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Hotel Costanero, un proyecto inspirado en Montevideo y su ritmo

El hotel Costanero MGallery Collection, asociado a la cadena Accor, desembarcó con un proyecto inspirado en la ciudad y en su ritmo

Sobre la rambla de Montevideo, a la altura de la calle Buxareo, impacta el reflejo de la bahía de Pocitos sobre la fachada espejada del Hotel Costanero, una estampa del entorno de la playa tan variable como atractiva. 

regenerado

El hotel, diseñado por el arquitecto de Estudio Cinco Ivan Arcos, se presenta de cara a la ciudad con un “muro cortina de vidrio reflectivo con un pequeño quiebre que permite sumar a los reflejos cambiantes del cielo y el mar los de la naturaleza y la ciudad”, según Arcos. El edificio de 11 pisos y 92 habitaciones sorprende al visitante con un holgado atrio, dominante en la estructura a través de la iluminación natural que recibe durante el día y protagonista en las actividades de ocio por la noche. El lobby, integrado por varios miniespacios abiertos, da paso al bar Cauce, en el corazón mismo del hotel. Próximamente, un bar de vinos con más de 500 botellas compartirá el ambiente. 

En el primer piso, en el restaurante Cauce, el chef Matías Faroppa presenta un menú que propone recuperar la identidad de la cocina uruguaya sumándole toques mediterráneos. 

Gimnasio, sala de masajes, sauna y piscina exterior climatizada con sistema de nado contracorriente son algunas de las comodidades que se ofrecen. Además, el hotel dispone de salones de conferencias con capacidad de hasta 110 lugares y tres salas aéreas para reuniones de hasta seis personas. 

La historia en un paisaje sin fronteras. Cada hotel de la colección MGallery presenta un diseño original y su identidad transmite un relato impregnado de la cultura de cada destino. El espíritu de la cadena es ofrecer una experiencia exclusiva que quede grabada en la memoria. A partir de estas premisas trabajaron los arquitectos Vitor Penha y Verónica Molina, del Estudio Penha de San Pablo, encargados de liderar el proyecto de interiorismo. En este caso, el Hotel Costanero Montevideo no tenía una historia previa que contar, ya que se construyó en un terreno en el que sobrevivía una de las últimas casas sobre la rambla de Pocitos. Por lo tanto, el concepto sobre el que se sustentaría la propuesta debía ser poderoso. Después de viajar en varias oportunidades a la capital uruguaya y apoyarse en la dirección de obra, los expertos recorrieron algunos barrios poniendo énfasis en la observación de la arquitectura de casas y edificios, en el estilo de vida de los vecinos y en la forma en que transcurrían las horas. 

“Quedamos superimpresionados con los edificios art déco, con los detalles ornamentales, las proporciones, los materiales y las casas con cerámicas en sus fachadas. Caminamos por los barrios, nos llamaron la atención las casas antiguas y hasta pudimos mirar en su interior a través de sus amplias ventanas”, cuenta Verónica Molina sobre una de sus primeras visitas a Montevideo. 

Además, se nutrieron de referencias de artistas locales. Observaron los diseños de Gabriela Hearst y notaron que sus piezas atemporales reflejan un “lujo refinado sin estridencias”. Analizaron las creaciones del artista Marco Maggi y les llamó la atención la definición de su propuesta: “pausada, cercana, íntima y que muestra los contrastes entre lo visible y lo invisible”. En busca del Montevideo que va más allá del fútbol, la garra y el cielo azul, advirtieron que la ciudad se descubre en los detalles y en el tiempo destinado a la observación, que se contempla a una escala más pequeña y que se vive a otra velocidad. En la visión de Molina, las descripciones de estos dos artistas resumen el espíritu de Montevideo, por lo que se impregnaron de ellas para construir el relato del hotel y definir conceptos para realzar las cualidades arquitectónicas del edificio. 

Así fue como a través de palabras clave como elegancia, flexibilidad, intimidad, contraste y relaciones próximas surgió la concepción principal sobre el cual trabajar: tiempo. En una estructura de 11 pisos de altura buscaron una escala agradable para la experiencia del visitante. En consecuencia la “conquista del tiempo” se convirtió en el fundamento en el que se asentó la propuesta creativa. “Queríamos que el hotel se convirtiera en un lugar donde las personas quisieran permanecer, que no fuera un lugar de paso, que se detuvieran a experimentar un momento en el hotel atraídos por los detalles a descubrir”, puntualiza la arquitecta. Para el equipo esa idea resultó sustancial, el “disfrute del momento sin pensar en el tiempo”. “Queríamos que cuando alguien esté sentado en los livings del lobby, sea turista o local, valore esa experiencia sin apuros”, dice Vitor Penha. 

Tomando en cuenta ese objetivo se comenzó a diseñar el interiorismo que debía “conversar con la arquitectura”, por lo que, por ejemplo, las columnas del lobby permanecieron en concreto, sin otro revestimiento, de forma que la materialidad de la arquitectura fuera protagonista. De por sí el vidrio de la fachada le otorga un toque de modernidad a la construcción, pero al mismo tiempo “queríamos que al entrar cada uno se sintiera acogido, que perteneciera al hotel, que les resultara familiar especialmente para los montevideanos”. Entonces se incorporaron la piedra laja y la madera, materiales que “reviven recuerdos de la infancia, referencias de cómo eran esas casas enormes que persisten en la ciudad”, dicen los responsables del diseño de interior. El piso de piedra laja del lobby, que se vistió con alfombras de fibras naturales y sillones de cuero, se articula con el cielorraso de madera, lo que lo hace más acogedor.  

La integración fue otro elemento fundamental sobre el que trabajaron. Para Penha esa cualidad comienza con la fachada de vidrio, que integra el paisaje exterior al interior, reiterándose en las habitaciones y en el restaurante, en donde el mar ingresa naturalmente al espacio. 

En resumen, el “abordaje transitó por rescatar el estilo de Montevideo incorporando el paisaje exterior sin delimitar fronteras y con microespacios abiertos”, explicó el arquitecto, lo que se traduce en sensaciones de una “ciudad cosmopolita”. En esa relectura del alma de la ciudad se logró incorporar esas referencias y hacerlas convivir con la contemporaneidad para que “los viajeros no se sientan de paso y que los uruguayos se identifiquen con el hotel”. 

Según los expertos, su misión no solo se ocupó de la estética del lugar sino que además tuvo en cuenta la acústica. “¿De qué sirve este atrio gigante con buena luz natural si los huéspedes no pueden descansar o escuchan las conversaciones de los demás? Nuestro trabajo se basa en lo sensorial, en mejorar la experiencia de los huéspedes”, detalla Penha. En ese sentido la elección de los materiales utilizados para alcanzar la absorción acústica adecuada y los elementos de diseño resultaron fundamentales. 

Protagonistas del hotel. El bar Cauce, en madera, metal y techo traslúcido, capta las miradas por su forma e iluminación, convirtiéndose en el punto de interacción de pasajeros y visitantes. Una escalera de mármol con baranda de bronce conduce al primer piso en el que se ubica el restaurante del mismo nombre. El concepto de integración sin fronteras se respira todo el día mientras se desayuna, almuerza o cena con una sensación de estar sobre la playa experimentando los caprichos del Río de la Plata. Molina destaca que para este espacio definieron un concepto con identidad propia para que el restaurante viviera independientemente del hotel y de esta manera se convirtiera en un lugar abierto a todos, más allá de los huéspedes. Esa “fuerza propia” se logró a través del mobiliario y la elección de “tonos más calientes y vibrantes”. La madera de color caramelo contrasta con las texturas anaranjadas de los sillones y las columnas de hormigón revestidas hasta la mitad de su altura con minicerámicas amarronadas. 

La piscina resultó un desafío en su resolución porque la idea de incorporarla surgió después de haber comenzado la obra. El fondo de los edificios que rodean al hotel fue un reto que el equipo de Estudio Penha resolvió con la idea de generar un “oasis en medio de las edificaciones”. Por lo tanto, la piscina en tonos verdosos se convirtió en un espacio de relax sobre una terraza con un juego de escaleras en madera acordonada por una guarda de plantas. De esta manera, la pileta se mimetiza con el follaje que la resguarda dándole intimidad. Dos balcones con reposeras y sombrillas en distintos niveles se suman a un espacio, con lámparas y sillones, lindero al gimnasio, al sauna y a la sala de masajes.  

En Costanero se definieron cuatro tipos de habitaciones según las comodidades y la decoración con tonalidades, texturas y mobiliarios diferentes pero con pinceladas que los unifican. Todos los pisos son de madera para que envejezcan con nobleza, los placares tienen detalles en esterilla, lo que aporta delicadeza, mientras que los espejos biselados le imprimen elegancia. Para remarcar la identidad uruguaya, en cada habitación se colgaron fotografías de paisajes y lugares icónicos del país. Cada habitación, con su propia personalidad, representa una parte de Montevideo, para vivirla sin fronteras ni tiempo.