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El lugar donde uno vivedetermina la
vida que se lleva. Si es en la ciudad, en el campo, en un balneario o en un
pueblo, las rutinas van a ser diferentes, los hábitos van a ser otros. Pero
incluso dentro de estas opciones las alternativas se van diversificando. Por
ejemplo, en la ciudad nos puede tocar vivir en un barrio céntrico o en uno más
tranquilo, de vida apacible, y eso probablemente cambie nuestros días, cuando
salimos a hacer mandados o en los tiempos libres. O si estamos más cerca o más
lejos del trabajo y cómo nos trasladamos hasta allí. Podemos vivir en una casa
o en un apartamento, y sabemos que las cosas son diferentes en un caso o en
otro, empezando por la convivencia con los vecinos. Además, si la casa tiene
fondo y parrillero, posiblemente sea lugar de encuentro con la familia y amigos
y esto alimente nuestros vínculos. O si el apartamento tiene hermosas vistas,
estaremos más en contacto con lo que sucede en el cielo: lunas, atardeceres,
tormentas.
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Ya lo dice el sabio refrán en referencia a las mudanzas: casa nueva, vida
nueva. Pero no solo la localización y la arquitectura modifican nuestra
existencia. Lo que hagamos con nuestros espacios interiores también afectará el
diario transcurrir.
Desde mucho antes del ahora arrepentido fanatismo de Marie Kondo por el
orden y la organización del hogar, sabemos que si vivimos en espacios caóticos,
llenos de cosas “guardadas” en rincones o molestando en la circulación, nuestro
día a día puede tener más factores que disparen el estrés. Pero si un día
tomamos finalmente la decisión de comprar esa biblioteca que hace tanto tiempo
venimos necesitando y les damos un orden a los libros, la sensación de
satisfacción es enorme. A veces cambiar la distribución de los muebles también
nos llena de energía. Tanto como deshacernos de lo que ya no sabemos bien por
qué sigue formando parte de nuestras vidas, si nunca lo quisimos o hace rato ya
no nos sirve.
A veces en la vorágine de la vida cotidiana, atrapados en la rutina sin
tiempo para pensar, no nos detenemos a observar el espacio que habitamos y cómo
está determinando nuestros días o nuestras actividades. Cada tanto vale la pena
hacer el ejercicio, pues pequeños o grandes cambios pueden ser muy necesarios y
bienvenidos.
Llegamos una vez más a la edición especial anual de interiorismo y
arquitectura. Vamos por la número 12 y con cada edición confirmamos con el
equipo que nos encanta hacerla, es una de nuestras revistas favoritas en el
año. Aprendemos de tendencias, vemos casas por dentro, conocemos historias,
sacamos ideas y nos entusiasmamos con hacer cambios en nuestros propios
espacios.
En medio del
armado de esta edición, descubrimos un detalle que nos llamó la atención: en
varias fotos de los interiores de las casas aparecían perros. Más allá del
gusto de los fotógrafos por ellos, entendimos que estos animales están cada vez
más presentes en la vida de las personas. Y así fue como entre todo el material
que fuimos seleccionando apareció la foto de la tapa, en la que una cachorra
salchicha llamada Emaar intenta robarse una masita de la mesa ratona del
living. Emaar y Klaus, su room mate también canino, viven rodeados de
arte en un luminoso apartamento del Centro de Montevideo.
En el
recorrido de estas páginas aparecen otros perros que tuvieron su momento de
modelo de revista, porque son amos de los espacios que decidimos fotografiar.
Las mascotas —lo sabemos— nos cambian la vida, marcan la dinámica del hogar y
si nos descuidamos, hasta se comen la tarjeta de crédito, literalmente, como
sucedió en mi casa mientras cerrábamos esta edición.
Una casa, un apartamento, en medio de la ciudad o cerca de la naturaleza,
con las últimas tendencias en arquitectura o reviviendo una construcción de
principios del siglo XX, con perro o sin mascota, lo importante es apropiarse
del lugar que elegimos para vivir.
Esa
es la invitación en este número: además de disfrutar con los ojos, encontrar el
momento y la motivación para actuar sobre los espacios que luego van a definir
ciertas zonas de nuestro diario devenir.