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La aventura de comprar sin ver

Las personas ciegas o con baja visión disfrutan de la industria de la moda a través de los otros sentidos y conectan con la ropa, el maquillaje y los peinados a partir del gusto por los materiales y el vínculo con lo nuevo
Editor de Galería

A priori se puede pensar que la moda es una actividad que, básicamente, entra por los ojos. Se apoya en el impacto visual de los colores, las formas y el movimientos de las telas. El acercamiento de los consumidores es a través de lo que se ve. Sin embargo, este concepto parece ser miope, porque apunta a una generalidad hegemónica. La moda puede trascender lo visual y llegar a los consumidores a través de otros sentidos. Muchas personas con discapacidad visual son tan fanáticas de las tendencias en lo que se lleva puesto como cualquier fashionista interesado en comunicar al mundo por cómo se viste.

“Las personas ciegas, del mismo modo que las que ven, sienten un interés mayor o menor por la moda. Quienes sí se conectan con lo placentero del mundo de la moda experimentan el mismo sentimiento que quienes no tienen esa discapacidad: el anhelo hacia la renovación, el gusto por los materiales, el vínculo con lo nuevo”, explicó a Galería Verónica Massonnier, licenciada en Psicología especializada en la investigación de mercado y tendencias.

Ni bien pisa la vereda Patricia Vázquez enciende Lazarillo, una aplicación con la que por medio de la voz puede reconocer la calle en la que se encuentra, qué locales comerciales tiene a su alrededor o cuándo debe descender del ómnibus. De todos modos, ella ya tiene un circuito de compras preestablecido. Se siente cómoda visitando los locales comerciales de la avenida 18 de Julio porque está familiarizada con la zona y los vendedores ya la conocen. Evita los shoppings. “Sola no voy. Si voy con mi hermana o con alguien que vea, es mucho más fácil. Hay muchos locales y me estresa que enseguida que entro me empiezan a perseguir los guardias, me preguntan a dónde voy. No me siento cómoda. Solo fui una vez a uno con una amiga ciega. Nos seguían todos los guardias, no la pasamos tan bien pero fue una aventura”, cuenta.

Patricia perdió la visión por completo a los 27 años y hoy, 20 años después, tiene a su celular, su bastón y su personalidad como principales aliados para seguir desarrollando una de sus actividades favoritas, que es ir de compras.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), se estima que en Uruguay 15,9% de la población presenta alguna discapacidad y aproximadamente un cuarto de esas personas tienen discapacidad visual, ya sea ceguera o baja visión; lo que se traduce en 4% (unos 140.000 individuos) de la población total. “Muchas veces se pierde una venta porque el vendedor de una tienda no sabe interactuar con una persona con discapacidad visual”, opina Carlos Martínez, expresidente de la Unión Nacional de Ciegos del Uruguay (UNCU) y fundador de Puerto USB, una empresa enfocada en la accesibilidad audiovisual. Para Martínez, es fundamental que los comercios capaciten a sus trabajadores “para que apliquen más el sentido común y no tengan miedo a la hora de asesorar” a quien tiene problemas de visión.

Patricia se enfrenta a esto semana a semana. Pero cuando elige una tienda, entra con decisión. Se choca contra los percheros que se interponen en su camino y busca llamar la atención de los vendedores. Si no lo logra, espera que alguien se le arrime. Para ella eso no es un problema, ya que si algo le sobra es la paciencia. Para encontrar un par de prendas que le gusten puede tardar una hora y media, o dos, recorriendo una misma tienda, tocando telas y charlando con un vendedor o con su acompañante. “Yo voy al tacto. Si estoy con alguien de confianza, le pido que me explique el color de la prenda y si estoy sola, le pido a la vendedora. Me pruebo y pregunto cómo se me ve. Si me dicen que me queda bien y yo no me siento cómoda, no la compro. Por más que me digan que me queda precioso. Conozco mi cuerpo y lo que me queda bien. A veces los vendedores dicen una cosa solo para vender”, dice.

Patricia Vázquez (Foto: Lucía Durán)


A diferencia de otras personas con discapacidad visual, como Patricia perdió la vista siendo adulta, conoce los colores y los puede diferenciar. Además, le encanta combinar la ropa. Se suele vestir de azul, lila, rojo o verde. Odia el amarillo. “Sé que está de moda pero no me gusta nada”.

Cuando se enfrenta sola a una prenda utiliza una aplicación que mediante la cámara del celular le indica con exactitud qué color tiene enfrente.

De recorrida por una tienda por departamentos de 18 de Julio y Yaguarón, Patricia eligió mediante el tacto una prenda. “Este saco es de hilito fino, más bien una lana fina. Tengo uno como este. El mío es un poco más corto, tal vez. Uso este tipo de cosas, van bien con un vaquero, arriba de una remera. ¿En qué colores hay? ¿Qué precio tiene? El precio lo tengo que preguntar a cada rato. Primero elijo todo lo que me gusta y después pregunto todos los precios”. En esta ocasión Patricia evitó el sector de los zapatos. Le cuesta más conseguir calzado porque no le atrae lo que está de moda y no logra encontrar lo que sí existe en su imaginación. También buscó polleras pero descartó las que encontró porque, según ella, no se adaptaban a su figura.

“En general, el sentido de la vista es tan avasallante que a veces olvidamos que en el contacto con una prenda intervienen de manera importante otros sentidos, especialmente el tacto y el olfato. Las personas con discapacidad visual desarrollan de manera muy especial el tacto y conectan con la textura: la suavidad de una seda, la liviandad de una gasa, lo mullido de un tejido de lana, la rusticidad de un lino. Lo mismo ocurre con el olfato: una tela nueva, sin uso, tiene un aroma especial que luego va perdiendo. La importancia de ese ‘aroma a nuevo' es fundamental en el primer contacto con la prenda”, explica Massonnier, y adelanta que el próximo verano veremos prendas superpuestas, camisas por encima de tops, pantalones y faldas de gran volumen, mangas protagonistas y escotes en la espalda. “Todo eso es sensorial. Lo visual agrega, pero no es indispensable para acceder al placer de esa renovación y de estar vistiendo las prendas del momento”, agregó.

Placar, maquillaje y pelo.

El ropero de Patricia es amplio. Arriba tiene los pantalones, en una zona media están las remeras y abajo guarda la ropa de lana. Al igual que en las tiendas, diferencia la ropa por sus texturas. “Tengo dos buzos que son iguales, con la misma textura: uno es rosa y otro negro. Ahí es cuando uso la aplicación que me indica los colores.

Pero sé que uno es más corto que el otro y entonces voy y los mido. A veces, distingo las remeras por el escote o les corto la etiqueta para saber cuál es cuál”, cuenta.

“Me gusta todo lo estético: la bijouterie, el pelo, el maquillaje. Antes de perder la vista siempre estaba maquillada, no despampanante, pero con un rímel y un delineado. A dos años de haber quedado ciega, en la rehabilitación me dieron piques sobre cómo maquillarme sin mancharme, y empecé primero con el rímel. Después me comencé a delinear y como no me estaba quedando bien me hice la micropigmentación en los ojos”, comenta Patricia.

El maquillaje lo elige según los colores que lleva y busca comprar productos que están en su memoria. Pide para probar el maquillaje en su piel y le da especial importancia a la textura. “No me gustan los labiales que son muy grasosos, busco algo más seco, más apagado. Y pregunto”.

Por la pandemia de Covid-19, Patricia dejó de ir a la peluquería y comenzó a teñirse el pelo en su casa. Las uñas siempre se las hizo ella y la depilación prefiere dejarla en manos de una especialista. “Son detalles frívolos, pero una mujer piensa en esas cosas y más cuando una vio el mundo. La presencia dice mucho de la persona. A mí me enseñaron eso y trato de estar siempre prolija. Hay gente con discapacidad a la que no le importa cómo se ve y está desarreglada. Como no ve, no le importa cómo está. Pero solamente no ve y el mundo sigue girando. Mi ventaja es haber visto”.

En busca de autonomía

Las personas con discapacidad visual que necesitan pasar por un proceso de rehabilitación para alcanzar una autonomía física e intelectual pueden recurrir al Centro de Ciegos Tiburcio Cachón o al Centro Nacional de Discapacidad Visual, ambos pertenecientes al Programa Nacional de Discapacidad del Ministerio de Desarrollo Social (Mides). También, en la Unión Nacional de Ciegos los afiliados pueden aprender braille, adaptar material de lectura, conocer herramientas tecnológicas que los ayudarán en el día a día y acceder a materiales como regletas para escribir en braille, bastones, calculadoras y relojes parlantes.

A su vez, en la Fundación Braille del Uruguay hay capacitaciones, talleres, se puede acceder al uso de una imprenta y una biblioteca de audio, y producir materiales accesibles.

Opiniones por el mundo

Personas con discapacidad visual de distintos países de habla hispana comentaron a Galería cuáles son sus hábitos a la hora de comprar ropa y qué cosas deberían cambiar para que puedan tener una experiencia más satisfactoria.

Ximena Romero (40 años), uruguaya radicada en Buenos Aires

“Suelo vestirme bastante clásica pero me gusta saber qué se usa y qué colores están de moda, más allá del resto visual que uno tenga. Suelo leer información relevante, artículos sobre tendencias para conocer lo que hay a mi alrededor. Para cosas cotidianas me arreglo sola, pero sí me interesa en particular estar bien vestida, o tengo una fiesta, a lo mejor voy a comprar acompañada. De todos modos, está bueno que un vendedor te pueda decir qué tipo de ropa venden en el local: si es deportiva, informal, si venden vestidos de fiesta o lo que fuere. Si ve que uno es receptivo, está bueno que te recomiende qué te puede quedar bien. Pero yo soy de esas personas que por más que el vendedor me diga que me queda hermoso, si no me siento cómoda y no lo siento bien, no lo compro”.

María del Huerto (32 años), de Madrid

“A mí me gusta ir a comprar acompañada. Pero me han comentado que aquí, en España, en el Corte Inglés puedes llamar por teléfono a un número concreto y solicitar que te ayude una persona a moverte por el lugar y a comprar”.

Pedro Silva (31 años), de Perú

“Prefiero ir acompañado. Pero me gustaría que las o los vendedores me ayuden a tocar la ropa, me describan la calidad o las ventajas de determinadas prendas porque ellos son quienes conocen sus artículos”.

Gisel Leites (48 años), de Uruguay

“La mayor dificultad está en los shoppings y en las ferias para identificar los locales y los puestos. Las grandes superficies también son complicadas porque uno tiene que buscar entre las perchas y hay pocas empleadas para atender a los clientes. En las tiendas clásicas los vendedores suelen estar para ayudarte. Compro sola o acompañada, según de qué se trate. No me guío por la opinión de los vendedores; lo que quieren es vender y no conozco los gustos de esa persona. A mí me vende una señora que trae ropa de Estados Unidos. Ella sabe qué ropa uso, conoce mi estilo y mi talle. Con ella me animo a comprar sin una segunda opinión porque le compro hace años”.

Juan Montaño (33 años), de Ecuador

“En mi país las personas están más interesadas en vender que en describirte la ropa. Solo están para ofrecerte ropa, pero no te la van a describir ni van a tener la paciencia de tratar con personas como nosotros. Es algo a mejorar”.