¿Recuerda cuándo fue la primera vez
que visitó Uruguay?
Fue para los 15 años de una amiga uruguaya que, junto
con su familia, vivía en Buenos Aires. Con ella vine a Montevideo por primera
vez. No recuerdo casi nada, prácticamente no recorrí la ciudad, pero no sé por
qué sentí un feeling que me gustó. Pasaron los años, Francis me invitó a
trabajar en Los Negros y ahí sucedió mi enamoramiento, particularmente, con el
José Ignacio de hace 20 años atrás.
Llegó al país por trabajo, pero
¿qué la hizo quedarse?
Argentina me encanta, me parece un
país increíble. Pero, también, cuando fui creciendo, me fui desenamorando. Y
soy una persona muy romántica de las creencias y de los sentires. En Buenos
Aires no estaba contenta. Desde que llegué a Uruguay, sentí un lugar de
pertenencia. Me gusta mucho la escala de este país a nivel demográfico. Eso me
fue convenciendo, se fue dando paso a paso. Llegué a Garzón sola, para mí era
una aventura sin mucho riesgo y no sabía cuánto tiempo iba a durar. Me divierte
descubrir cosas nuevas y en el sentir me toma la vida. No sé si Uruguay será mi
país para siempre, pero sí siento que acá tengo mi estructura laboral. Todos
mis emprendimientos personales fueron acá, desde mi primer restaurante, Lucifer,
hasta Jacinto. Tenía posibilidades de hacerlo en Argentina, no es que pensaba:
“Como hay más competencia, me va a ir peor”. Pero en algún momento dije: “Es
acá”.
¿Qué no extraña de su vida en la
capital porteña?
Buenos Aires siempre me abrumó.
Vivía en Belgrano y estudiaba en Palermo, tuve una vida muy linda, pero me
pasaba que para ir a cualquier lado tenía que estar horas arriba de un bondi o
un auto. Acá en poco más de cinco horas te vas a Rivera. Las distancias y las
dimensiones de Uruguay me caen bien.
¿Qué idea tenía de Uruguay como
turista y cómo cambió cuando se convirtió en ciudadana?
Me parece un país con muchas
virtudes y muchas cosas que no están tan buenas. El gran valor de Uruguay es la
gente. Hay mucha humanidad, eso siempre me conquistó. La gente es amable, en
general. También vi en el mercado muchas posibilidades de crecer en lo que
tenía ganas de hacer. Los paisajes me enamoraron; visualmente necesito menos
estímulos y más naturaleza. A su vez, fui descubriendo cosas que quizás no están
tan buenas. Depende de lo que uno haga, pero por la escala, si quiero vender un
millón de libros, no llego. Con esto no quiero decir que no haya posibilidades
de crecer, pero es un mercado chico. Y eso, a veces, me hace replantearme dónde
está mi techo y si realmente podré ir a más.
Foto: Adrián Echeverriaga
¿Y tiene respuestas a esas
preguntas?
Por ahora, en los desafíos que voy
queriendo tomar, esta escala me sienta bien. Tampoco soy ciega: Uruguay es un
país caro, pero que a la vez te da ciertas seguridades. He aprendido a vivir
con sus pros y sus contras. Creo, además, que hoy en día la posibilidad de
pasar fronteras está a la mano. A mí me interesa vender un libro en otro país
de Latinoamérica, por ejemplo. Pienso que esas cosas pueden ir llegando. No me
gustaría vivir en otro lugar. ¿Qué me ata a mí acá? Sí, tengo Jacinto y Rosa,
que funcionan, pero podría irme a vivir a España, gestionarlos a distancia y
venir cinco veces por año. No me dan ganas de irme y creo que eso es un montón.
Uruguay es mi casa y Argentina pasó a ser un lugar turístico, al que visito muy
poco y me atrae porque es hermoso. Siento que voy de visita, soy muy turista.
La última vez que fui, en mayo, luego de mucho tiempo de no viajar por la
pandemia, me encontré sacando fotos en Avenida Libertador. Me fui cuando tenía
18 años. Nunca tuve mi vida por elección ahí. Mis elecciones fueron acá. Entonces
me siento mucho más uruguaya.
¿Le costó sentirse una más? El
uruguayo tiene ciertos prejuicios con respecto al argentino y, particularmente,
al porteño.
Tuve mucha suerte porque yo nací en
Córdoba. Mi papá era militar. Somos tres hermanas y cada una nació en un lugar
diferente. Entonces mi DNI dice Córdoba, y lo usé un montón. “¿De dónde sos?”,
me preguntaban. “Cordobesa”, respondía. E inmediatamente: “Ah, bien, mejor...”.
De todos modos, nunca renegué de mi identidad ni de mi origen, porque también
me parece muy valioso. A mí me gusta ser argentina. Citando a la Nati (Natalia
Oreiro) me gusta ser del Río de la Plata. Lo que pasa es que, como con todo
hermano, hay diferencias. A mí, a veces, el porteño también me cae mal. No me
gusta generalizar, nunca hay que hacerlo en la vida, pero sí, sucede. Creo que
el secreto es que nunca me lo tomé como algo personal. Y, a su vez, nunca me
sentí “argentina, argentina”. No soy militante de nada, simplemente soy una
mina a la que le gusta vivir experiencias.
Luego de algunos años acá, ¿en qué
se sigue reconociendo argentina?
Hay cosas de la idiosincrasia del
argentino que están muy buenas. Me siento una luchadora, no soy una persona
temerosa, no me cuesta emprender. Y algunas de estas características me parecen
más propias del argentino que del uruguayo. De hecho, trato de contagiar de eso
a mis amigos, de impulsarlos a no quedarse en la estabilidad de la constancia.
Ojo, si sos una persona feliz trabajando para el Estado 100 años, bienvenido
sea. Pero yo sueño con los sueños. Y eso lo heredé de mi mamá, que es una
metedora, pero también de la argentinidad.
Foto: Adrián Echeverriaga
Entre paladares rioplatenses. Sus primeros acercamientos al mundo de las cocinas
fueron a través de sus abuelas, excelentes cocineras y de muy buena sazón.
Aquellas preparaciones simples y caseras, que incorporaban muchos vegetales y
condimentos, inspiraron a la dueña de Jacinto a inclinarse por una cocina
basada en productos de la tierra y estacionales, aunque con un toque de
sofisticación y creatividad. Como referente del rubro, Lucía Soria comparte
algunas reflexiones y pareceres acerca de la gastronomía a un lado y otro del
Río de la Plata.
¿Cómo evolucionó la escena
gastronómica desde las primeras veces que salió a comer en Montevideo?
Hace 10 años, cuando recién me vine
a Montevideo, había pocas o nulas experiencias. El plan era salir a una
parrillada o ir a comer pasta a algún lugar muy específico. Comías más o menos
rico, pero siempre lo mismo, seteado en un lugar al que no le habían puesto ni
media cabeza. Creo que lo que pasó, más allá de que el mundo de la comunicación
y la posibilidad de ver cosas abrió cabezas, es que la generación de uruguayos
de entre 30 y 40 años es muy diferente a las anteriores. Nuestros abuelos
venían de la guerra y del sufrimiento, mientras que nuestros padres se
preocupaban por tener una vida digna, pero sin lujos. Nosotros venimos de una
generación con un montón de información, en la que viajar es un placer y comer
también lo es. El uruguayo empezó a cambiar sus elecciones, a estar dispuesto a
vivir una experiencia.
Su restaurante es un ejemplo de las
nuevas formas de concebir la gastronomía: en la carta de Jacinto el vegetal es
más protagonista que la carne. ¿Cambió el paladar uruguayo o faltaban opciones?
Creo que había poca información. Si
vos siempre estás en lo mismo, no salís de tu zona de confort... Cuando
nosotros abrimos acá, no había mucha cosa. Salvo excepciones, los restaurantes
tenían un menú fijo y barato. Lo primero que dije fue: “En Jacinto no vamos a
tener menú ejecutivo”. Hicimos una carta chica y variada. Salir a comer tiene
que ser divertido. No pasa solamente por no querer lavar los platos en tu casa,
sino con visitar un lugar lindo, que la comida te sorprenda. Lo que uno consume
es todo aprendizaje y esa información la incorporás sin si quiera pensarlo,
porque el cerebro hace todo por vos. Probaste una berenjena espectacular con
almendras y limón, y lo vas a recordar de por vida.
¿Nunca dudó en correr la carne del
centro, por ejemplo?
No, pero porque también me gusta
ser disruptiva. Me pasaba que cuando abrí, les decía a mis amigos: “Miren que
hay lugar para todos, eh”. Capaz que tenía que venir alguien sin mucha
conciencia y animarse. En esa época era más lanzada, ahora estoy más cautelosa.
Pero desde que tuve la idea, supe que me iba a ir bien. El primer día teníamos
que hacer 12 cubiertos para cubrir la base y terminamos haciendo 30. Mas allá
de ser arriesgada, soy muy trabajadora. Y si vos tenés una idea que está
anclada y encima le metés trabajo, es difícil que salga mal. Siempre les digo a
los turistas que carne van a comer en todos lados, acá no. Ese es el
diferencial de Jacinto. En parte es algo que viene conmigo porque toda la vida
comí mucho vegetal. En mi casa había alcauciles y espárragos.
Foto: Adrián Echeverriaga
En redes sociales es una abanderada
de la cocina casera con vegetales. ¿Disfruta compartir consejos para que la
gente se anime a cocinar?
Totalmente. Es que para mí mostrar
que ese camino no es un imposible es reimportante. Cocinar con vegetales no te
lleva más tiempo que hacer un bife. La gente necesita practicidad porque si no,
nunca va a volver a cocinar. A fin de año está saliendo mi segundo libro y hay
un capítulo que se llama Carne sí, pero poquito. Me encanta el asado,
pero en tu casa comete una legumbre. Tenemos la información y la evolución
necesaria como para incorporar eso a la dieta diaria. Para mí ha sido una
bandera y amo que la gente me asocie con un coliflor o una berenjena.
¿Los procesos de producción de
materia prima acompañan esta evolución del paladar?
Acá hay una gran riqueza de suelos
y posibilidades. ¿Que podemos seguir desarrollando cosas? ¡Re! Pero las
diferentes industrias van mejorando. Lo del caviar en el río Negro es un flash.
Aunque sea un producto super de elite, que se produzca eso acá es increíble.
Personalmente, me gustaría que le pongamos mucho más amor a los mares y ríos,
aunque año a año se avanza un poco más. La cabeza de toda una sociedad acompaña
esa evolución. Cuando llegué a Garzón, nadie plantaba porque el trabajo de la
tierra no estaba bien visto. Sucede lo mismo con los pescadores. Pero si la
sociedad los pone en otro lugar, el trabajo vuelve a ser bien pago y se les dan
beneficios, las cosas cambian. Es muy importante cuidar eso porque es la
riqueza de cada país. Argentina, al ser un país mucho más grande y
territorialmente diferente, tiene muchas más posibilidades. En el sur te
encontrás una vieira, pero acá en Rocha en cierta época del año también.
Entonces, ¿cómo hacemos para fomentar esa producción? Estaría bueno que
sociedad y gobierno trabajen juntos para seguir cuidando lo que existe y ayudar
a que esos oficios vuelvan a ser valorados.
Hay algunas preparaciones que
compartimos, pero son diferentes. Por ejemplo, el dulce de leche. ¿Cuál le
resulta más rico?
Tengo mis marcas preferidas de un
lado y del otro. Los lácteos de Uruguay me encantan. Los bizcochos de acá
también me parecen ricos, aunque no soy muy fan. Ahora, si hay algo que extraño
son las empanadas argentinas. Estos últimos años han mejorado mucho, pero
cuando llegué me encontré con un empanadón con poco relleno e insulso. No
entendía las empanadas uruguayas. En Buenos Aires vas a cualquier lugar y comés
una rica empanada, ni que hablar a lo largo de Argentina con la variedad de
rellenos que existen. Con las pizzas pasaba un poco lo mismo. Cuando abrí Rosa
fue porque quería comer una pizza redondita y aireadita. Y algo que no entiendo
hasta el día de hoy es por qué algunos lugares le ponen nylon arriba. Vapor más
nylon es igual a comida mojada.
¿Con qué plato agasajaría a dos
comensales de ambas orillas?
Un plato representativo puede ser
una tira de asado, muy uruguaya, con papas fritas a la provenzal y chimichurri,
dos preparaciones típicamente argentinas. Y, para darle un toque más de
Uruguay, agregaría unos morrones asados. Me llamó mucho la atención la
presencia constante que hay del morrón en los asados uruguayos. En todos estos
años de cocina y televisión, este ha sido un vegetal con el que me he divertido
mucho buscando nuevas formas de prepararlo para salirnos del clásico morrón
relleno de huevo, que me parece un poco triste.
Nuevo año, más desafíos. El miércoles 12, Jacinto cumplió 10 años. Para
celebrarlo, hasta el mes de diciembre, se estarán organizando distintas
actividades como cenas especiales y talleres de cocina. Además, en las próximas
semanas se presentará el segundo libro de Lucía Soria, una guía con tips
esenciales para comer y comprar con inteligencia. Hacia 2023, se espera una
nueva temporada de Fuego Sagrado.
Pero no todo es trabajo. Una de las metas de Lucía es
hacerse el tiempo para disfrutar aún más a su hijo. “Quiero tener tiempo para
desarrollarme humanamente, algo que muchas veces se nos va de foco”,
reflexiona, aunque se siente afortunada de, al menos, poder ser consciente de
ello. Mientras tanto no ve la hora de que llegue la temporada de verano para
instalarse en Garzón junto con Félix. “No hay cosa que disfrute más que pasar
un mes viendo vacas”, dice. Y, además, le resulta maravilloso ver que su hijo
viva su infancia rodeado de naturaleza. Probablemente esta sea una de las
mayores gratificaciones de su gran elección: apostar a Uruguay como su país de
acogida.