El futuro se construye de una serie de momentos presentes, dice el suizo
Nicolas Rauss, flamante director de la Orquesta Sinfónica del Sodre. En alguno
de esos momentos dejó de usar saco negro, moña y camisa blanca durante los
conciertos. En otros, también fue abandonando cualquier tipo de imposición
hacia los músicos, aunque nunca ejerció un liderazgo tan vertical, asegura.
Ahora usa camisas de colores estridentes, e intenta que su ego permanezca fuera
de las salas de ensayos y de los conciertos. A los 61 años, entiende que no es
el mismo director que era a los 25, ni a los 50. Pero ahora se siente mucho más
cerca de dos palabras que lo llevaron a los 20 a dedicarse a la música: placer
y vivencia. Percibida como antónimo de otras palabras que no le gusta
pronunciar –y que suspira cuando lo hace–, como excelencia, éxito,
nivel y perfección, la vivencia surge de la complicidad en las
miradas con los músicos, del placer compartido de toda una orquesta e incluso
de la posibilidad del error y la imperfección. ¿Qué sentido tendría, si no,
escuchar una orquesta en vivo, si la perfección abunda en la infinidad de
música grabada disponible a un click de distancia? “Hago música para
disfrutar un intercambio. Si veo que hay complicidad, estoy feliz. Yo busco
felicidad, placer. Y es probable que si yo busco placer con los músicos, ellos
lo sientan y lo puedan transmitir”, dice el director nacido en Ginebra ?donde se formó en dirección
orquestal y coral?
en un perfecto español que mezcla el acento suizo con los modismos
rioplatenses.
La Ossodre viene de dos gestiones dificultosas. ¿Cómo la encontró?
La orquesta tiene mala fama en la prensa, pero está mejor que nunca. No
porque esté yo; desde hace unos años, dos, tres, cuatro. Lo supe, tengo
contactos y dirigí acá el año pasado dos conciertos de la Filarmónica; luego
quedé segundo para un concurso y cuando el director se retiró me llamaron a mí,
y me sorprendí del nivel. Un problema de las orquestas del Uruguay del pasado,
de los 80 y 90, era la disciplina. No hay ese problema ahora. Uno puede
trabajar, hablar tranquilo; hay muchas ganas de entender, de intentar dar lo
que uno propone. Por ahora son deliciosos los ensayos, es un placer.
Humanamente también.
Dirigí en la última década una orquesta en Chile y pensaba que no iba a
encontrar ese nivel acá, y estoy sorprendido. Todas las orquestas
latinoamericanas mejoraron mucho en las últimas tres décadas.
¿A qué cree que se debe?
No sé si viene de YouTube, puede ser. Todo está ahí, uno no tiene que ir
a comprar un disco. Eso es muy instructivo.
Ha hablado de su idea de conciliar. ¿Cómo lo haría?
Sí. No siempre fui así, tuve la severidad de la juventud, capaz que con
los años uno puede aceptar que su ego y lo que uno quiere hacer quede en un
segundo plano y tener una vocación de servicio. He anunciado que quería
conciliar y la verdad es que la relación con la orquesta por ahora es
lindísima. Me siento muy acompañado; mi trabajo es el de aprovechar los talentos
que hay para que se puedan desarrollar. Por ahora estoy muy contento y sería
lindo que los uruguayos supieran que la Ossodre está en su mejor momento. No
hablo de los años de Lamberto Baldi, por el 45, 50, que yo no conocí; no hay
grabaciones buenas, pero los más viejos hablan maravillas. Yo conocí la
orquesta de diciembre del 84 y no tenía nada que ver. Ahora es una orquesta con
muchas ganas, fineza musical, placer. El placer es fundamental.
No debe ser fácil imponer su visión, que puede diferir de la de los
integrantes de la orquesta, y lograr que ellos a la vez sientan ese placer del
que habla.
Me pongo en el lugar del músico. Hay muchos músicos que son muy buenos y
que si yo les impongo una visión, ¿cómo va a quedar él? Un ejemplo exagerado:
una vez en Colombia un flautista tocaba Madame Butterfly de Puccini,
hizo algo un poco libre y el director dice: stop, la musicalidad la
pongo yo. Y el flautista responde: ¿la musicalidad la va a poner usted? Y se
levantó y renunció.
Yo creo que tengo que tratar de que ellos quieran hacer algo, que tengan
ganas de hacer algo. No es con una imposición que uno va a obtener un resultado
artístico, es tratando de mostrar un camino, y si en el camino alguno suma un
valor agregado que yo no había pensado, posiblemente sea bienvenido.
¿Cuáles son sus objetivos como director?
Hago música para disfrutar un intercambio. En un ensayo, si veo que hay
complicidad con la mirada de los músicos, yo estoy feliz. Busco felicidad,
placer. Y es probable que si yo busco placer con los músicos, ellos lo sientan
y lo puedan transmitir. La meta es que la gente que venga sienta placer,
lirismo. No busco una meta de nivel. Ojalá el nivel se eleve solo. Pero qué es
el nivel, cuando hablamos de la excelencia… Tenía un profesor de dirección
coral, suizo —los suizos no somos conocidos por tener carisma—, era viejo y
le preguntaron qué calidad tiene que tener un joven para estudiar música. Uno
piensa en el oído, la perseverancia, y él dijo: no, no, para estudiar música
tenés que estar dotado para el placer. Me pareció muy lindo. Si el nivel es
malo, no habrá placer, eso es seguro.
¿Ha cambiado el trabajo del director de orquesta?
Sí. Y si no ha cambiado, yo cambié. Hubo algunos directores que fueron
leyendas vivientes, como Arturo Toscanini, que gritaba: “¡Son todos
unos amateurs, no saben hacer nada!”. Eran grandes músicos, pero también
un poco dictatoriales; imagino que daba muy buenos resultados, pero algunos
músicos deberían pasarlo mal. Creo que eso seguía hasta hace no muchos años
atrás. Yo venía con la idea de abrir un camino. Podríamos ir por allá, ¿qué les
parece? Y tratar de que les den ganas de ir hacia ahí. Los grandes directores
en el hemisferio norte han cambiado muchísimo también.
¿Hubo que hacer muchos cambios en la composición de la orquesta?
Hubo directores antes de que yo viniera, uno especialmente que hizo
algunos cambios bruscos humanamente. Yo no tuve que hacerlos. Hay algunos
puestos que no tienen músicos y me toca poner músicos, que es más lindo. Veo
que la orquesta juvenil ha creado un movimiento bastante increíble; hay muchos
músicos de la Ossodre que tienen 30, 35 y que han salido muy bien de ahí. La
orquesta juvenil ha potenciado a la Ossodre. Hay también una inmigración que
puede ser muy interesante y ha dado buenos aportes.
¿Qué huella le gustaría dejar?
No estoy pensando en eso. Vine acá por un año por ahora, capaz que dos.
El futuro se va a construir con la suma de los momentos presentes. En la
música, el momento presente es muy importante. La arquitectura es un arte, pero
un edificio dura en el tiempo. En la música, en cambio, el momento presente es
muy importante. Cuando nosotros tocamos y no está grabado, es la vivencia del
momento. Estoy un poco peleado con la grabación, creo que nos daña, porque
reduce la vivencia a menos, y al producto grabado a producto. Hace 50 años ya
era así, pero cada vez lo es más, y yo sé que no se puede hacer de otra manera,
pero filosóficamente hay un error. Si me pregunto por qué decidí dirigir, por
qué hago este trabajo, es para poder tener una vivencia en la cual el error sea
posible.
¿Quiere decir que ahora hay menos tolerancia al error?
Ninguna
tolerancia al error. Ahora el mundo de la música sinfónica no puede tener
errores, tiene que poder grabarse ya, tiene que ser perfecto. El nivel del
concierto tiene que ser como el de un disco; es extremadamente exigente lo que
se hace, pero del lado de la vivencia capaz que estamos perdiendo algo. Una
comparación un poco exagerada: una pareja que hace el amor, hay una vivencia
ahí. Imagina que se filman, después miran el video y se estudian, que si habría
que hacer esto un poquito más así, o así. ¿A quién le gustaría vivir así? Para
mí, en la música sinfónica es muy importante la vivencia. Preparamos todo, pero
después se tiene que dar algo o no. Somos seres vivientes, tenemos que preparar
en un ensayo un montón de cosas para que eso se pueda dar lo mejor posible,
pero lo que me apasiona de esto es el momento vivido. Hay un portal de la
Filarmónica de Berlín, que tiene esa fama de ser la mejor del mundo, y hacen
conciertos que se pueden ver en la web
(digitalconcerthall.com). Tocan fantástico, pero no hay un error nunca. También
me dijeron que para que no haya un error nunca, lo que se difunde, porque es en
directo, se ve 50 segundos más tarde, porque si hay un error las computadoras
tienen tiempo de corregirlo.
Un tipo que toca jazz comete un error y en vez de no tocarlo más lo
repite, comienza a jugar con su error.
Entonces no intenta alcanzar la excelencia.
La perfección y la excelencia para mí no son búsquedas interesantes. Para
mí, es buscar una vivencia común, un sentir común. Por supuesto que tiene que
haber un nivel, pero la orquesta está bien. Lo del nivel para mí está alejado
del arte, otros pensarán distinto.
¿En qué se basó a la hora de armar la programación?
Dejé un poco de lado mi costumbre porque me llamaron para que el público
se reconciliara con la idea de venir a conciertos, que con la pandemia es un
hábito que un poco se perdió. Creo que mi programación buscó un poquito tender
un brazo al público para que vuelva, con obras muy centrales del repertorio que
en mi vida no he hecho tanto; yo busco quizás los recovecos. La idea es que el
público se reencuentre con su orquesta, su auditorio.
¿Qué tanto hay de su gusto personal?
Hay, pero dejé un poquito de lado mis gustos. Todo me gusta, obviamente.
Hay compositores como el checo (Bohuslav) Martinu que si la gente viene le va a
gustar, lo que pasa es que no conoce el nombre. Es como si te hablara de un
jabón que no es de la marca más conocida, y se duda a la hora de comprarlo,
pero si te lo doy te va a encantar. Hay de Olivier Messiaen, un francés que fue
faro de la música contemporánea en Francia a principios del siglo XX. También
una obra de (Bela) Bartók que se llama Suite de danzas, que tiene una
profundidad filosófica. Y vamos a hacer a fin de año una obra con la Orquesta
Sinfónica completa, unos 40 o 50 minutos de música de Wagner.
¿Cómo mide el
éxito un director de orquesta?
No me gusta
mucho la palabra éxito. Acá el Sodre estaba muy contento y yo también de
que en los primeros conciertos se hubieran agotado las entradas. Eso es un
éxito de ventas. Pero no sé si un concierto puede ser exitoso. Es como una
reunión de amigos donde todos pasaron muy bien, todos sintieron calor, hubo
ternura, buenos momentos. Uno no diría que ha sido exitosa la reunión. Me
gustaría que la palabra se usara menos, porque también deja de lado a los que
no llegan, y pueden vivir también y tener satisfacciones. Me gustaría que me
desearan una buena vivencia. ¿Qué hago con el éxito? ¿En qué cajón lo guardo?
Decía estar enamorado de Uruguay. ¿Sigue ese enamoramiento?
Ese
enamoramiento vino de un momento donde yo me sentí, con 24, 25 años, en una
especie de libertad del ser, un poco raro porque Suiza es uno de los países más
libres del mundo. Pero el viejo mundo tiene un montón de leyes no escritas para
vivir. Hoy ha cambiado muchísimo el mundo entero. Lo que digo de la dirección
de orquesta viene de una evolución de las relaciones, uno trata de no enojarse
más con el que hace mal las cosas. Uno se está mimetizando con esa sociedad que
trata de aceptar a los que son diferentes. Uruguay, cuando llegué en esa época,
me pareció que se podía decir lo que uno quería. Observaba los debates
políticos en el retorno a la democracia y se cantaba mucho más la verdad que en
el diálogo político que veía en mi país, que era un poco ensordecido, muy tranquilo,
esperable. Me entusiasmó la vida política. Vamos a ver en los próximos meses si
ese amor sigue, o si es una afectividad. Capaz que es una afectividad, y es
mejor incluso, quién sabe.