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“Para Susana Soca:/
por ser la más desnuda / forma de la piedad / que he conocido; por
su talento”, escribió como dedicatoria en su novela
Juntacadáveres,
de 1964, uno de los autores más reconocidos de su generación, Juan
Carlos Onetti. Sin embargo, la figura que destacó, su mecenas y
amiga, se desdibuja y pierde en el tiempo como una flor cuyo
esplendor deja solo una estela.
regenerado
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Dueña
de una belleza sutil, se paseaba por Montevideo y París con la
soltura de quien desde pequeña se vio rodeada de una vasta vida
cultural, que la marcó en sus 53 años de vida. Hija del médico y
político Francisco Soca y la aristócrata Luisa Blanco Acevedo,
Susana le dedicó su vida al arte, en especial a las letras. Se codeó
con personajes como Pablo Picasso, quien la pintó; aprendió ruso
para cartearse con Boris Pasternak, autor de Doctor
Zhivago;
su casa era visitada por María Eugenia Vaz Ferreira, Carlos Sabat
Ercasty, Carlos Reyles, Orfila Bardesio.
Ese
hogar de invierno, ubicado en la calle San José, es testigo de
tertulias y conferencias. Sus paredes estaban adornadas con pinturas
de las que ya ni el recuerdo queda, porque después de la trágica
muerte de Susana en 1959, la única pariente que quedó fue su madre,
y se especula que en los 10 años que la sobrevivió se fue
desprendiendo de todo lo material. Esa casa que la vio nacer tiene su
propia historia, tan trágica e interesante como la mujer que vivió
en ella.
Las escaleras forman parte de la esencia del hogar de invierno de Susana Soca, que estuvo abandonado durante varios años.
Susana
nació en 1906 en una de las habitaciones de la residencia que
Francisco había comprado en 1898, ya construida, para vivir con la
adinerada Luisa. Allí pasaban los inviernos, porque además tenían
una casa de verano en Carrasco y un casco de estancia en Canelones
llamado El Chalet de la Viuda, un sitio que en la actualidad está
siendo restaurado. “Viajaban mucho porque era una familia muy
acaudalada. Él se formó en La Sorbona, por lo que hablaban francés
de manera fluida. Susana fue bautizada en la catedral de Notre Dame.
Sus estudios fueron en su hogar con los mejores tutores. Su padre
tenía al menos 4.000 libros y una colección de arte muy importante.
Desde muy pequeña estuvo rodeada de letras, llegó a hablar siete
idiomas, fue una amante del arte”, cuenta con evidente admiración
Sofía Casanova Amoroso, coordinadora general de Ánima Espacio
Cultural, un centro que funciona en la casa de la poetisa.
Según
el documental dirigido por Deborah Rucanski, encargada del Área de
Letras y Patrimonio de Ánima, la soltería de la protagonista de tan
peculiar historia estuvo marcada por una relación estrecha, y hasta
se podría decir que algo férrea, con su madre, pero esto no le
impidió tener varios candidatos, entre ellos Felisberto Hernández.
De todas formas, Sofía asegura que su “vida privada siempre fue
muy privada”.
Durante
la Segunda Guerra Mundial, Susana pasó 10 años en Francia. En un
momento asumió el cargo honorario de agregada cultural de la
Embajada de Uruguay, por lo que podía moverse con la soltura de una
diplomática.
Su
gran proyecto cultural vio la luz en 1947 y se llamó Cahiers
de La Licorne,
(nombre que remite a la constelación de la Licorne que se ve desde
los dos hemisferios). Los tres primeros números de esta revista
literaria se publicaron en Francia y los siguientes en Montevideo
bajo el nombre Cuadernos
de La Licorne.
Fue el sótano de su casa la editorial y el punto de encuentro de los
intelectuales de la época.
“Ella
también escribía, solo que fue publicada de manera póstuma, ya que
antes de tomar el avión que la llevó a su muerte, le entregó los
originales a su asistente (Guido Castillo) y este después los
publicó”, relata Sofía. Casi como presintiendo lo que iba a
suceder, dio sus manuscritos y, a pedido de su madre Luisa, tomó un
vuelo de Lufthansa
que hizo escala en Río de Janeiro, que se prendió fuego al
aterrizar y Susana murió en el accidente, a sus 53 años.
En
el libro Rara
avis,
Claudia Amengual cuenta una anécdota que une la vida de Susana con
su hogar y evidencia la gran sofisticación de la construcción. En
la cochera, uno de los espacios que ya están restaurados y en
funcionamiento, la familia había mandado a construir una plataforma
giratoria. Según el relato, tenían autos de alta gama y como en esa
época eran difíciles de maniobrar mandaron a instalar una
estructura que los pusiera de frente a la calle para poder salir sin
mayores dificultades.
En el patio, el emprendimiento de realidad aumentada Books on Wall hace que la ilustración de Susana Soca cobre vida.
De
los libros, las obras y los muebles ya no queda nada. El Picasso que
la retrata está perdido, lo más probable, con alguno de sus
parientes. La casa está vacía, quedan como testigos el portón de
entrada, las molduras de yeso y una enorme escalera de mármol en la
que Susana se sacó una de las pocas fotos que la sobrevivieron.
Una
casa, una aventura.
Desde hace más de un año, Ánima funciona en la casa de Susana
Soca. En ese tiempo lograron reconstruir una parte, en especial la
cochera, después de estar en desuso por más de seis años. Antes
había pertenecido a la Oficina de Comunicación de ANEP. Como había
sido un edificio ocupado por oficinas públicas, había restos de
todo tipo de materiales. Después de que dejó de ser usada por el
Estado, fue ocupada por intrusos y debió ser tapeada para que no
ingresaran de forma ilegal.
“El
estado de la casa era como el de una película de terror, entre
basura, ropa y lo que quedó de las fogatas”, dice la coordinadora
del centro cultural. En los primeros meses se dedicaron a la limpieza
con la ayuda de la Intendencia de Montevideo para sacar la basura.
Luego empezaron a ver qué lugares podían ocupar, la electricidad no
funcionaba y llegaron a estar dos meses sin baño ni agua. Poco a
poco se fueron habilitando algunas habitaciones para que funcionara
una oficina y lograron poner en marcha un baño.
En el sótano estaba instalada la revista literaria Cuadernos de la Licorne.
Antes,
Ánima funcionaba en lo que fue el taller de Guillermo Fernández,
por lo que tenían experiencia en recuperación de espacios
culturales. El gran desafío de la casa de Susana fue la dimensión
del edificio. Con al menos mil metros cuadrados, el lugar suponía un
gran trabajo que al principio creyeron no poder afrontar. Pero con la
historia de Susana muy presente y el reto que supone reavivar su vida
y su figura, se fueron amoldando y este Día del Patrimonio (7 y 8 de
octubre) será la segunda vez que la abrirán al público. “Nos
fuimos entusiasmando con la historia de Susana Soca y de la casa. Hay
todo un mundo para develar. Nos fuimos enroscando y engranando con
las posibilidades del espacio, porque si hay algo que los gestores
culturales y los artistas necesitamos es espacio para crear y
compartir. Fuimos soñando con todas las posibilidades que la casa
nos iba a dar y dijimos que sí”, dice la coordinadora de Ánima,
un espacio de aprendizaje no formal, donde se exploran las artes, los
oficios y las actividades para el bienestar de las personas.
En la fachada sobre la calle San José todavía está el escudo nacional colocado cuando allí funcionaban oficinas de ANEP.
Como
siempre sucede en los proyectos de reacondicionamiento edilicio, uno
de los principales problemas son los costos. En este caso, por
ejemplo, reparar la azotea puede llegar a salir unos 20.000 dólares.
Otro tanto costará la instalación eléctrica y la fachada.
Tanto
la casa como la vida de Susana Soca tienen una historia que vale la
pena recuperar, no solo porque se trató de una mujer que fue figura
de la sociedad del momento, sino porque supo enriquecer la vida de un
Montevideo que disfrutó de las mieles del esplendor, cultural y
material.