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Mariana Cabrera, primera prosecretaria de Presidencia: “Con Lacalle Pou nunca tuve un techo”

Nombre: Mariana Cabrera • Edad: 30 • Ocupación: Prosecretaria de Presidencia de la República, abogada • Señas particulares: Va todos los días al gimnasio, es fanática de Juan Campodónico, muy familiera, le gusta el café de especialidad

¿Cómo fue su comienzo en la política? Me gustó desde chica, con 13 o 14 años ya me interesaba. Me acuerdo que un día mi padre me dijo que tenía que hacer algo con eso que me gustaba tanto. Vivíamos en Cuchilla de la Sierra (Canelones), en el campo, y un día escuché por altoparlante que Lacalle­ Pou estaba de gira por Canelones­ y se iba a presentar en el centro comercial de Las Piedras (a 10 km de distancia). Se me despertaron las ganas de ir a escucharlo. Quedé deslumbrada. Me deslumbró su slogan, que en aquel momento era Aire fresco. Tenía otro que era Pequeñas grandes cosas. Su discurso era que lo importante para el vecino, por ejemplo, era el contenedor que se desborda, y en esas cosas tenía que estar el político. Me encantó. Es un concepto que llevo hasta el día de hoy. Al otro día, un compañero de trabajo de mamá le comentó que todos los lunes se reunían en el club de Las Piedras. Me uní y no hubo vuelta atrás. Así arranqué con la clásica militancia. Tenía 15 años, era el año 2009. 

¿Cuándo empezó a trabajar en el equipo de Lacalle Pou? A fines de 2010 un compañero (de militancia) me comentó que estaban organizando una comida de fin de año de la Lista 400 y me preguntó si me animaba a darle una mano con la convocatoria, lo que me implicaría ir al Palacio (Legislativo). Le dije que sí y empecé a ir al despacho de Lacalle Pou, que en aquel momento era diputado. Fueron dos semanas. Al tiempo recibí una llamada de Lacalle Pou. Pensé que me llamaban del despacho porque andarían precisando una mano con algo, pero cuando atiendo: “Hola, Mariana. Soy Luis. Me gustaría hablar contigo porque tengo una propuesta para hacerte”. Cuando fui me dijo que al año siguiente asumía como presidente de la Cámara de Diputados y que le gustaría que yo formara parte de su equipo.

¿Y qué pensó cuando le propuso que fuera prosecretaria? En política­, donde está la toma de decisiones, tiene que haber gente formada. Entonces, terminé mi carrera, hice dos maestrías y una vez terminada esa parte más académica, entendí que podía estar en la toma de decisiones. Venía acompañándolo y asesorándolo desde hacía muchos años, me caían temas, los resolvía y me di cuenta de que yo también podía formar parte de la mesa. Se lo planteé: “Me parece que puedo dar una vuelta de rosca. No es un ‘no’ a lo que vengo haciendo, sino pararme en ese escalón al que llegué e ir uno más”. Nunca le dije quiero ir a tal lado. Él me dijo que se lo dejara pensar. Con él nunca tuve un techo o barrera. Siempre apostó a que yo creciera, me proyectara y avanzara profesionalmente. Al cabo de un tiempo, me llamó y me dijo que tenía una propuesta para hacerme. Fue increíble.

¿Qué se siente ser la primera prosecretaria mujer y además tan joven? Mucha responsabilidad. Para mí es una oportunidad. Me gusta mucho una frase de Séneca­, un autor del estoicismo, que dice que la suerte es cuando confluyen la oportunidad y la formación. Creo que así fue como se dio. Estoy acá gracias a ir para adelante, a nunca dejar de formarme, a pedir, a decir las cosas. Es un orgullo.   

Quienes la conocen dicen que es muy profesional y rigurosa. Sí, soy muy exigente. Cuando me pongo con algo, tiene que salir bien. A veces me cuesta soltar, (aceptar que) no hay perfección.

¿Es familiera? Sí, re. Mi familia es el cable a tierra. Somos cuatro hermanos. Somos muy unidos y nos divertimos mucho.

¿Qué le gusta hacer en sus ratos libres?  Me junto mucho con mi hermana. Nos encanta probar el café de especialidad, entonces vamos descubriendo cafeterías. Me gusta mucho escuchar música. Soy fanática de artistas uruguayos como Juan Campodónico. Me parece un capo, las cosas que hace están en otra dimensión. En casa somos muy fanáticos de Bajo Fondo.

Su abuelo materno tenía bodega. ¿Le gusta el vino? Sí. Mis padres, además, son los dos enólogos. Me tiene que gustar como sea. El vino en casa nunca faltaba. Se compraba la carne, las verduras y la damajuana de tres o de cinco litros. A mí, más que el vino, me gusta la cultura a su alrededor, ese arte de ser muy paciente con la cosecha y todo lo que se puede generar, como vino blanco a partir de uva tinta.

¿Tiene algún hobby? Hago mucho deporte. De chica estuve federada en natación. Me encanta. Siempre que puedo me tiro al mar. Es algo que disfruto y me desconecta mucho. Hoy la rutina del gimnasio en la mañana es sagrada para mí. Voy todos los días a las siete de la mañana.

¿Su mayor virtud? La empatía.

¿Su mayor defecto? La impaciencia. Siempre voy en sexta o séptima y hay veces que la gente no va al mismo ritmo y está bien que sea así. Hay que respetar.

¿Qué no puede faltar en su día? Creo que esos 10 minutos de agradecimiento y de respirar profundo antes de arrancar todos los días.

¿Cómo se ve en cinco años? Me sigo viendo en política. Ojalá tenga la oportunidad de seguir estando en la toma de decisiones y seguir aportando al país. No me vería en otro lado que no fuera en el sistema, no importa dónde, pero siendo un eslabón del sistema político o el sistema social.