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Con casi 80 pabellones de distintos países y curada por la italiana Cecilia Alemani, la Bienal de Venecia se inauguró luego de ser aplazada por dos años consecutivos. Su edición número 59 está inspirada en el libro The Milk of Dreams (La leche de los sueños), de Leonora Carrington (1917–2011), artista y novelista inglesa-mexicana. “En este, la artista surrealista describe un mundo mágico, en el que la vida se replantea constantemente a través del prisma de la imaginación. Es un mundo donde todos pueden cambiar, transformarse, convertirse en algo o en alguien más. Es un mundo liberado, rebosante de posibilidades”, escribe Alemani en la página oficial de la bienal. A partir de la consigna “Milk of Dreams” los artistas y curadores de todo el mundo crearon un proyecto para representar a su país en el evento artístico con más renombre, uno que marca tendencias globales e impulsa las carreras internacionales de quienes se dedican al arte.
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La convivencia de lenguajes y formatos artísticos en esta gran exhibición, que van desde esculturas, instalaciones inmersivas, artesanías, bordados, hasta pinturas o películas, impresiona cada vez más edición tras edición. Entre los pabellones que se destacaron, incluyendo el de Uruguay, que obtuvo cobertura por la prensa internacional como nunca antes la había tenido y que fue visitado por personajes relevantes del mundo artístico, fueron el de Suiza, Australia, Reino Unido y Uganda.
Uruguay
El equipo uruguayo en la Bienal de Venecia 2022: Pablo Uribe, Gerardo Goldwasser y Laura Malosetti Costa. Foto: Rafael Lejtrager.
Un espejo, una hilera de mangas izquierdas pegadas sobre la pared, 18 rollos gigantes de tela con moldes de corte, instrumentos de medida y una performance de un sastre midiendo los cuerpos de los visitantes. De eso se trata, a simple vista, Persona, el proyecto que el artista uruguayo Gerardo Goldwasser y su equipo de curadores, el artista Pablo Uribe —representante de Uruguay en la 53ª Bienal de Venecia (2009)— y la doctora en Historia del Arte Laura Malosetti Costa, llevaron a la bienal para representar a Uruguay. “Me gustaría agradecer y destacar lo afortunado que fui cuando Laura y Pablo me convocaron como artista para desarrollar el proyecto juntos para el llamado”, comentó el artista a Galería.
El espejo, ubicado en la entrada del pabellón, invita a los visitantes a reflexionar sobre su apariencia. Foto: Rafael Lejtrager.
La instalación, cuyas cuatro piezas abarcan todo el pabellón, carga con un contenido muy profundo: una reflexión sobre los modos de cubrir y exhibir los cuerpos, de uniformarlos y también de distinguirlos. “El asunto que plantea la obra refiere a las maneras en que cada ser humano se percibe como persona construyendo su apariencia, su modo de entrar en escena cada día de su vida. La etimología del concepto remite al teatro clásico: ‘máscara de actor’ sería su primer significado. Esa máscara está en el origen de la cultura del vestir”, se lee en el texto curatorial.
Una de las obras que forman parte de la instalación son los 18 rollos de tela. Foto: Rafael Lejtrager.
La instalación fue montada por competo en Italia y los material también fueron adquiridos allí. Foto: Rafael Lejtrager.
Hijo y nieto de sastres, Goldwasser es atravesado por ese oficio y se nota en toda su trayectoria artística. De niño heredó el manual de sastrería de su abuelo, que muestra cómo diseñar uniformes militares. Su abuelo fue judío alemán, sobreviviente del campo de exterminio de Buchenwald, que, gracias a su oficio, pudo huir a Uruguay. A partir de esta historia personal, Goldwasser y sus curadores invitan a reflexionar sobre el aspecto más oscuro de la cultura del vestir e imaginar nuevas formas de ser persona en un futuro que se percibe amenazado por nuevas tecnologías deshumanizantes. “Nos interesaba generar la mayor cantidad de lecturas con la mínima cantidad de recursos, que la instalación pudiese ser recorrida en minutos, pero que las ideas que la sustentan continuaran retumbando en la cabeza del público”, comenta Uribe.
El sastre veneciano Demis Marin se encargó de tomar las medidas de los visitantes durante la inauguración de la Bienal el 23 de abre. Foto: Rafael Lejtrager.
La instalación fue montada en Venecia con materiales adquiridos en Italia, como los rollos de paño que donó la tienda multimarca Magma para el proyecto, y la ayuda del montajista suizo Niklaus Strobel. “El proceso de montaje fue arduo e intenso, pues la instalación tiene un fuerte anclaje en su materialidad abrumadora”, comenta Malosetti. “Creo no equivocarme al decir que fue una experiencia transformadora para los tres. Al menos lo fue para mí. Tres cabezas pensando, discutiendo, acordando o no, avanzando paso a paso en un desafío así de grande. Fue hermoso y muy enriquecedor”, agrega la curadora. Persona no está completo sin la figura del público, que es invitado a verse y evaluarse en un espejo ubicado a la entrada del pabellón, a tomar sus medidas con el sastre veneciano Demis Marin, “llevárselas anotadas a mano en un papel, como recuerdo de que son únicas, en medio de tanta uniformidad negra y silenciosa”, explica Malosetti.
La serie de mangas izquierdas son una alusión crítica a la voluntad de dominio implícita no solo en el diseño de los uniformes, sino también en el saludo de las multitudes nazis uniformizadas. Foto: Rafael Lejtrager.
Australia
La curadora Alexie Glass-Kantor y el artista Marco Fusinato. Foto: Zan Wimberley.
Los trabajos de Marco Fusinato han tomado forma de instalación. La música dialoga con la reproducción fotográfica, el diseño gráfico, la performance y la grabación de sonidos. Eso es lo que se experimenta en el pabellón australiano. Con la curaduría de Alexie Glass-Kantor, el proyecto experimental Desastres explora las tensiones y contradicciones de fuerzas opuestas: ruido/silencio, minimalismo/maximalismo, pureza/contaminación.
Foto: Andrea Rossetti.
Las imágenes y el ruido dialogan en este proyecto experimental. Foto: Andrea Rossetti.
Con una pantalla que cubre casi por completo una pared, una pila de 10 parlantes y una guitarra eléctrica, el artista crea, in situ, situaciones dinámicas en las que esos conceptos son captados por el público. Las luces del pabellón y las imágenes proyectadas en la pantalla son alteradas por los acordes que el artista toca en su guitarra. A través de combinaciones algorítmicas, la pantalla se puede apagar por completo, cambiar el ritmo en el que las imágenes se presentan o alterar su brillo.
El artista se presentará todos los días de la Bienal para tocar su guitarra. Foto: Andrea Rossetti.
Desastres toma la forma de una actuación en solitario, donde Fusinato se presenta en vivo para improvisar, durante los 200 días que dura la bienal. A estas imágenes las acompañan el sonido de la guitarra y todo conforma “un gran desastre: un pantano de imágenes generadas aleatoriamente dispares y desconectadas. No hay un tema como tal; sino el encuentro inmersivo con el sonido y la imagen está abierto para que la audiencia lo interprete y le dé sentido. La intención es crear algún tipo de alucinación, euforia en la desorientación y agotamiento por la confusión”, se lee en el texto curatorial.
El proyecto explora las tensiones y contradicciones de fuerzas opuestas: ruido/silencio, minimalismo/maximalismo, pureza/contaminación. Foto: Andrea Rossetti.
Reino Unido
La artista inglesa Sonia Boyce. Foto: Cristiano Corte.
La exhibición Feeling Her Way, de la artista Sonia Boyce, se llevó el León de Oro, el premio de mayor relevancia de la bienal. Curada por Emma Ridgway y explorando los temas de la unión, la humanidad y la esperanza, la muestra honra la contribución de las músicas negras británicas a la vida emocional del público y a la cultura transnacional. En formato de videoinstalación y collage, la obra sumerge a los visitantes en un recorrido musical colaborativo. Cinco músicas negras, cuatro británicas y una sueca fueron convocadas por Boyce para improvisar, interactuar y jugar con sus voces.
El pabellón de Reino Unido se llevó el León de Oro en la Bienal de Venecia. Foto: Cristiano Corte.
Las filmaciones de Poppy Ajudha, Jacqui Dankworth MBE, Sofia Jernberg, Tanita Tikaram y Errollyn Wallen están teñidas de color y ocupan un lugar central en cada una de las salas. En estos videos se muestra a las artistas —que se ubican dentro de los géneros jazz y soul— cuando se ven por primera vez, luego cuando improvisan y cantan a capella, con el objetivo de demostrar el potencial del juego colaborativo como ruta hacia la innovación, un tema central en la práctica de Boyce.
Foto: Cristiano Corte.
La exhibición Feeling Her Way honra la colaboración de cinco músicas negras a la cultura transnacional. Foto: Cristiano Corte.
Las pantallas se encuentran entre los papeles pintados que recubren todas las paredes y techo, y son acompañadas por estructuras geométricas doradas; ambos elementos son características de Boyce. Las habitaciones del pabellón están llenas de sonidos, a veces armoniosos a veces chocantes, que encarnan sentimientos de libertad, poder y vulnerabilidad, envolviendo al visitante en un collage de sonido e imagen que intenta representar la conjunción entre identidades, generaciones e historias.
Uganda
La artista Acaye Kerunen crea sus obras a partir de artesanías ugandesas. Foto: Francesco Allegretto.
?Para acercar el mundo a la inteligencia semántica de África y las tradiciones ugandesas, dos artistas de Kampala, capital de Uganda, presentan Radiance - They Dream in Time. El dúo artístico conformado por Acaye Kerunen y Collin Sekajugo inauguró el pabellón ugandés, ya que su país no contaba con uno hasta esta edición de la bienal, y como broche de oro recibieron una mención especial por parte del jurado. Radiance - They Dream in Time trata sobre las diferencias entre los territorios de Uganda, las condiciones de vida en sus centros urbanos, y su dinámica cultura visual. La exhibición presenta la dualidad artística que se encuentra en el país: lo tradicional y artesanal, lo moderno y lo pop.
Acaye Kerunen.
Las obras de Kerunen son creadas a partir de artesanías ugandesas. Busca elevar las prácticas artísticas de las artesanas locales, que describe como las guardianas de los humedales por su conocimiento sagrado y tácito de la gestión ecológica. Kerunen crea esculturas o instalaciones a partir de estas artesanías, para contar nuevas historias y proponer otros significados. Haciendo un guiño al cuidado del medio ambiente y al reciclaje, la artista busca celebrar y reconocer el trabajo de las mujeres africanas.
Las obras de Kerunen comparten el pabellón con las pinturas de Collin Sekajugo. Foto: Francesco Allegretto
Esta edición de la Bienal es la primera en la que Uganda cuenta con su propio pabellón. Foto: Francesco Allegretto
Al entregar la mención especial, el jurado de la bienal explicó sus razones: “En reconocimiento a su visión, ambición y compromiso con el arte y el trabajo en su país. Kerunen, en su elección de materiales escultóricos, como la rafia revestida de corteza, ilustra la sostenibilidad como una práctica y no solo como una política o un concepto”. Estas obras conviven con las pinturas de Sekajugo, quien aborda su trabajo desde un punto de partida estético, influenciado por la cultura pop, y busca criticar la corriente artística principal en el mundo: la occidental.
Collin Sekajugo.
Suiza
A medida que se avanza en el pabellón, la luz cambia. El color anaranjado fue elegido para representar el fuego y paso entre el día y la noche. Foto: Samuele Cherubini.
La artista marroquí-francesa Latifa Echakhch y el curador Francesco Stocchi invitan a los visitantes a sumergirse en un mundo lleno de contradicciones orquestadas: una danza de luces y sombras, donde dialogan la creación y la aniquilación, el principio y el fin, lo sonoro y lo visual.
Las esculturas de madera reciclada con las protagonistas del pabellón suizo. Foto: Samuele Cherubini.
Con el objetivo de que el público salga del pabellón con la misma sensación que tiene al salir de un concierto, aquella que parece que el tiempo se detiene, el equipo creó una instalación llamada The Concert, con el apoyo del músico Alexandre Babel y la diseñadora en iluminación Anne Weckström.
La artista Latifa Echakhch. Foto: Samuele Cherubini.
Una luz anaranjada pinta todo el interior del pabellón suizo para representar tanto el paso entre el día y la noche, como el fuego, y la atmósfera va cambiando por completo a medida que se camina por las diferentes salas. Al comienzo hay cenizas, piedras, pedazos de madera y grandes esculturas hechas con materiales de bienales anteriores, quemadas casi por completo. “Al llegar al pabellón parece que llegas al final de algo”, dijo la artista al Consulado suizo de artes Pro Helvetia, comisionado del proyecto.
En el salón principal del pabellón se lleva a cabo un concierto de luces. Foto: Samuele Cherubini.
A medida que se avanza por el pabellón, las esculturas están menos quemadas y se notan más sus formas, que varían desde rostros a manos y brazos. En el salón principal, totalmente oscuro y con cinco esculturas gigantes, se lleva a cabo un concierto de luces. Anaranjadas, se prenden y apagan con distintas velocidades y ritmos, iluminan ciertas partes de las esculturas o de la arena del suelo, y son acompañadas por el silencio.