El ejercicio de volver atrás y visitar cada etapa de su vida fue "bien raro" para la protagonista porque generalmente no le gusta hablar de ella. "Yo soy más de hacer", confiesa a Galería en una charla telefónica a propósito del lanzamiento del libro. A medida que Zinola iba preguntando ella iba repasando su historia en un ejercicio que le resultó hasta terapéutico, asegura, "porque a veces te descubrís diciendo cosas que nunca habías dicho. Es una sensación extraña. Yo sentía que mi vida es muy normal, y que a alguien le hubiera parecido importante hacer un libro me parecía como extraño. Ojalá mi historia sirva para estimular a otras mujeres a avanzar en aquellas cosas que se proponen y aunque sea distinto, aunque no sea común ver mujeres en ese ambiente, que sepan que se puede".
La reflexión e introspección surgen inevitablemente al mirar atrás. "El libro tiene dos momentos en mi vida, el de la juventud, el de soñar con ser mujer política, pero también tiene una mirada desde la madurez, que creo que es bien distinta. Da cuenta de esa ilusión y esa energía que tenés cuando sos joven y tenés una meta, y después, cuando llegás a la madurez y te enfrentás de pronto a que te ves fuera del lugar donde siempre pensaste que ibas a desarrollar tus tareas, pero mantenés esa actitud de rebeldía que te hace no renunciar a lo que querés", dice a Galería.

Después de varios meses y muchas entrevistas, el resultado quedó escrito y la sensación de leer su propia historia dejó bien claro que "visto en perspectiva fue una vida muy intensa, que la viví con mucha naturalidad, que tuve el desafío que tienen tantas mujeres de distintas disciplinas en lo cotidiano, con las dificultades de compartir tu avance profesional con la vida familiar. Pero cuando terminé de leerlo también pensé que me quedan cosas por hacer, y eso me sigue estimulando".
A continuación adelantamos el capítulo 2 de Beatriz Argimón. Aquí y ahora.
Capítulo 2
Relatos de sublevaciones y banderas
María Esther Cedeira -o Chichita, como todos la conocen- dio a luz a su primogénita, luego de guardar reposo, el 14 de agosto de 1961. Cinco años más tarde entraban de la mano por primera vez a la escuela No 8 República de Haití, en la calle Paraguay casi Canelones (Montevideo). Fascinada con la imagen de unos niños portando banderas en el patio, Beatriz le preguntó qué hacían ahí. "Los mejores alumnos tienen el honor de llevar los pabellones patrios", le explicó. "Quiero ser como ellos, yo quiero ser abanderada", afirmó la pequeña dejando vislumbrar su determinación.
Ese pensamiento la guio hasta concretarse cuando en quinto y sexto de primaria logró portar el pabellón nacional. Más allá de que lo consiguió por sus calificaciones, su mayor satisfacción, recuerda, fue que además la hubieran votado sus propios compañeros de clase. Sin dudas, ese fue su primer acto electoral.
Vendrían otros. Con altos y bajos. Las metas que se planteó en su carrera política llegaron a fuerza de disciplina y perseverancia, asume. Paradójicamente la cumbre en la que se encuentra hoy no estaba en sus planes. "Siempre supe que iba a trabajar para que Lacalle Pou fuera presidente, pero nunca imaginé que sería su compañera de fórmula. De hecho, nunca me lo había propuesto, pero la vida nos fue llevando", reconoce. De modo que Beatriz Argimón Cedeira logró sin proponérselo lo que ninguna mujer política había conseguido: ser electa vicepresidenta de la República Oriental del Uruguay.
Pero nada es casualidad. Tampoco que Argimón fuera la primera política del Partido Nacional en ser elegida diputada en dos períodos consecutivos, la primera en presidir la bancada de legisladores de esa agrupación y la primera presidenta del Directorio de esa comunidad política, fundada como partido en 1836 por Manuel Oribe.
Ya de pequeña escuchaba relatos de sublevaciones y banderas y bebía ejemplos de determinación, en los que las influencias de sus abuelas resultaron decisivas. Juana Francisca Alfaro, nacida en la actual Punta del Este y casada con un instructor de marina, era dueña de una personalidad muy firme, y demostraba con sus actitudes tener una "noción de la democracia bien natural y bien incorporada". Beatriz creció escuchándola contar sobre las andanzas de Aparicio Saravia y de cuando sus dos hermanos partieron a pelear junto al general. Remarcaba la relevancia de la revolución así como la angustia que esa situación había generado en la familia, y en especial en ella como la menor, a la espera del regreso de sus dos hermanos. Volvieron "maltrechos", relataba su abuela paterna con impotencia.

Con su madre, María Esther Cedeira, y su hermana
menor, Estela.
Con la misma pasión Juana Francisca narraba cómo desde su juventud siguió al Movimiento Nacional de Rocha, y su admiración hacia el profesor Carlos Julio Pereyra. "Lo que decía don Carlos era lo que había que hacer", sentenciaba, transmitiendo la confianza que despertaba el líder, asentada en la importancia de su origen, para interpretar las lógicas del interior, algo crucial para quienes habían tenido que radicarse en Montevideo.
Por otro lado, su abuela materna, Manuela Marque, era un "ser absolutamente amoroso, de avanzada, y siempre de buen humor". Vivía con su marido en una casa quinta en las cercanías del emblemático barrio Cerrito de la Victoria, se dedicaba al autocultivo de frutas y verduras y criaba gallinas, patos y conejos. Allí Beatriz pasaba sus tardes de niña aprendiendo el poder de la generosidad y el tesón.
Las dos abuelas, con personalidades complementarias, una seria, distante y tan sabia como dura, y la otra chispeante, espontánea y cercana, tuvieron gran incidencia en el desarrollo de su carácter y en la forma de ver la vida, volcando su dedicación a su primera nieta casi como un "proyecto". "Tengo viva la imagen de una mujer fuerte, de la que va a todo, y de la otra que era pura sonrisa, pura calidez, puro ayudar permanentemente a toda la familia. En ellas tengo dos referentes muy fuertes".
Sus padres cimentaron su camino en la construcción de valores cristianos e ideales democráticos y en la crianza en un hogar donde primó el cariño y la contención de una familia en la que su madre entendió como mejor regalo renunciar a su trabajo, como profesora de bordado, para dedicarse por completo a la educación de sus hijas, Beatriz y Estela.
"Mamá era muy rigurosa, teníamos una disciplina marcada por ella en todo lo que tiene que ver con lo académico", recuerda. Siempre pendiente de sus estudios, Chichita las llevaba y traía a la escuela, y luego a la Alianza Uruguay-Estados Unidos para estudiar inglés, y una vez por semana al Conservatorio de Música, insistiendo en la importancia de la formación de sus hijas. Tampoco faltó el italiano, el francés o el portugués, porque en ese hogar de clase media católico, en el Centro de Montevideo, los estudios y la disciplina, les dejaban en claro, eran pilares incuestionables. Tal vez la mayor responsabilidad, inconscientemente, recayó en Beatriz -al menos ella lo vivió así- por ser la primera hija y la primera nieta, hasta que tres años después llegó Estela.
Su mamá -de profunda tradición católica- bregaba porque fueran al colegio de monjas, en tanto su papá defendía la educación pública igualitaria. Optaron porque recibieran catequesis en Los Vascos, como también se conoce al Instituto Inmaculada Concepción. Y para la formación académica las inscribieron en la Escuela Haití, de la que guarda los "mejores recuerdos".
Muchos años después, cuando visitó su casa de primeros estudios siendo política consolidada, encontró intacto el mismo piso en damero que fue escenario de gratos momentos con compañeros y maestros. Pero en rigor, la escuela -como la sociedad- había cambiado mucho, observa. "Ha cambiado la sociedad y el barrio que rodea la escuela; tienen una población de niños inmigrantes, y ahora cumple un rol para una población bien diferente a cuando yo iba. Es ni más ni menos que la escuela pública acompañando lo que pasa en la sociedad", evoca con satisfacción. La directora y docentes que esperaban su visita habían rescatado de los archivos la escolaridad de Argimón. "Fue muy lindo ver la calidez con la que me recibieron y con ganas de contarme cómo llevaban adelante la escuela hoy". Hasta "¡me dieron una foto de mi último año!".
Beatriz miraba a aquellas mujeres con cariño. Es que pisando la adolescencia ella soñaba con ser maestra. "Siempre me pareció apasionante trabajar con niños", asegura, y cree que de algún modo siguió esa vocación, ocupándose de la infancia desde otra perspectiva. El futuro como política le deparó el rol de presidenta del Instituto Nacional del Menor (Iname, hoy INAU) y la colaboración para redactar un nuevo Código de la Niñez, entre otros aportes que vive "como una secuencia".
Cuando estaba por terminar la primaria, se desataron los primeros episodios violentos de la dictadura, con lo que sus padres decidieron cambiarlas a la educación privada en el Colegio Nacional José Pedro Varela, adonde asistieron todas las generaciones de Argimón. El bachillerato lo completó en el Instituto Uruguayo de Estudios Preparatorios (IUDEP, propuesta laica de enseñanza preuniversitaria, emanada del Varela).
Hablar de los temas del país siempre fue natural en su casa, y en la mesa siempre se conversaba sobre la actualidad o cuestiones del trabajo. Aún a su corta edad, Beatriz y Estela incorporaban esas preocupaciones.
La noche del miércoles 27 de junio de 1973 fue de particular zozobra en su hogar. "Esa noche del golpe de Estado papá llegó tarde, directamente a hablar con mamá. No entendíamos mucho lo que pasaba, pero tengo la imagen de preocupación de mis padres. Nos sentaron en el living y nos dijeron: ‘Hoy es una noche muy triste para el país'. Esa noche sentí la tensión". Beatriz pisaba sus 12 años. Experimentó bronca y miedo. La destitución de su padre por parte de la dictadura cívico-militar finalmente llegaría.
Vestida con el uniforme del IUDEP, Argimón fue a buscarlo en su último día de trabajo en la terminal pesquera de ILPE, Industrias Loberas y Pesqueras del Estado. Cursaba quinto año del bachillerato y lo recuerda como si fuera hoy. Lo acompañó en esa despedida, triste y en silencio. "Él estaba arriba y se asomó a mirar hacia la planta por última vez. Saludó a sus compañeros y desde abajo algunos le respondían con miedo. Caminamos unas cuadras y en esa charla, además de su situación, papá me explicó todo lo que esto significaba para nuestra vida familiar y para las otras familias que vivían lo mismo", rememora. En esos pasos que hicieron juntos le dio a entender que se venían "momentos realmente dramáticos para la historia del país". Aquel fue un disparador para sus inquietudes militantes.
De la abuela paterna volvió a ver la entereza y la resistencia. Para ella la destitución de su hijo de su cargo público fue un "cimbronazo". Desde el punto de vista político estaba en las antípodas del régimen y, como madre, sentía una gran preocupación por la suerte de su hijo. Procuró contactos para que accediera a otro trabajo a través de unos conocidos, y estaba atenta a posibles represalias.
Los años de la dictadura dejaron huellas en la familia. Sin perder detalle de la realidad que se vivía, Juana Francisca se mantenía en contacto a través de Hugo Batalla, quien oficiaba en la defensa de los presos políticos. En una oportunidad se las ingenió para visitar en el Penal de Libertad a un sobrino de su hermano, que había sido detenido por ser militante del Partido Comunista en la Facultad de Arquitectura. "Antes les había dicho a mis tíos: "Ustedes tienen que cuidarse porque son empleados públicos, pero yo lo voy a ir a ver". Volvió con una camisa suya sucia, fruto de un submarino. Mi abuela... lo contó una sola vez porque había quedado muy conmovida. Todas estas cosas te van marcando si tenés esa avidez que tenía yo", recuerda Beatriz, quien siendo adolescente veía a su abuela como un gigante.
Esa época convulsionada y efervescente propició que la joven Argimón participara en agrupaciones juveniles, inicialmente en torno a los rotarios (Rotaract e Interact) y luego sumándose a los encuentros de preparación para la Confirmación, que tomó a los 18 años. En estos cursos de reflexión conoció a Pablo Mieres, actual ministro de Trabajo, que se desempeñaba como líder del grupo. También estaba José Luis Cancela, militante del Partido Socialista. Y varios integrantes de una generación que llevó grabada a fuego la dictadura en su juventud y luego devendrían en protagonistas del quehacer político.
Ese período de intensa interacción con otros jóvenes de todos los partidos, de charlas, críticas y reclamos da inicio a un recorrido en los movimientos juveniles militantes que tenían que ver con la reivindicación y restauración de derechos. "Ahí arranca mi decisión firme de militar en el restablecimiento democrático", confiesa.
Por eso, cuando ingresa a la Facultad de Derecho, en la carrera de Escribanía, a la par se introduce en el sindicalismo estudiantil. Y a poco de avanzar en la carrera, cuando se enrola en un puesto en OSE, también integra los cuadros sindicales del ente.
Fueron años intensos. A los estudios y el trabajo de ocho horas se les sumó su primer matrimonio y, un año más tarde, la llegada de su primera hija, María Belén. Carrera, familia, trabajo y militancia. Beatriz tenía 24 años y tuvo que marcar prioridades. "Mi mayor estímulo, sin duda, era dedicarme a María Belén", dice. No obstante, tenía a su madre y a su suegra "siempre en la vuelta" para ayudarla. Con un año ya la pudo ingresar en la guardería contigua a su oficina, y así se las fue arreglando.
En esos momentos, la facultad quedó un poco postergada. Elegía cursar solamente las materias que tenían que ver con la práctica notarial, sabiendo que la carrera la podría terminar en unos años. Sin embargo, su militancia continuaba ocupando gran parte de su vida, y más en esa "etapa fermental de la política".
Después de las jornadas laborales, los funcionarios de OSE pertenecientes al Partido Nacional se reunían en su casa, y ella los recibía entre pañales para continuar con el diseño y estrategia de las reivindicaciones gremiales. "Era una época de apertura -se regodea-, de intensa militancia de todos los blancos, un momento que iba marcando ese aire de volver a la democracia", afirma sin dudar.
Entre aquellos militantes blancos se abría paso Gonzalo Aguirre, quien la encauzaría hacia la Secretaría de Asuntos Sociales del Partido, y de allí a una carrera que no tiene fin. Cuando el día 28 de julio de 1989 Juan Carlos Argimón y Chichita Cedeira no podían contener la alegría porque por fin se recibía de profesional su primogénita, su festejo esperado se opacó por un momento, tras la sorpresa de un segundo anuncio. Con el diploma de escribana en la mano y María Belén en brazos, Beatriz sentenció: "Me tiro a edila".