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Natalia Trenchi: "Soy la uruguaya más antinostálgica que pueda existir"

Nombre: Natalia Trenchi Edad: 71 Ocupación: Psiquiatra de niños Señas particulares: Se define como antinostálgica, cocina muy bien aunque su madre no le compartía sus recetas, odia las fiestas, pinta.

Cuando empezó a salir en el programa Muy buenos días, en 1991, y se volvió una psiquiatra mediática, ¿fue como una revelación? Absolutamente. Yo me caracterizaba por la timidez, de niña no me conocían la voz. Después la fui perdiendo en algunos aspectos. Pero al salir en la tele me llamó mi maestra jardinera y me dijo: “Te veía y no lo podía creer”. Eso me significó llegar a lugares donde la salud mental no llegaba. A principios de los 90 no era como ahora, no había trabajadores de la salud mental en el interior. Entonces pude llegar a lugares, a casas, a las que no se había llegado nunca. Realmente viví el poder de la televisión.

Le dicen desde Nati a Tesorito. ¿Con qué apodo se siente más identificada? Con todos. Mis hijos me dicen Lanati y, de hecho, cuando pinto firmo Lanati. Pero en otros ámbitos también me dicen Nata, de todo un poco.

Le gusta tejer. ¿Qué teje y para quién? Todo muy colorido. Últimamente he tejido muchas mantas. En mi casa de afuera todas las camas tienen una manta tejida. Conseguí a una señora que hila y tiñe lana en el interior con cosas naturales. No te puedo explicar lo que abrigan, según uno de mis hijos, abrazan. Ahora estoy tejiendo con otro tipo de lana, comprada. He tejido para bebés y ahora tejo para el mundo. El otro día vino un señor a pedir y se llevó una de mis mantas.

Una de sus especialidades es el bacalao que prepara en Semana Santa, una receta de su madre. ¿Qué recuerdos le trae? Nunca me gustó comer de chica, ni a mí ni a mi hermano, gracias a la mala crianza que tuvimos. A pesar de todo eso se comía muy rico, porque mi madre cocinaba maravillosamente, pero no me enseñaba, era muy celosa de sus recetas. Mis hijos la llamaban la mafia de la cocina, porque no le gustaba que entraran. Una vez, a una nuera le dio la receta del lemon pie porque se lo quería preparar a su hijo, pero omitió el limón. De grande, mi madre vivió con nosotros hasta que yo tenía cerca de 60, y siguió cocinando ella, así que para mí la cocina es algo bastante novedoso. Pero se ve que lo tengo en la sangre porque disfruto, me divierte, y lo más importante es que me sale bien. El bacalao lo hacía mi madre todos los viernes santos, y el primer viernes santo que ella no estuvo, revolví en la memoria y lo preparé. No somos religiosos pero lo respetamos a rajatabla.

En el último cumpleaños de su marido, Miguel, lo agasajó con una isla flotante. ¿Cómo le gusta que la agasajen a usted? No me gustan las festicholas ni las ceremonias. El año pasado cumplí 70 y mis hijos me hicieron un videoclip, y creo que ese fue el mejor festejo. Uno vive en Londres, el otro en el Cerro del Burro (Playa Hermosa) y el otro en Las Toscas, así que lo hicieron todo online, y no sabés lo que es, divertidísimo, con canciones hechas por ellos contando cosas mías. Ese fue mi festejo top. Pero si no, me gusta algo tranqui. Puedo reunirme con mis amigas y jorobar y tomar vino.

Lee de todo y variado. ¿Se acuerda de algún escritor que le haya encantado? Hace poco hicimos un curso de autores japoneses, y ahí descubrí a algunos que me abrieron un mundo fantástico. A nivel latinoamericano, el año pasado descubrí a Pilar Quintana, porque ganó un premio, y cuando la leí me voló el jopo y me puse a leer otras cosas de ella. Pero también me gusta Doris Lessing. Y ahora estoy leyendo Yoga (de Emmanuel Carrère).

Después de escribir tantos libros de no ficción, ¿alguna vez pensó en escribir una novela? No. Yo siempre decía: “esto lo voy a contar cuando me jubile”, la cantidad de historias y anécdotas que he ido acumulando. Ahora que me jubilé no tengo tiempo ni ganas de ponerme a pensar en esas cosas. Soy la uruguaya más antinostálgica que pueda existir. Estoy mucho más entusiasmada con proyectos que no tienen nada que ver con mi profesión ni con mi vida pasada.

¿Es verdad que cuando sus hijos eran adolescentes tenían un sistema de contraseñas para avisarle que habían vuelto a casa? Sí. Yo soy muy dormilona, entonces cuando llegaban no los escuchaba, pero quería saber que estaban bien, sentir si tenían aliento alcohólico, todas esas cosas. Entonces les pedía que me despertaran cuando llegaran. Me decían: “Mamá, llegué”, y yo al otro día no me acordaba. Entonces les decía: “¿Por qué no me despertaste?”, y ellos me decían: “Te juro que te desperté”. Entonces hicimos un sistema de contraseñas: me despertaban y yo tenía que contestar algo, así estaban seguros de que me había despertado. La primera contraseña fue: “panchos con puré”, pero a la tercera noche yo ya automatizaba el “panchos con puré” y no me despertaba. Entonces hubo que ir complejizando la contraseña, y al final no sabés lo que era, “berenjenas a la parmesana”… Siempre platos de comida, pero cada vez más sofisticados y más largos.

¿Hace terapia? No, ya a esta altura no. Hice en otra época, pero tampoco mucho. Voy a decir algo horrible, porque he vivido de ello, pero no soy de las personas que piensa que todo el mundo tiene que hacer terapia o vivir terapizado. Creo que uno tiene que tratar de criar seres humanos lo suficientemente fuertes como para poder hacer frente a las cosas de la vida bien, que no quiere decir no pensarse a sí mismo, que es lo que me parece mejor de las terapias. Pero eso uno también lo puede hacer fuera de una terapia: pensarse a sí mismo, estar en contacto con uno; otra persona te puede ayudar mucho y vale pila la pena, pero tampoco es para todo el mundo.