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Nuevo director de la Ossodre: “Para mí, lo interesante no es la perfección, sino buscar una vivencia y un sentir común”

El suizo Nicolas Rauss asegura que la Orquesta Sinfónica del Sodre está en su mejor momento. Tras dos gestiones que finalizaron con rispideces, asume su dirección con una impronta conciliadora
Editora de Galería

El futuro se construye de una serie de momentos presentes, dice el suizo Nicolas Rauss, flamante director de la Orquesta Sinfónica del Sodre. En alguno de esos momentos dejó de usar saco negro, moña y camisa blanca durante los conciertos. En otros, también fue abandonando cualquier tipo de imposición hacia los músicos, aunque nunca ejerció un liderazgo tan vertical, asegura. Ahora usa camisas de colores estridentes, e intenta que su ego permanezca fuera de las salas de ensayos y de los conciertos. A los 61 años, entiende que no es el mismo director que era a los 25, ni a los 50. Pero ahora se siente mucho más cerca de dos palabras que lo llevaron a los 20 a dedicarse a la música: placer y vivencia. Percibida como antónimo de otras palabras que no le gusta pronunciar –y que suspira cuando lo hace–, como excelencia, éxito, nivel y perfección, la vivencia surge de la complicidad en las miradas con los músicos, del placer compartido de toda una orquesta e incluso de la posibilidad del error y la imperfección. ¿Qué sentido tendría, si no, escuchar una orquesta en vivo, si la perfección abunda en la infinidad de música grabada disponible a un click de distancia? “Hago música para disfrutar un intercambio. Si veo que hay complicidad, estoy feliz. Yo busco felicidad, placer. Y es probable que si yo busco placer con los músicos, ellos lo sientan y lo puedan transmitir”, dice el director nacido en Ginebra ?donde se formó en dirección orquestal y coral? en un perfecto español que mezcla el acento suizo con los modismos rioplatenses. 

El flamante director de la Orquesta Sinfónica del Sodre no es, en realidad, del todo nuevo. De hecho, conoce la Ossodre desde diciembre de 1984, cuando se instaló en el país por más de una década junto a la directora de orquesta uruguaya Cristina García Banegas, su entonces esposa, con quien tuvo dos hijos. El enamoramiento por Uruguay fue inmediato. Recuerda la “libertad del ser” que experimentó, la cercanía y las amistades entrañables de aquellos años. Desde que pisó Uruguay por primera vez a los 25, Rauss inició un camino inverso al de los talentos sudamericanos que aspiran triunfar en el hemisferio norte, ya que dedicó gran parte de su carrera a dirigir orquestas de la región, como la Orquesta Usach de Chile, la Orquesta Sinfónica Provincial de Rosario (Argentina) y Ossodre en varias ocasiones como director invitado, entre otras.

Tras dos gestiones que finalizaron entre rispideces —las de Diego Naser y Stefan Lano?, Nicolas Rauss toma la batuta de la Ossodre con la misión de conciliar. “La orquesta no tiene la fama justa”, subraya. Otro objetivo igual de importante es que el público sienta placer y lirismo. Por lo pronto, Rauss ya lo está sintiendo. Los ensayos son “deliciosos” y la orquesta “está en su mejor momento”, asegura, y espera que los uruguayos lo sepan. 

¿Le costó la decisión de volver a Uruguay?

Un poco, porque las mismas personas que me llamaron me advirtieron que había dificultades que resolver, y lo tuve que pensar porque dirigí la orquesta varias veces, pero aparentemente el nivel de dificultad iba a ser mayor, entonces lo dudé un poco. También por una cuestión personal; estábamos en Canadá con mi compañera y ella está activa allá. Pero los dos tenemos una madurez para aceptar eso (la distancia). Ella me empujó, me dijo que si no lo hacía me iba a arrepentir. Dije que sí, pero tenía dudas. 

La Ossodre viene de dos gestiones dificultosas. ¿Cómo la encontró?

La orquesta tiene mala fama en la prensa, pero está mejor que nunca. No porque esté yo; desde hace unos años, dos, tres, cuatro. Lo supe, tengo contactos y dirigí acá el año pasado dos conciertos de la Filarmónica; luego quedé segundo para un concurso y cuando el director se retiró me llamaron a mí, y me sorprendí del nivel. Un problema de las orquestas del Uruguay del pasado, de los 80 y 90, era la disciplina. No hay ese problema ahora. Uno puede trabajar, hablar tranquilo; hay muchas ganas de entender, de intentar dar lo que uno propone. Por ahora son deliciosos los ensayos, es un placer. Humanamente también. 

Dirigí en la última década una orquesta en Chile y pensaba que no iba a encontrar ese nivel acá, y estoy sorprendido. Todas las orquestas latinoamericanas mejoraron mucho en las últimas tres décadas. 

¿A qué cree que se debe?

No sé si viene de YouTube, puede ser. Todo está ahí, uno no tiene que ir a comprar un disco. Eso es muy instructivo. 

Ha hablado de su idea de conciliar. ¿Cómo lo haría?

Sí. No siempre fui así, tuve la severidad de la juventud, capaz que con los años uno puede aceptar que su ego y lo que uno quiere hacer quede en un segundo plano y tener una vocación de servicio. He anunciado que quería conciliar y la verdad es que la relación con la orquesta por ahora es lindísima. Me siento muy acompañado; mi trabajo es el de aprovechar los talentos que hay para que se puedan desarrollar. Por ahora estoy muy contento y sería lindo que los uruguayos supieran que la Ossodre está en su mejor momento. No hablo de los años de Lamberto Baldi, por el 45, 50, que yo no conocí; no hay grabaciones buenas, pero los más viejos hablan maravillas. Yo conocí la orquesta de diciembre del 84 y no tenía nada que ver. Ahora es una orquesta con muchas ganas, fineza musical, placer. El placer es fundamental.

No debe ser fácil imponer su visión, que puede diferir de la de los integrantes de la orquesta, y lograr que ellos a la vez sientan ese placer del que habla. 

Me pongo en el lugar del músico. Hay muchos músicos que son muy buenos y que si yo les impongo una visión, ¿cómo va a quedar él? Un ejemplo exagerado: una vez en Colombia un flautista tocaba Madame Butterfly de Puccini, hizo algo un poco libre y el director dice: stop, la musicalidad la pongo yo. Y el flautista responde: ¿la musicalidad la va a poner usted? Y se levantó y renunció. 

Yo creo que tengo que tratar de que ellos quieran hacer algo, que tengan ganas de hacer algo. No es con una imposición que uno va a obtener un resultado artístico, es tratando de mostrar un camino, y si en el camino alguno suma un valor agregado que yo no había pensado, posiblemente sea bienvenido. 

¿Cuáles son sus objetivos como director?

Hago música para disfrutar un intercambio. En un ensayo, si veo que hay complicidad con la mirada de los músicos, yo estoy feliz. Busco felicidad, placer. Y es probable que si yo busco placer con los músicos, ellos lo sientan y lo puedan transmitir. La meta es que la gente que venga sienta placer, lirismo. No busco una meta de nivel. Ojalá el nivel se eleve solo. Pero qué es el nivel, cuando hablamos de la excelencia… Tenía un profesor de dirección coral, suizo los suizos no somos conocidos por tener carisma—, era viejo y le preguntaron qué calidad tiene que tener un joven para estudiar música. Uno piensa en el oído, la perseverancia, y él dijo: no, no, para estudiar música tenés que estar dotado para el placer. Me pareció muy lindo. Si el nivel es malo, no habrá placer, eso es seguro. 

¿Ha cambiado el trabajo del director de orquesta?

Sí. Y si no ha cambiado, yo cambié. Hubo algunos directores que fueron leyendas vivientes, como Arturo Toscanini, que gritaba: “¡Son todos unos amateurs, no saben hacer nada!”. Eran grandes músicos, pero también un poco dictatoriales; imagino que daba muy buenos resultados, pero algunos músicos deberían pasarlo mal. Creo que eso seguía hasta hace no muchos años atrás. Yo venía con la idea de abrir un camino. Podríamos ir por allá, ¿qué les parece? Y tratar de que les den ganas de ir hacia ahí. Los grandes directores en el hemisferio norte han cambiado muchísimo también.

¿Hubo que hacer muchos cambios en la composición de la orquesta?

Hubo directores antes de que yo viniera, uno especialmente que hizo algunos cambios bruscos humanamente. Yo no tuve que hacerlos. Hay algunos puestos que no tienen músicos y me toca poner músicos, que es más lindo. Veo que la orquesta juvenil ha creado un movimiento bastante increíble; hay muchos músicos de la Ossodre que tienen 30, 35 y que han salido muy bien de ahí. La orquesta juvenil ha potenciado a la Ossodre. Hay también una inmigración que puede ser muy interesante y ha dado buenos aportes. 

¿Qué huella le gustaría dejar?

No estoy pensando en eso. Vine acá por un año por ahora, capaz que dos. El futuro se va a construir con la suma de los momentos presentes. En la música, el momento presente es muy importante. La arquitectura es un arte, pero un edificio dura en el tiempo. En la música, en cambio, el momento presente es muy importante. Cuando nosotros tocamos y no está grabado, es la vivencia del momento. Estoy un poco peleado con la grabación, creo que nos daña, porque reduce la vivencia a menos, y al producto grabado a producto. Hace 50 años ya era así, pero cada vez lo es más, y yo sé que no se puede hacer de otra manera, pero filosóficamente hay un error. Si me pregunto por qué decidí dirigir, por qué hago este trabajo, es para poder tener una vivencia en la cual el error sea posible.

¿Quiere decir que ahora hay menos tolerancia al error?

Ninguna tolerancia al error. Ahora el mundo de la música sinfónica no puede tener errores, tiene que poder grabarse ya, tiene que ser perfecto. El nivel del concierto tiene que ser como el de un disco; es extremadamente exigente lo que se hace, pero del lado de la vivencia capaz que estamos perdiendo algo. Una comparación un poco exagerada: una pareja que hace el amor, hay una vivencia ahí. Imagina que se filman, después miran el video y se estudian, que si habría que hacer esto un poquito más así, o así. ¿A quién le gustaría vivir así? Para mí, en la música sinfónica es muy importante la vivencia. Preparamos todo, pero después se tiene que dar algo o no. Somos seres vivientes, tenemos que preparar en un ensayo un montón de cosas para que eso se pueda dar lo mejor posible, pero lo que me apasiona de esto es el momento vivido. Hay un portal de la Filarmónica de Berlín, que tiene esa fama de ser la mejor del mundo, y hacen conciertos que se pueden ver en  la web (digitalconcerthall.com). Tocan fantástico, pero no hay un error nunca. También me dijeron que para que no haya un error nunca, lo que se difunde, porque es en directo, se ve 50 segundos más tarde, porque si hay un error las computadoras tienen tiempo de corregirlo.

Un tipo que toca jazz comete un error y en vez de no tocarlo más lo repite, comienza a jugar con su error. 

Entonces no intenta alcanzar la excelencia.

La perfección y la excelencia para mí no son búsquedas interesantes. Para mí, es buscar una vivencia común, un sentir común. Por supuesto que tiene que haber un nivel, pero la orquesta está bien. Lo del nivel para mí está alejado del arte, otros pensarán distinto.

¿En qué se basó a la hora de armar la programación?

Dejé un poco de lado mi costumbre porque me llamaron para que el público se reconciliara con la idea de venir a conciertos, que con la pandemia es un hábito que un poco se perdió. Creo que mi programación buscó un poquito tender un brazo al público para que vuelva, con obras muy centrales del repertorio que en mi vida no he hecho tanto; yo busco quizás los recovecos. La idea es que el público se reencuentre con su orquesta, su auditorio.

¿Qué tanto hay de su gusto personal?

Hay, pero dejé un poquito de lado mis gustos. Todo me gusta, obviamente. Hay compositores como el checo (Bohuslav) Martinu que si la gente viene le va a gustar, lo que pasa es que no conoce el nombre. Es como si te hablara de un jabón que no es de la marca más conocida, y se duda a la hora de comprarlo, pero si te lo doy te va a encantar. Hay de Olivier Messiaen, un francés que fue faro de la música contemporánea en Francia a principios del siglo XX. También una obra de (Bela) Bartók que se llama Suite de danzas, que tiene una profundidad filosófica. Y vamos a hacer a fin de año una obra con la Orquesta Sinfónica completa, unos 40 o 50 minutos de música de Wagner. 

¿Cómo mide el éxito un director de orquesta? 

No me gusta mucho la palabra éxito. Acá el Sodre estaba muy contento y yo también de que en los primeros conciertos se hubieran agotado las entradas. Eso es un éxito de ventas. Pero no sé si un concierto puede ser exitoso. Es como una reunión de amigos donde todos pasaron muy bien, todos sintieron calor, hubo ternura, buenos momentos. Uno no diría que ha sido exitosa la reunión. Me gustaría que la palabra se usara menos, porque también deja de lado a los que no llegan, y pueden vivir también y tener satisfacciones. Me gustaría que me desearan una buena vivencia. ¿Qué hago con el éxito? ¿En qué cajón lo guardo?

Decía estar enamorado de Uruguay. ¿Sigue ese enamoramiento?

Ese enamoramiento vino de un momento donde yo me sentí, con 24, 25 años, en una especie de libertad del ser, un poco raro porque Suiza es uno de los países más libres del mundo. Pero el viejo mundo tiene un montón de leyes no escritas para vivir. Hoy ha cambiado muchísimo el mundo entero. Lo que digo de la dirección de orquesta viene de una evolución de las relaciones, uno trata de no enojarse más con el que hace mal las cosas. Uno se está mimetizando con esa sociedad que trata de aceptar a los que son diferentes. Uruguay, cuando llegué en esa época, me pareció que se podía decir lo que uno quería. Observaba los debates políticos en el retorno a la democracia y se cantaba mucho más la verdad que en el diálogo político que veía en mi país, que era un poco ensordecido, muy tranquilo, esperable. Me entusiasmó la vida política. Vamos a ver en los próximos meses si ese amor sigue, o si es una afectividad. Capaz que es una afectividad, y es mejor incluso, quién sabe.