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Sí es sí, no es no, fuerte y claro

Editora Jefa de Galería

Este año la Academia Internacional de Sexología Médica eligió como lema para el Día Internacional de la Salud Sexual, que se celebró el 4 de setiembre, “El consentimiento”. Este parece ser un aspecto de la sexualidad que necesita mayor difusión, del que se tiene que hablar más, al que se le debe dedicar una reflexión más profunda. Pues, aunque es bien claro, el consentimiento es de esos conceptos que fácilmente se puede enturbiar, intentar mover sus límites, buscar diferentes interpretaciones y usarlo para la conveniencia de cada uno.  

El ejemplo más reciente es el mundialmente famoso beso a prepo de Luis Rubiales a la futbolista Jennifer Hermoso, el último gran escándalo machista que afortunadamente terminó de resolverse con la razón del lado de ella y la renuncia del presidente de la Real Federación Española de Fútbol a su cargo, lo que marca un hito en los avances hacia los derechos de las mujeres. Muchos estarán atónitos ante este desenlace. El hombre poderoso pierde su posición por dejarse llevar por sus impulsos y estamparle un beso frente a millones de personas que estaban siguiendo la ceremonia de premiación de las campeonas del mundo. 

Precisamente allí radica la gravedad del gesto: la naturalidad con la que él lo asume, como si fuera algo totalmente inocente, como si él, o cualquier hombre en ese lugar tuviera el derecho de hacerlo asumiendo que del otro lado iban a estar felices de recibirlo. 

Lo más desconcertante (y hasta indignante) para gran parte de las mujeres que nos pusimos en el lugar de Jenni Hermoso fue ver los intentos de Rubiales de justificarse, de hacerlo ver como un acto sin malas intenciones y consentido. Pero probablemente él sea el más desconcertado de todos en esta historia. En primer lugar, porque nunca habrá pensado que ella tal vez no quería ese beso, o si lo pensó, jamás imaginó que ella podía sentirse ofendida. Pero ¿lo hubiera hecho con todas y cada una de las futbolistas? ¿Lo habría hecho si fueran hombres? Seguramente la respuesta a ambas preguntas es no. Entonces, lo hizo porque es una mujer, y porque es una mujer que le genera cierta atracción. Nada de inofensivo.

Y no importó para él si ella estaba de acuerdo con ese beso. No importó en ese momento, ni en los siguientes, cuando tal vez pudo tomar conciencia de su acto impulsivo y pedirle disculpas por su falta de respeto. Porque más allá de si ella lo esperaba o lo quería, asumió que estaba todo bien.

Asumir. Esa es la clave. Asumir sin preguntar. Asumir sin pensar en el otro. Asumir, porque es la manera de manipular la situación para salirse con la suya. Para que el otro no asuma, es necesario hablar, comunicar, decir lo que uno quiere y no quiere. Y sostenerlo hasta que se decida cambiar de opinión, que puede suceder siempre, en cualquier momento. 

Pero sabemos que la comunicación verbal en temas referidos al sexo y a la sexualidad es como una montaña difícil de escalar. Ni los más versados, expresivos y locuaces se sienten cómodos hablando de esos temas en la intimidad. Es un ejercicio que todos debemos aprender. 

En una nota que la periodista Magdalena Cabrera escribió para este número sobre el consentimiento sexual, se describen algunos de los conceptos a los que el presidente de la Academia Internacional de Sexología Médica, Santiago Cedrés, hace referencia con respecto a este tema. Uno es la comunicación clara, hablar abierta y honestamente sobre lo que cada persona desea, porque la comunicación fluida puede evitar malentendidos. Esto suena excelente, pero venimos de una sociedad en la que hasta hace pocos años, un escritor francés que en sus libros contaba sus deseos y relaciones con adolescentes y aun menores, siguió siendo publicado, aplaudido, admirado y premiado hasta 2013. Es el caso de Gabriel Matzneff, que cayó cuando Vanessa Springora publicó en 2020 El consentimiento, en el que cuenta la relación que tuvieron ambos cuando ella tenía 14 y él 50 años, en los 80, frente a la vista de padres, médicos y amigos adultos. 

Pero esto es abuso de menores y es otro tema aún más delicado. Solo es una muestra de los cambios significativos que estamos viviendo en poco tiempo, que pueden dejar a muchos tan desconcertados como a Rubiales. 

El consentimiento explícito, voluntario, con plena capacidad legal y mental (no bajo los efectos del alcohol o las drogas), sabiendo que se tiene el derecho de retirarse en cualquier momento y que puede ser selectivo (para unas cosas sí y para otras no, pues no es un sí general e irrevocable), es un ejercicio que debemos poner en práctica siempre, sin prejuicios ni pudores. Y, sobre todo, no asumir que por no oponerse activamente, la persona está dando su consentimiento. Porque ?como aclara Cedrés? todo se trata de lograr una sexualidad sana, que implica nada menos que el derecho al placer, el principal derecho sexual.