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Música de la Tierra: un festival con identidad y sin huella

Se celebra el primer fin de semana de noviembre en el Parque Roosevelt y sigue un plan de sostenibilidad para neutralizar el carbono que el propio evento emite

Los tres días de amor y paz de Woodstock, en 1969, son considerados como la síntesis perfecta de un festival de música. La historia rosa suele omitir las toneladas de basura y de polución de hidrocarburos que dejaron medio millón de personas en una granja en Bethel, Nueva York. Si bien esta celebración se reeditó varias veces después, su ansiado aniversario 50, en 2019, fue cancelado. Se habló de que varios artistas se bajaron del cartel, con Jay-Z y Miley Cyrus a la cabeza. También se habló de que los nuevos tiempos obligaban a repensar el impacto que producían estos festivales.

regenerado

“En algún momento, Woodstock simbolizó el regreso utópico a la naturaleza, pero los festivales de hoy son difícilmente idílicos. En el Reino Unido, 23.500 toneladas de basura se generan anualmente en los festivales, de las cuales solo un tercio es reciclado”, escribió Vogue en agosto de ese año rico en cancelaciones de grandes eventos similares: Livewire en Blackpool, Doctor Music de Barcelona, Mamby on the Beach de Chicago y VestiVille en Bélgica.

Estas nuevas sensibilidades dieron nacimiento al festival Música de la Tierra (MDLT), que el fin de semana del 4 y 5 de noviembre celebrará su próxima edición número 13 en el Paseo Pelouse Racine del Parque Roosevelt, en el límite de Canelones con Montevideo, con entrada libre. Desde la primera vez en 2011 hasta la pandemia, se realizó en Jacksonville, y el año pasado la locación elegida fue la Fundación Atchugarry, en Manantiales, Maldonado.

Moriana Peyrou y Diego Barnabé, directores de Música de la Tierra. Foto: Valentina Weikert Moriana Peyrou y Diego Barnabé, directores de Música de la Tierra. Foto: Valentina Weikert

“Este es un proyecto que le gusta poner mucho la atención en los entornos y paisajes que tengan que ver con el concepto del festival”, dice a Galería su director, Diego Barnabé. El concepto es un festival sostenible con visión de triple impacto: económico, social y ambiental. Y en esta edición en particular se quiso ir más lejos y no salirse de la premisa de “dejar huella en la gente y no en el planeta”. ¿Será posible?  “En este caso, el Roosevelt es un entorno de naturaleza cuidado y en proceso de recuperación; hay un plan estratégico puesto en marcha para eso. Para nosotros, eso tiene mucho que ver con lo que hacemos: un entorno verde y una intención de cuidar ese lugar, de recuperar lagos, de plantar nuevas especies vegetales y de apostar a lo educativo. Hay mucha sinergia con el proyecto nuevo”, agrega.

La gacetilla de prensa de esta nueva edición habla de “espacio público privilegiado” y de “pulmón verde central de la Ciudad de la Costa y el área metropolitana” al referirse al Parque Roosevelt, de 350 hectáreas que incluyen bosques, lagos, playas y humedales.

Claro que es imposible que las 30.000 personas estimadas que llegarán al Pelouse Racine, atraídas por los 20 espectáculos artísticos distribuidos en tres escenarios, los más de 50 talleres sobre biodiversidad, sostenibilidad, gastronomía, salud y patrimonio, los más de cien stands de productos orgánicos y la plaza de comidas (sin comida “chatarra” ni fast food), no dejen huella.

Menos impacto. “Obviamente, al celebrar nuestro vínculo con la tierra nuestro principal interés es el cuidado del ambiente. En cada festival damos un paso más en la gestión de residuos para minimizar el impacto”, señala Barnabé. MDLT se basa en la norma ISO 20.121 para implementar su plan de sostenibilidad con el que quiere alcanzar la neutralidad de carbono, que es reducir la misma cantidad de dióxido de carbono que el propio evento emite.

En el tema de los residuos, Barnabé dice que hace tres años que el festival no elabora información alguna en papel, realizando todas las comunicaciones de manera digital. Los vasos y los envases utilizados para la parte gastronómica son reciclables y pasibles de ser reutilizados. También se trabaja con proveedores locales para que los traslados sean más cortos y con eso se utilice menos combustible. “Nuestra apuesta pasa por reducir lo más posible la generación de residuos”, sintetiza.

MDLT promueve cinco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible impulsados en 2015 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU): la igualdad de género (en el escenario y en la organización, donde incluso predominan las mujeres en cargos de responsabilidad), la producción y el consumo responsables, la acción por el clima, el respeto a la vida de ecosistemas terrestres y las alianzas con distintas asociaciones para alcanzar los objetivos buscados. Por supuesto, los residuos que inevitablemente se produzcan serán recolectadas por empresas que clasifican y reciclan. “Por primera vez vamos a medir el impacto que genera este festival con un protocolo específico”, dice el director.

Regina Chiappara, responsable de sostenibilidad en el equipo organizador del festival, cuenta a Galería que MDLT se basa en la metodología del Greenhouse Gas Protocol (GHG Protocol), el estándar más utilizado internacionalmente para reducir emisiones de gases de efecto invernadero. “Esa norma te va tirando pautas con las que identificás los distintos procesos de producción y los divide según su alcance: el primero es el de los combustibles y los generadores, el segundo es el eléctrico y el tercero, que surge de una estimación bastante voluntaria, depende de la movilidad del público”. Este último también incluye la hotelería y los traslados cercanos de artistas. Se trata de que todos los insumos necesarios estén cerca, para reducir —nuevamente— el uso de combustible. Incluso hasta los baños químicos deben provenir del entorno cercano. Chiappara indica que el festival promueve el uso del transporte colectivo para evitar la acumulación de vehículos particulares, así como la promoción de ciclovías que unan Canelones con Montevideo y el uso de aplicaciones de vans o buses como Bondit. En las redes y en la web del evento (musicadelatierra.org) se encontrará información sobre locomoción al evento.

Sin embargo, se hace lo que se puede en el momento que se puede y dónde se pueda. “Lamentablemente no hay acá y ahora alternativas ecoamigables para un escenario. No hay tampoco generadores de hidrógeno verde”, dice la responsable. “Lo verdaderamente interesante del cálculo de la huella pasa por la mejora continua. Claro que eso te sirve solo si tomás acciones, los datos por sí solos no sirven de nada”, concluye Chiappara.

Todo verde. En un festival en que la sostenibilidad es el eje central, todas las demás patas de la mesa tienen que estar alineadas. La plaza gastronómica apunta a una alimentación saludable y variada, con alternativas para veganos y celíacos. También se promueven degustaciones e intercambios entre el público que se acerque al Roosevelt y los cocineros locales.

Al ser un festival diurno, que comienza al mediodía y tiene a las 20 horas el inicio del último espectáculo artístico, el público es predominantemente familiar. “Está pensado para el disfrute de niños y de adultos, algunos irán por la música y otros, por los talleres. Tenemos una curaduría muy exigente para la parte artesanal, preferimos a los que apunten al reciclaje de residuos y productos artesanales novedosos que a la vez sean bellos desde el punto de vista artístico”.

Así como la entrada es gratis, también lo es la asistencia a los distintos talleres. Eso sí: por un tema de cupos algunos de ellos requieren inscripción previa en la web del evento.

Apelando al promedio y la tendencia de eventos anteriores, se esperan unos 30.000 asistentes ese fin de semana de noviembre. En la última edición, en Maldonado, rondaron los 20.000. El salto se augura en función del regreso a la zona metropolitana de Montevideo. Según la gacetilla de MDLT, la misma que habla de 200 empresas participantes, incluyendo auspiciantes y organizadores y 180 artistas, expositores y talleristas, es un público entendido en temas como diversidad, patrimonio, equidad, inclusión y cuidado del medio ambiente.

Por supuesto, hay música, razón última de realizar un festival. La grilla, ya disponible en el website, incluye artistas de Argentina (Loli Molina y Pedro Rossi) y Brasil (como Boca Livre). Desde Uruguay, los nombres más conocidos son los de Vera Sienra, Pinocho Routin, Ana Prada y Florencia Núñez. Más allá de la calidad de los participantes, la elección pasa por un filtro que no tiene la popularidad como su principal eje. “Desde el inicio, Música de la Tierra se interesó en las músicas identitarias de la región, que se van perdiendo de la mano de la globalización. No me gusta usar la palabra folklore porque es muy vaga y se presta a manipulaciones, por eso preferimos hablar de música ‘de raíz’ o ‘identitaria’, pero con una lectura desde el presente. Por eso programamos artistas que hacen una relectura novedosa de la música que le da identidad a la región”, explica Barnabé.