La bióloga y paisajista argentina, radicada hace años en Uruguay, inauguró un taller de arte en Carrasco con otras seis artistas independientes
La bióloga y paisajista argentina, radicada hace años en Uruguay, inauguró un taller de arte en Carrasco con otras seis artistas independientes
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn las obras de Karina Hogg hay formas inspiradas en microorganismos, hay naturaleza, maternidad, infancia. Hay cotidianidad que se transforma en fantasía: cartoncitos de sobres de té como pétalos de hortensias, hojas cuadriculadas que conforman un árbol. Música y baile se manifiestan en algunas de sus obras de una forma tan abstracta como literal; llegó a pintar una de sus piezas danzando sobre un lienzo al ritmo de Rita Pavone.
Hogg se pregunta en qué se convertirán los pirotines de bombones que reposan sobre la mesa. Lo que a ojos del resto es descartable, para ella es potencial materia prima. “Hay un montón de cosas que se nos escapan. El desafío es no salir a buscar o comprar algo, sino convertir lo que ya está alrededor. Soy de las que miran las nubes y ven un gato sacando la pata y queriendo comer galletitas. Lo mismo me pasa con los materiales”, explica la artista argentina radicada en Uruguay desde 2002 (a excepción de tres años en los que vivió en Buenos Aires) junto a su esposo, el empresario Marcos Galperín, y sus tres hijos de 21, 19 y 16 años.
La misma mesa también está ocupada por una de sus obras en proceso. Capas y capas de pintura verde junto con bollos de papeles configuran un paisaje de islas vistas desde arriba, como un mapa. “Ahora está todo muy prolijo porque me acabo de mudar, pero por lo general tengo cajas donde están todos los verdes, todos los azules, y así con todos los tonos”.
El taller desde donde crea se llama Caos, y fue inaugurado oficialmente este mes en Carrasco con otras seis artistas independientes (Nacha Lissarrague, Mariana Blanco, Adela Schormair, Inés Márquez, Melanie Glass y Amalita Locicero), quienes proyectan una obra en conjunto para el segundo semestre del año. En Caos también se ofrecen workshops relacionados con el arte.
De profesión bióloga y paisajista, a Hogg le cuesta definirse como artista; mejor dicho, le resulta difícil asumir rótulos en general. “Uno se va dando cuenta de que hace un recorrido y cómo se cose una cosa con otra. Mirás mis obras y deducís que estoy atraída por la naturaleza, por la parte de microorganismos”. Y en sus obras, tan variopintas como ella, se percibe la coherencia entre su historia, sus pasiones, profesiones y aspiraciones.
Aunque se inclina hacia el arte desde niña, fue en 2016 cuando empezó a asistir a los talleres de la artista argentina Mercedes Castro Corbat —reconocida sobre todo por sus colecciones de joyas— y encontró en las artes plásticas una vía de expresión. Inspirada en Henri Matisse, pintor francés que por problemas de salud empleó el collage en sus últimas obras, Hogg utiliza esta técnica para sus relatos. “Muchas veces el hilo conductor es alguna historia, alguna letra de una canción, para mí una obra tiene que cantar; la tengo que mirar y me tiene que resonar musicalmente”, señala. De todas formas, tampoco se queda en el collage, ni en las artes plásticas. “Son momentos, y no me gusta encasillarme porque si no pareciera que uno tiene que terminar haciendo siempre lo mismo”.
Durante setiembre de 2022, en el hall principal de Aguada Park, la artista expuso la serie Árboles nativos de Uruguay, compuesta por cinco obras. En una de ellas, las charreteras de Artigas se resignificaron para oficiar de flores amarillas de un ibirapitá (conocido en el país como el árbol del prócer). El palo borracho, denominación popular de la planta Ceiba insignis, cobró su sentido más literal en otra de las obras de esta serie. “Lo hice medio psicodélico, como si estuviera pasado de rosca, entonces las flores están en una dimensión distinta a la del tronco. Tiene sus formas características, pero está todo un poco exagerado”, detalla.
Creó una serie inspirada en su madre sobre hortensias, flores que pese a ser de sus favoritas, nunca logró que plantara en su jardín. “Venían con el mito de que si plantabas hortensias no se casaba la hija, un disparate. Entonces interpreté a mamá como una hortensia, la flor que me gusta a mí y nunca pudo estar plantada, con características de mamá”. Los pétalos de las hortensias están hechos de etiquetas de té, o con tiras de las telas con las que le confeccionaban sus vestidos de niña.
¿Cómo llegó a la técnica del collage?
Mi profesora, Mercedes Castro Corbat, tiene un taller de técnicas mixtas en Argentina. Su taller es muy abierto, en el sentido de que cualquiera que tiene ganas de explorar la creatividad tiene ahí un espacio donde ella te va guiando y te va apretando algunas clavijas como para que vos sola vayas encontrando tu hoja de ruta. Entonces cuando me encuentro charlando con ella y me pregunta qué voy a hacer o qué me gusta, yo le empecé a contar que disfrutaba mucho de la literatura infantil, que me encontraba muy atraída por todas las ilustraciones, no solamente como madre contándoles cuentos a mis hijos, sino que de niña me encontraba sumergida en esos cuentos fantasiosos. En mi casa había unos discos que ponías en el tocadisco y te contaban una historia y vos solamente escuchabas y la imaginabas. Cuando me presenté con todas mis compañeras, las vi haciendo de todo, porque además es un espacio muy muy rico en ese sentido. Tenés desde la que está haciendo una escultura, una lámpara, otra que está haciendo un bastidor con acrílicos, todo muy diverso. Un poco intimidada le digo: “Mercedes, no sé por dónde empezar”. “¿Podés hacer un cuento para chicos?”, me preguntó, y me dijo que agarrara los materiales que quisiera, y enseguida me atrajo mucho el tema de los papeles. Había leído un poco sobre Matisse y cómo había terminado su vida haciendo lo que él llama los cut-outs. Como no podía pintar por sus limitaciones físicas, empezó a cortar papeles con una tijera y empezó a darles formas, y cuando vi esos trabajos me fasciné.
¿Cuál fue su primera obra?
Fue una historia que hice para mi hija, un libro que después lo encuaderné y se lo regalé para fin de año. Era justamente una historia de una niña que era un poco el caso de ella, que iba migrando. Acabábamos de llegar de Uruguay a Argentina, entonces era un poco el ciclo del desarraigo y el arraigo, y cómo uno va pasando por distintas etapas en los cambios que son las mismas etapas que pasa la naturaleza; el momento del otoño donde todo empieza a cambiar, el invierno donde de golpe todo se aquieta y uno piensa ‘uff, qué duro, qué frío’, pero en realidad necesitás de ese invierno para calmar, para que después todo resurja en la primavera. Es un poco el ciclo que hace cualquier planta y que nosotros también lo hacemos cuando pasamos por cambios, por ejemplo, el cambio de país.
¿Influyó la maternidad en su inclinación hacia el arte?
Sí, definitivamente, porque ahí volví a conectar con los libros. Para mí, era muy sagrado el momento de contar el cuento a los chicos, y creo que ahí fue, con mi hija menor, cuando volví a conectar con eso. Al estudiar biología, obviamente, estoy sumergida en el ambiente de la naturaleza, y cuando empecé a estudiar paisajismo muchos años después, empezó a aparecer más el diseño, empecé a soltar más la mano, y si a eso le agregás los cuentos infantiles…
¿Cuándo su veta artística dejó de ser un simple hobby?
No hubo un momento donde haya dicho: “Bueno, ahora empiezo a hacerlo en serio”. Creo que hay pequeños pasitos que uno va dando, como lo del taller (en Carrasco), que surge porque cuando vivía en Argentina iba dos veces por semana al taller donde trabajaba con mi profesora y con muchas otras compañeras, y cuando me vine a vivir acá extrañé eso. Al principio lo hacía online, y funcionó bastante bien, había una muy buena dinámica, pero extrañaba el trabajar con alguien porque lo que tiene esto es que puede ser un poco solitario, son muchas horas que estás sola, versus otros trabajos. Entonces trabajé con otra chica que conocí en una muestra, que le pasaba un poco lo mismo y decidimos que yo iría un ratito a su taller y ella un ratito a mi casa, que tengo un taller al lado, y ahí trabajábamos. Después encontramos que a varias nos pasaba lo mismo, y quisimos armar una especie de comunidad. Lo lindo que tiene este espacio es que cada una tiene un área, un sector, y tenemos espacios que son de encuentro. Si estás trabado en algo, se lo mostrás a tus compañeras, hay un ida y vuelta; también habrá workshops y clases. A mí me encantaría, por ejemplo, traer a Mercedes, mi profesora de allá. La idea es que este lugar genere eso, que tenga las puertas abiertas a alguien que tenga ganas de venir puntualmente un día a aprender sobre tal tema.
¿Cómo son sus procesos creativos?
Una cosa que siempre está es la música. Siempre siempre. Muchas veces es el disparador. Si me preguntás cuál es el tipo de arte que más me llega, es un arte que tiene combinada la música, el baile y lo visual. Me encantan los musicales, como que me pierdo porque básicamente es una historia contada cantando y bailando. Cada vez que puedo veo alguna obra, entonces cuando hago mis trabajos muchas veces está eso por detrás. Hay veces que una obra te cierra en dos minutos, hay veces que te ayuda la mirada de afuera. Levantarte de la mesa, mirarla de lejos, darla vuelta, llamar a alguien. El desafío es no salir a buscar o comprar algo, sino en qué puedo convertir lo que ya está en la vuelta. Hay un montón de cosas que se nos escapan, y también todo depende de dónde tenemos puesto el ojo. Para mí, parte de lo fantasioso es tratar de convertir lo cotidiano en algo extraordinario.
¿Cree que el camino hubiera sido el mismo si se quedaba en Argentina?
Creo que sí. Cuando me vine a vivir acá dije: ¿qué hago sin el taller de Mercedes?, y uno le encuentra la vuelta, y a veces esos desafíos hacen que puedas terminar haciendo algo que nunca te imaginaste, como este espacio. Este taller al final me está sirviendo más que si estuviera trabajando en Buenos Aires sola. Igual estoy muy cerca. De hecho, viajo un montón porque mis clases de allá las sigo, cuando no las hago de manera virtual, me voy para allá y lo hago presencial.