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El plebiscito de 1980. Un cuestionamiento a la influencia de los medios. Ese fue el título de mi tesis, con la que me gradué de la Licenciatura en Comunicación Periodística de la Universidad ORT allá en el lejano 1999, cuando las redes sociales eran impensables y la figura del balotaje se implementaba por primera vez. La hipótesis era que, en un momento político complicado del país, la propaganda oficial no había logrado doblegar la voluntad popular, que se inclinó por el NO a una reforma constitucional promovida y defendida por el gobierno cívico-militar y todo su aparato de campaña. El caso del plebiscito del 80 fue emblemático y -más allá de los matices políticos- hay coincidencia en que marcó el comienzo del fin de la dictadura. En estos 20 años varias veces pensé retomar el tema, sobre todo en los aniversarios redondos, pero nunca lo hice. En 2015, para celebrar los 35 años de aquel domingo, se estrenó el documental Plebiscito 1980 Uruguay, donde se pueden volver a ver varias de las piezas de comunicación de esa campaña, con el jingle que decía "Sí por mi país, sí por Uruguay, sí por el progreso y sí por la paz..." a la cabeza.
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Esta semana me volví a topar con el tema en el libro Todo por los votos, de Carlos Pacheco y Gustavo Onorato, a partir del cual Elena Risso hace una nota que, sobre todo para algunas generaciones, es un viaje a la infancia y la adolescencia. El plebiscito de 1980 abre el libro, que abarca en total seis elecciones y dos referéndums y cita piezas emblemáticas como "La paradoja" y eslóganes como el de "Batlle le canta la justa". Bajo el título El mito de los monjes negros, el capítulo del plebiscito está dedicado, justamente, a analizar el caso demostrando que uno de los grandes mitos de la publicidad y la política -"que dice que si un gobierno, partido o candidato dispone de una billetera generosa y la destina a publicidad, puede torcer la voluntad popular"- puede fallar. "En Uruguay ese mito tuvo su prueba de fuego en 1980", dicen los autores. Es que la situación fue extrema: solo hubo publicidad a favor del Sí, la otra parte directamente no la podía hacer. De esa despareja campaña, lo más famoso fue un debate televisivo conducido por Carlos Giacosa y Asadur Vaneskaian en Canal 4. Después de siete años de silencio, la oposición tuvo una oportunidad de dar su versión de los hechos. Y no escatimaron recursos. Fue en esa instancia donde Eduardo Pons Etcheverry, del Partido Nacional, hizo referencia a la obra El rinoceronte, de Eugene Ionesco, una metáfora para decir que siempre hay civiles dispuestos a apoyar una dictadura. Quince días más tarde, en las urnas la victoria del NO fue aplastante: 57,2% contra 42,8%. Sobre el final del capítulo, Claudio Invernizzi dice que "el plebiscito de 1980 convalida que no es una campaña política la que determina el éxito o el fracaso de una elección". Y agrega: "No hay monjes negros. No hay brujos. No hay forma de construir cosas narcisistas que solo se miren en el propio desarrollo de esa construcción y que no miren lo que la gente está esperando. Eso es así también en la publicidad". También hay una cita de Antonio Mercader, siempre tan lúcido: "En Uruguay, sus ciudadanos han demostrado una y otra vez que no compran imágenes vacías y que no son fácilmente vulnerados por los medios masivos de comunicación".
Lo singular del caso hace que siga siendo atractivo -y vigente el debate que genera- casi 40 años después. De mi tesis quedan pocas voces de pie; una de ellas es la de Caetano, que también aparece en el trabajo de Pacheco y Onorato. Junto a él hay figuras interesantes como Álvaro Ahunchaín y Francisco Vernazza, el sociólogo y publicista que dirigió la campaña de Julio María Sanguinetti en 1994, la de José Mujica en 2009 y ahora la de Ernesto Talvi. Tanto Sanguinetti como Mujica ganaron la elección después de trabajar con Vernazza.
Junto con otros, este libro llega en el momento y lugar indicados: uno de los procesos electorales más complejos de las últimas décadas. Además, su último capítulo sobre las redes sociales viene a cuento de un gobierno en el que, a falta de grandes temas políticos, pareció que pasó poca cosa. Sin embargo, si de hitos históricos se trata, ya tiene varios en su haber. Para empezar, la renuncia del vicepresidente Raúl Sendic en 2017 después de ser acusado de hacer uso indebido de tarjetas corporativas oficiales y de adjudicarse un título académico que no tenía. Hace pocas semanas, la muerte de la primera dama, María Auxiliadora Delgado de Vázquez, y la semana pasada la noticia del cáncer de pulmón del presidente Tabaré Vázquez. Quizá sea necesaria la perspectiva que solo el paso del tiempo brinda para darnos cuenta de que más allá del próximo resultado electoral, esta previa también está haciendo historia.