzo o merienda) a 800, 1.300 y 1.900 metros sobre el nivel del mar, con una vista espectacular del valle y las montañas. Incluso, para los verdaderamente aventureros, una caminata permite ir desde la última estación del aerocarril hasta la cima, ubicada a 2.200 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, ese paseo, disfrutable y medianamente exigente en verano, suele estar destinado solo a aquellos con muy buen estado físico en invierno.
Aunque geográficamente está algo más lejos de la ciudad que el Nordkette, la estación de esquí del Patscherkofel también está a solo 30 minutos (en ómnibus de línea local) del centro de Innsbruck.
Ese es uno de los principales atractivos de la ciudad. A diferencia de otros lugares de esquí europeos o globales, Innsbruck ofrece los servicios de una urbe de casi 150.000 habitantes con una enorme cantidad de pistas de diversa dificultad en un radio de no más de una hora en auto (ver recuadro).
“Cuenta la leyenda que la idea para escribir mi Guía del autoestopista galáctico me vino mientras miraba las estrellas, borracho, en un campo en Innsbruck”, Douglas Adams.
Se sabe con seguridad que la zona donde hoy se encuentra Innsbruck tuvo habitantes de manera casi constante desde la Edad de Piedra, pero es en el siglo IV cuando los romanos establecen allí una estación de su ejército a la que llaman Veldidena (cuyo nombre sobrevive aún hoy en el barrio de Wilten) para proteger la importante vía comercial Verona-Brenner-Augsburg.
Varios siglos más tarde, en 1248, la ciudad pasó a manos de los condes de Tirol sin perder su importancia como entrada al Paso Brennero, enlace comercial, de transporte y comunicación entre el norte y el sur de Europa, ya que era la ruta más fácil a través de los Alpes. Formaba parte de la Vía Imperial, un camino medieval bajo la protección especial del rey; los ingresos por servir como estación de paso en esta ruta permitieron que la ciudad prosperara.
En 1429 Innsbruck se convirtió en la capital de todo el Tirol y es al final de ese siglo que el emperador Maximiliano I de la casa de los Habsburgo se enamora de esa pequeña población en medio de las montañas.
La presencia del poderoso emperador eleva el status de la ciudad y, con él, aumenta la calidad de sus construcciones y la importancia estratégica de la urbe. En el correr de los siglos XVI y XVII se fueron construyendo el castillo de Ambras, sobre una antigua fortificación del siglo X, la primera ópera al norte de los Alpes y la universidad.
Ese crecimiento hizo que, aunque Viena es conocida universalmente como la capital imperial de los Habsburgo, la capital tirolesa también fuera reconocida de esa manera por los Habsburgo.
Su hermoso casco antiguo, con callejuelas en las que es muy fácil imaginarse un viaje en el tiempo, ofrece hoy un paseo reparador a quien quiere descansar de la montaña.
El centro del escenario lo domina el Techo de Oro, un balcón construido como palco de honor para conmemorar la boda del emperador Maximiliano I y Blanca Sforza de Milán en 1494. No hay turista que haya pasado por Innsbruck y no se lleve una foto con esas 2.600 tejas de cobre doradas en pleno centro de la zona antigua de la ciudad.
El resto del recorrido por el casco histórico incluye la torre del antiguo Ayuntamiento (siglo XV), a la que se accede tras subir 148 escalones, y justo enfrente, la casa Helbling, un encantador edificio medieval.
Las tiendas de la calle dedicada a la archiduquesa María Teresa, el Arco del Triunfo, construido para la boda del archiduque Leopoldo, la Hofkirche o Iglesia de la Corte y los jardines del Hofburg también son atractivos escenarios para un paseo por esta ciudad.
Ya en las afueras se puede visitar el castillo Ambras, residencia del archiduque Fernando II, gran coleccionista y mecenas de las artes y las ciencias, quien reinó en Tirol en el siglo XVI. El edificio es hoy un museo que se puede recorrer en algo más de una hora, con hermosos jardines y a tres kilómetros del centro de la ciudad.
Si se necesita un tiempito más lejos de las altas cumbres, se puede visitar la sede de Swarovski y su hermoso mundo de cristal (ubicada en el pueblo de Wattens y a solo 15 minutos en tren de la estación central), el Alpen Zoo (el zoológico más alto de Europa) o recorrer la bella Hall in Tirol, una versión en miniatura de Innsbruck en las afueras de la ciudad.
Sin embargo, no importa el lugar que esté recorriendo, solo es necesario levantar la cabeza para que las montañas y su magnetismo vuelvan a estar ahí.
Innsbruck es la joya de los Alpes y no tiene interés en ocultar su relación única con los gigantes que la rodean.
Las mil y una opciones
Axamer Lizum. A solo 19 kilómetros de Innsbruck, este centro recibió la mayor parte de las competencias de esquí de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1964 y 1976. Más de 40 kilómetros de pistas y una nieve perfecta invierno a invierno.
Kühtal. Ubicado a 2.020 metros de altura y a media hora en auto de Innsbruck, el turista puede salir del hotel esquiando. Con desafíos para aquellos más expertos, Kühtal es el centro de esquí más alto de Austria, una apuesta segura de nieve de diciembre hasta mediados de abril. El lugar es ideal también para caminatas de montaña para aquellos que gustan de recorrer la nieve también sin esquíes.
Hochoetz. Más de 60 días de sol, en promedio, por temporada, la convierten en uno de los cinco lugares de esquí más soleados de Austria. Además, hay casi 40 kilómetros de pistas de diversa dificultad.
Muttereralm. Ideal para principiantes o familias con hijos pequeños, son 15 kilómetros de pistas que pueden llegar a tener hasta 4.200 metros de largo. Como plus, tiene uno de los mejores bike parks de la región.
Oberperfuss. Un lugar de pura diversión, pero no tanto para aquellos expertos. Sus 17 kilómetros de pistas a media hora de la ciudad son de dificultad sencilla o intermedia, pero las vistas que tienen de todo el valle del Inn son capaces de asombrar a todos.
Stubai Glacier El reino de la nieve, un glaciar que tiene pistas habilitadas de octubre a junio a 45 minutos de la ciudad. Imponente, es visible desde casi todos los picos de la zona gracias a sus 3.210 metros sobre el nivel del mar. Parque de diversiones, pistas, espectáculos, es una apuesta segura de diversión para todos, aunque también ha sido fuente de grandes debates sobre el efecto medioambiental que el centro de esquí tiene sobre el glaciar.
Ski Centre Schlick 2000. Un parque de diversiones en la nieve y a 15 minutos en auto de la ciudad. Más de 20 kilómetros de pista, divididos en 18 rutas diferente y para todos los niveles. Además, un espacio de recreación exclusivo para niños.
Glungenzer. Una montaña especial por su nieve y la belleza de sus pistas, también ofrece una vista ideal del Nordkette-, con los diferentes pueblos del valle e Innsbruck en el horizonte.
Pases para transporte y atracciones
Innsbruck ofrece una variada serie de opciones para disfrutar de sus pistas de esquí y otros atractivos, dependiendo de la cantidad de días y el presupuesto que se desee invertir.
Una de ellas es la tarjeta Innsbruck Card, válida durante todo el año para estadías de 24, 48 o 72 horas. Con ella el transporte público en la ciudad y a algunas cercanías está incluido, así como la entrada a varias atracciones turísticas y subida a algunos teleféricos de montaña de forma gratuita. La tarjeta se adquiere en todas las oficinas de turismo de Innsbruck y de sus pueblos, en muchos hoteles y en muchas de las atracciones. Precios: 53 euros (24 horas), 63 euros (48 horas) y 73 euros (72 horas).
Otra opción es el pase Sky+City, que, además de los beneficios de la Innsbruck Card, permite acceder a prácticamente todas las pistas de esquí de la zona, a saunas y a piscinas cerradas. Los precios para adultos van desde 124 euros por dos días hasta los 637 por 21 días, pero también hay descuentos para menores y jubilados.