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Premio a la tenacidad de Petrona Viera

El hacer insondable es la primera exposición antológica en el Museo Nacional de Artes Visuales de la primera artista plástica profesional de Uruguay y una de las más relevantes del siglo XX

El hacer insondable es la primera exposición antológica en el Museo Nacional de Artes Visuales de la primera artista plástica profesional de Uruguay y una de las más relevantes del siglo XX

"Las figuras están como pegadas en el lienzo y realizadas con timidez. En exposiciones pasadas la señorita Viera triunfó con obras de audacia y madurez que hacían esperar una acentuación de caracteres nacientes y no un retroceso hacia las formas impersonales donde faltan unidad y brío". El comentario de La Cruz del Sur de julio-agosto de 1927 era tan amargo contra la "señorita Viera" como amargo finalmente resultó para ella el primer premio obtenido en el Salón de Otoño del Círculo de Bellas Artes de ese año. Lo había conseguido con un cuadro de gran tamaño, de 252 centímetros por 294 centímetros, de cuatro mujeres vestidas y peinadas a la usanza de la época.

Petrona Viera, la primera mujer en dedicarse profesionalmente a las artes plásticas en Uruguay y que por entonces tenía 32 años, le había puesto a esa pintura de cuatro de sus hermanas el nombre Retratos en el jardín. La familia era central en la vida de esta mujer, sorda desde los dos años presuntamente por una meningitis. El fallo del jurado, que le había dado inicialmente el primer premio aunque sin unanimidad, fue revisado y la honrosa distinción resultó finalmente compartida por ella y los artistas Bernabé Michelena y Ricardo Aguerre. Además, el jurado cuestionó que la obra llevara por título Retrato e hizo cambiarlo por Composición.

Este cuadro, que sigue siendo la única obra de Petrona Viera en lograr un primer premio, fue criticado por la prensa especializada, muy pendular con ella, la misma que solía dedicarle rótulos tales como "señorita cálida", "cándida" o "simpática mujercita" de "enorme potencial" y "buen manejo del color", pero que siempre tenía un "pero" que la minimizaba. El Imparcial lo satirizó, rebautizándolo Las desencantadas. La Cruz del Sur, con una saña que llama la atención, afirmó que "se encuentra muy cerca de la carátula de magazine argentino", aplicándole el rótulo de algo apenas decorativo, lapidario para toda pretensión de arte elevado; "Petrona Viera está mejor en las telas chicas", concluyó. Afectada, la artista, que también era hija del expresidente uruguayo Feliciano Viera, no volvió a hacer un cuadro de tal tamaño; digna, devolvió el galardón recibido.

Este cuadro, bien destacado, es una de las más de 120 piezas que conforman El hacer insondable, la primera exposición monográfica y antológica dedicada a Petrona Viera (nacida el 24 de marzo de 1895 y fallecida a los 65 años), en el Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV). Las curadoras María Eugenia Grau y Verónica Panella llegaron al 20 de febrero, día de su inauguración, luego de "varias instancias de renuncias": el acervo del MNAV incluye 1.001 obras de Viera, entre óleos, xilografías, dibujos, retratos con pasteles o -por supuesto- su incursión en el movimiento planista. El buen suceso de crítica y público que están teniendo en estos primeros días ya está colocando a esta muestra entre los acontecimientos artísticos del año.

"Es una mujer increíblemente tenaz", la describe Panella. No solo por el enorme volumen de su obra, apenas una muestra porque no archivaba todo lo que hacía. La exposición, desplegada a lo largo de las salas 1, 3 y 4 del MNAV, y que estará disponible al público hasta el 24 de mayo, detalla su participación en los salones municipales, nacionales y organizados por Bellas Artes, entre 1923 y 1959. Ella marcaba su presencia, por más que el jurado y los críticos insistieran en su condescendencia, quizá por no percibir lo secreto y lo dramático en sus "pinturas de niños" o "pinturas de recreos", quizá por ser mujer, sorda e hija de un alto dirigente colorado que tuvo grandes diferencias con José Batlle y Ordoñez.

El aspecto político no es algo a obviar al tomar en cuenta los obstáculos que encontró para desarrollarse, más allá de alguna que otra medalla de bronce o selección para participar de exposiciones en Buenos Aires o Sevilla.

Mundo interior. La palabra insondable, en el título de la exposición, no es antojadiza. Hay muchas dimensiones de Petrona, de su vida y obra, que son inalcanzables. Panella cuenta que todo lo que ha llegado de ella ha sido mediado por otros: recuerdos de su familia, críticas, testimonio de sus sobrinos. Pero a diferencia de otros grandes nombres del arte nacional, ella no dejó papelería, correspondencia, ni diario íntimo. No tuvo hijos ni se le conocieron amores. Se ha dado por un hecho que fue la meningitis la que causó su sordera, siendo casi bebé, pero tampoco hay certezas. De cualquier forma, el español sería para ella una segunda lengua.

"Ella recibe educación especial de manos de una profesora francesa (madame Madeleine Larnaudie) en épocas en que la educación de sordos era enormemente oralista. Se usaban muy poco las señas, porque eran tiempos en que el cuerpo estaba tan reglado que las señas eran consideradas como algo ‘simiesco'", indica Panella. Adquiere nociones básicas de lectoescritura, lo que también se refleja en su firma, con una caligrafía bastante infantil. Eso ha dificultado saber cómo era su pensamiento, señalan sus curadoras. De hecho, más allá de un gusto natural por el dibujo y el color, y la existencia de una tía materna (María de las Nieves Garino) que alguna vez había participado de una exhibición, no se sabe cómo fue su desembarco en la pintura. Sí tomó clases con destacados maestros como Vicente Puig, Guillermo Laborde y Guillermo Rodríguez.

Toda una señal de lo que era ser mujer y artista en esa época, la "cálida señorita" muchas veces era presentada en tanto discípula del "maestro Laborde" en lugar de con su nombre. Reacia a archivar todo lo que hacía, su obra datada más antigua es de 1921, un pequeño cuadro de 35 centímetros por 27, de las épocas que tomaba clase con Puig. Esto forma parte de la exposición, tanto como ocho retratos de sus hermanos siendo niños.

A finales del mismo año en el que obtiene y devuelve su amargo único primer premio, fallece su padre, Feliciano Viera. La familia solo cuenta con ocho pesos para el entierro y pierden su casaquinta en La Blanqueada (que incluía sala de música, sala de esgrima y varias cuadras de parque), donde hoy funciona la Escuela de Sanidad de las Fuerzas Armadas. Deben mudarse a un inmueble más chico, en 8 de Octubre 2850; ahí funciona hoy la Escuela Especial Petrona Viera. Ahí pudo instalar un pequeño atelier.

El hacer insondable muestra las varias caras de Petrona. Su prolongada etapa planista es una de las más fuertes. Su autorretrato -un óleo sobre tela de 91 centímetros por 87- muestra su paleta en primerísimo primer plano, como para dejar claro qué es lo que más le importaba mostrar de ella. Mira fijamente al espectador y no sonríe, resultando todavía más frío que las fotos que de ella se conocen. El pelo corto à la garçon, lo sitúa entre los años 20 y 30, así como el retrato de su hermana violinista y del crítico de arte Luis Pombo. Petrona es muy difícil de encasillar: al lado hay unos desnudos realizados a modelos femeninos del Círculo de Bellas Artes que iban a su atelier a posar, una de las pocas transgresiones que permitía su estricta madre, Carmen Garino, en su casa, allá por 1937. En los años 20 hay varios cuadros titulados Recreo donde, efectivamente, aparecen niños jugando y confidenciándose.

"Muchos la identificaron como la pintora de recreos. Se la tildó de inocente, ¿pero qué estarán diciéndose? ¿Son secretos, confesiones?", se pregunta Grau. Efectivamente, hay algo naíf en esas obras, pero también hay una latente sensación de angustia, más palpable en unos dibujos de niños que de enternecedores tienen más bien poco, hechos con grafito y lápiz. Lo mismo se puede decir de las xilografías y las naturalezas muertas que hizo sobre el final de su vida, cuando ya casi no salía de su casa, con colores y figuras muy concentradas, en frutas de tonos muy fuertes, visiblemente jugosas, casi sensuales.

¿Petrona Viera fue una mujer feliz? Eso, según Grau, es algo que no puede saberse -la insondabilidad, de nuevo- y de lo cual caben varias interpretaciones. Lo que sí se sabe es que fue, permítase el énfasis, tenaz. Muy poco antes de morir, el 4 de octubre de 1960, estaba trabajando en el encargo de una amiga de una de sus hermanas que le había pedido que le pintara unas flores. Ella debió internarse para tratar su enfermedad -presumiblemente, un cáncer de seno-, pero antes, recuerda Panella, le pidió a su hermana que le pusiera aspirinas a su jarra de agua porque iba a volver a terminarlo. No volvió.

Esa tenacidad con los años tuvo sus frutos. "Cada vez se está mostrando más la obra de Petrona en el museo. Hay más investigaciones, más acercamientos a lo que hizo, la necesidad de mostrarlo", afirma por su lado Grau. "Por supuesto, también juega una mayor reivindicación de la mujer. ¡Estamos sorprendidos por la recepción que ha tenido la muestra en estos primeros días! Era una muestra esperada, la gente la quería ver", agrega.