Felisberto Hernández (1902-1964) fue un artista incomprendido. Mientras la generación del 45, con nombres como Manuel Flores Mora, Ángel Rama y Carlos Real de Azúa, se consolidaba como una de las principales corrientes de la identidad cultural uruguaya, su pluma pasó durante mucho tiempo inadvertida para críticos y el público local. Su enorme talento, sin embargo, era más conocido en el piano, con el que sorprendió a sus maestros y que lo llevó a tocar en salas del Río de la Plata. También compuso sus propias partituras y fue la cara visible de más de una musicalización de películas mudas -que por cierto eran más ruidosas de lo que se puede imaginar-.
El multifacético artista también fue aquel bohemio que desafió las normas sociales al casarse con cuatro mujeres -una de ellas fue espía de la KGB, cuyo nombre real era África de las Heras- y vivió más de una etapa en las penumbras. Con el tiempo, cambió el teclado del piano por las máquinas de escribir para narrar sus cuentos en minúsculos libros, que aún son guardados con cariño por su nieto, Walter Diconca Hernández, en la fundación que lleva su nombre. Y que fueron una fuente de inspiración para artistas del tenor de Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, quien confesó que de no haberlo leído, no hubiese sido el escritor que fue. El reconocimiento del escritor estuvo, sí, pero lo cierto es que a Felisberto le llevó mucho tiempo posicionarse entre los escritores uruguayos."A mí me van a leer 50 años después de que me muera", decía. Y cuánta razón tenía.

Ahora, y a más de 50 años de su muerte, su legado está más vivo que nunca. Los cuentos que les leía a sus hijas y a sus nietos fueron traducidos a varios idiomas y su nombre aparece en la colección Biblioteca Artigas, que reconoce a los escritores uruguayos. No es -y probablemente nunca será- un autor masivo, pero su pluma encontró un lugar estable y protegido por la historia de la literatura hispanoamericana. Incluso es el centro de la Fundación Felisberto Hernández, que desde un rincón montevideano guarda sus primeras narraciones, las cartas que les mandaba a sus enamoradas y lleva un relato exquisito sobre la vida de este bohemio rebelde. "Fue un artista, un hombre incomprendido en varias etapas de su vida. Pero lo que importa son los hechos y yo he hecho un gran esfuerzo por recuperar su memoria", cuenta su nieto, desde la fundación. Lo mismo sucedió con el dramaturgo Doménico Caperchione, quien lo tomó como inspiración para la obra Devenir Felisberto, que se presenta hasta este domingo 15 en el Centro Cultural de España.
Una historia de novela. Antes de recordar su infancia, releer sobre sus amoríos y las experiencias que marcaron su carrera, se podría decir que los orígenes de Felisberto Hernández son dignos de una comedia. Su padre, Prudencio, era un español que se había instalado en América junto con su madre por una disputa familiar. Él trabajaba como jardinero y ella era la hija de un ingeniero que había estado encargado de construir el faro de Tenerife; se habían enamorado pero la relación era desaprobada por los padres. A ella la desheredaron y ambos partieron a probar suerte en el nuevo continente. "Más tarde Felisberto iba a repetir la historia con mi abuela", anticipa su nieto.
Después de instalarse en Montevideo, Prudencio conoció a la rochense Juana Silva, con quien se mudó al barrio Atahualpa y tuvo cuatro hijos. Ahí fue donde nació Felisberto, un niño que pasó su infancia tocando la guitarra y cantando con su madre. Y que pronto iba a sorprender por sus habilidades artísticas. "Su vida estuvo marcada por grandes influencias. Su maestro de sexto año tuvo una percepción muy temprana de lo que valía; lo invitó a su casa, le compartió su biblioteca y discoteca. Él ya había visto su sensibilidad", cuenta su nieto. Era un aprendiz rápido y dedicado.
A los nueve años, Felisberto se encontró con su primer piano en las clases con la francesa Celine Moulie, amiga de su madre. Testimonios de la época dicen que podía estar hasta 10 horas frente al teclado. Al poco tiempo ya empezó a tocar en salas de clubes y pronto debutó con conciertos en el cine mudo; por aquel entonces, las películas eran musicalizadas por el piano. Dicen que el joven necesitaba unas pocas partituras para recrear el ritmo de las escenas que se proyectaban en la pantalla y disfrutaba de seducir al público con composiciones de Buster Keaton y Valentino. Así, y en poco tiempo, completó su agenda con giras de hasta 80 recitales por todo el país. Incluso llegó a presentar Petroch y Negros en Vergara, un pueblo en Treinta y Tres que ni siquiera tenía servicios básicos como agua y luz. "Era un artista dedicado; llegaba al menos media hora antes a las funciones y estaba listo", recuerda Walter.
Influenciado por su gran maestro Clemente Colling, Felisberto cumplió 20 años con una incipiente carrera de músico y compositor. Tal y como muestra Primavera (1922), sus creaciones eran íntimas, estaban inspiradas por historias personales y tenían giros inesperados. "El tema dominante es sencillo, transparente, pero en su paulatino desarrollo se metamorfosea para darnos una alta sensación de belleza y poesía", escribía sobre Primavera un crítico del diario El País. Aquella composición estaba dedicada a su primera esposa, María Isabel Guerra, con quien repitió la famosa historia de sus abuelos. Ella era parte de una familia pudiente de Maldonado y él era un artista bohemio. Dicho de otra manera: fue tan aceptado como su abuelo. "Ellos eran pianistas y la excusa que encontraron para tocarse las manos fue con el piano. Es una historia de amor que se va repitiendo y yo existo gracias a eso", cuenta Walter, que es el hijo de María Isabel, la primera hija de Felisberto. El compromiso, sin embargo, no fue eterno. El Uruguay del siglo XX tenía una sociedad conservadora, pero poco les importó a Felisberto y María Isabel quebrar las normas y anunciar su divorcio una década después de su casamiento. Su soltería fue corta: pronto conoció a la pintora Amalia Nieto, con quien tuvo a su segunda hija, Ana María.
Aquel amor quedó documentado en una serie de correspondencias que sobrevivieron al paso del tiempo. Lo cierto es que Felisberto vivía como un pianista itinerante entre la orquesta del café La Giralda, en Montevideo, y los teatros en Buenos Aires. Y como mantener la relación a distancia podía llegar a ser difícil -sus hijas incluso sufrieron esa sensación de "abandono"-, la pareja se adaptó con un sistema de cartas escritas a puño y letra. Según se supo hace unos años, se llegaron a mandar más de 100 correos en un intenso intercambio romántico. Él escribía y ella dibujaba, en un atractivo relato que desdibujaba los límites de la ficción con la literatura. Cuando estaba de gira él decía que la extrañaba, le contaba cómo eran los recitales, la decadencia de los hoteles y las dificultades para conseguir dinero. Porque Felisberto tuvo una vida envuelta en dificultades económicas y más de una mala racha. "Fue muy dura la supervivencia tanto en Uruguay como en Francia (donde se mudó al separarse de Amalia), sí, pero tenía una riqueza que no tenemos hoy. Estaba en tertulias con Vaz Ferreira, Torres García... Se juntaba con amistades de renombre y discutían sobre psicología o filosofía", dice Walter.
Años que alimentan leyendas. Además de desarrollar una carrera como pianista, Felisberto Hernández tuvo una basta producción literaria. De 1925 a 1941, publicó en imprentas y diarios del interior joyas como Fulano de tal y Libro sin tapas, dos ediciones que pasaron bastante desapercibidas entre los lectores. No era masivo y era poco reconocido por los críticos. Sin embargo, este músico recién dejó su carrera como pianista después de la publicación de Por los tiempos de Clemente Colling, uno de sus relatos más autobiográfico.

Escrito desde la casa de su hermano Ismael en Treinta y Tres y editado por la casa González Panizza, este libro reunía anécdotas con el profesor de piano, sus vivencias de adolescente y más de una reflexión. Fue un momento clave en su carrera: al poco tiempo escribió El caballo perdido y obtuvo una beca del gobierno francés -para vivir en Francia- que cambió su rutina. Ya separado de Amalia, en 1946 se mudó a la ciudad donde se cocinaron la mayoría de las anécdotas que alimentaron las leyendas sobre sus relaciones amorosas. "Hay una historia que es increíble: él estaba en Francia y sus amigos fueron a despedirlo. Felisberto fue a la estación con una inglesa, que lo despide y llora. Pero él se sube y se baja en la próxima estación porque en verdad se iba al otro día. Ahí los amigos vuelven al mismo lugar a despedirlo de María Luisa, que después iba a ser su esposa", recuerda su nieto entre risas.
Ni Felisberto ni su familia lo sabían, pero María Luisa -una mujer que se instaló con él en Montevideo y trabajó como modista- era una espía que en verdad trabajaba como agente de la KGB. Por si faltaba un poco de condimento en sus relaciones, la tercera mujer de Felisberto era una coronela soviética mandada a seducirlo. Ambos tuvieron una relación breve e intensa . "Yo siempre digo que mi abuelo me dejó cuatro abuelas magníficas porque eran seres divinos. Amalia me invitaba al chalet que tenía con su compañera (era lesbiana) en Punta del Este; con María Luisa nos llevábamos muy bien. Era imposible no quererlas", dice su nieto.
Después de su tercer divorcio, Felisberto se enamoró de la dramaturga Paulina Medeiros, quien inmortalizó su relación en un libro donde muestra su correspondencia y lo define como una persona "leal". Poco tiempo después llegó Reina Reyes, una profesora de pedagogía y escritora con quien contrajo matrimonio por cuarta -y última- vez. Ella tuvo un papel decisivo en su vida; lo apoyó y logró que lo admitieran como taquígrafo en la Imprenta Nacional. Sin embargo, y tal como era de esperarse, la pareja se separó y él se fue a vivir con María Dolores Roselló.
Por entonces Felisberto ya no era él mismo; sufría de obesidad y se enfermó de leucemia. Hacía tiempo había abandonado la escritura, y les contaba sus cuentos a su nieto y a sus hijas con cierta melancolía. Así como ocurre con otros escritores, su obra se volvió una forma de recordar su adolescencia, esa ingenuidad y energía de la juventud. Pero lo cierto es que las historias excepcionales lo acompañaron hasta su muerte. Además de recibir el certificado de divorcio para volver a casarse por quinta vez -una acción que no llegó a concretarse-, Felisberto se enteró de que estaba enfermo de una forma bastante peculiar. Estaba internado en el Hospital de Clínicas y un día fue visitado por un profesor que estaba dando una clase. Para que no se enterara de lo que estaban hablando, el doctor dijo el nombre de su enfermedad en francés, pero era un idioma que Felisberto manejaba con naturalidad. "Así se enteró de su leucemia", recuerda Walter.
El escritor y compositor murió a los 61 años sin ser consciente -ni realmente reconocido- del impacto de su carrera en la historia de la narrativa uruguaya, pero la musicalidad y el estilo de sus cuentos pronto se volvió poderoso. Con el impulso de la Fundación Felisberto Hernández, los reconocimientos de las autoridades y la reedición de sus obras, su pluma se volvió una fuente de inspiración para nuevos artistas y lectores. En el prólogo de la versión italiana de Nadie encendía las lámparas, el periodista Italo Calvino lo define como un narrador único con una magia especial. "Es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos; es un francotirador que desafía toda clasificación y todo marco, pero se presenta como inconfundible al abrir sus páginas", decía en 1974. El tiempo parece darle la razón.
Entre Colling y el piano

El mes de diciembre empezó con un estreno especial para la familia de Felisberto Hernández. Tras más de un año de trabajo, en el subsuelo del Centro Cultural de España se presentó la nueva obra del dramaturgo Doménico Caperchione, Devenir Felisberto. Inspirada en el libro Por los tiempos de Clemente Colling, esta pieza teatral hace un recorrido por la adolescencia del artista, muestra la influencia del profesor en su vida y cuenta cómo era —al menos en parte— su dinámica familiar. Es un viaje al siglo pasado con textos y reproducciones de citas de Felisberto que muestran su poder actual. “Él es uno de los grandes escritores que tenemos. Elegí este libro pero también mezclé fragmentos de otros textos que formaron el esqueleto. Lo admiro y quería mostrarlo”, cuenta el director. La obra, que va hasta el domingo 15, está protagonizada por el versátil y multifacético Agustín Urrutia y el pianista Agustin Texeira. Es un pequeño recorrido que muestra la eterna nostalgia de Felisberto, tan presente en su vida y su obra.