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Sexualidad de personas trans: una de las más amplias e inexploradas

Cuando se vive plenamente, el mundo sexual de las personas trans es de gran riqueza. No obstante, alcanzar esa plenitud es un desafío plagado de barreras emocionales y socioculturales que apenas se están empezando a visibilizar
Editora de Galería

Para Thomas, el asunto es mucho más complejo que responder si tiene o no una vida sexual plena. En general, apunta, el mundo del sexo nunca se termina de investigar. Es inabarcable y diverso. Y algo que no dice, pero que los especialistas afirman por él: la sexualidad de las personas trans es, en realidad, uno de los terrenos más inexplorados. En la teoría, el mundo del sexo sigue siendo dominado por una visión heterocéntrica que apunta, en general, a una población cisgénero, es decir, a las personas cuya identidad de género y sexo asignado al nacer son el mismo. En el fondo, Thomas lo sabe. Si hoy disfruta de su sexualidad no fue gracias a libros, ni tuvo referencias en el cine —y si las tuviera, qué ingratas serían—, ni al apoyo terapéutico (hoy, los sexólogos especializados en el mundo sexual de las personas trans en Uruguay se cuentan con los dedos de una mano). “Fue la misma vivencia. Vivir en otras leyes me ha hecho estar acá pudiendo dar una mano. Como identidad trans, fue a los golpes”, cuenta Thomas Berton.

Josefina González, activista transfeminista, funcionaria, actriz y comunicadora uruguaya, reconoce a sus 37 años que aún está aprendiendo a conectar con el goce y disfrute de su sexualidad. “Sigo en un camino de aprendizaje. He logrado hacer determinados cambios y transformaciones pero todavía me cuesta poder construir con un otro, vincularme desde un lugar que no sea hegemónico, y creo que eso tiene que ver con lo que nos han enseñado, y los lugares que han intentado asignarnos, cuestiones de estigmatización, violencia. Esas cuestiones hacen carne en las personas y somos pocas las que estamos pudiendo transformar esas prácticas”.

Cada sexualidad es un mundo. En general, uno plagado de mitos y tabúes que impulsan el trabajo de tantos sexólogos y especialistas de toda índole por derribarlos. En esta era hiperinformada, la bibliografía acerca de cómo tener una vida sexual plena y saludable sobra. Sin embargo, no aparece siquiera una letra chica que visibilice todo lo que se deja por fuera. Cómo tener una vida sexual plena y saludable siendo heterosexual o cisgénero o binario sería el título más atinado para toda esa bibliografía.

Thomas y Josefina no supieron por dónde empezar o, mejor dicho, empezaron por donde la sociedad se los dictó. Mientras —como cualquier otro chico— podía haber estado conociéndose, tocándose y conectándose con su cuerpo, sus sensaciones y la identidad transmasculina que siente desde los primeros años de vida, Thomas estaba siendo medicado y diagnosticado con todo tipo de patologías. Desconectado de su identidad y más que invitado a no aceptarla. No parecía haber en ese contexto ningún lugar para acercarse a su sexualidad; al menos desde el disfrute. “¿Cómo podés disfrutar del sexo con alguien cuando ni vos te tocás? Cuando solo te sacás la faja a la hora de bañarte y ni te mirás. Si no nos tocamos, no nos queremos, no nos miramos, no vamos a disfrutar de lo que haga otra persona, primero porque no sabemos lo que nos gusta; segundo, porque no nos gustamos”, subraya.

Después de años de ejercer trabajo sexual —mucho menos visibilizado en hombres trans pero también frecuente—, de no querer ni mirarse y mucho menos tocar sus genitales, hoy Thomas habla libre y cómodamente de su sexualidad, reivindica su vagina y su transmasculinidad. “No soy hombre, soy trans. Ese es mi género. Reivindico la vivencia como mujer que tuve, como la ‘torta camionera’ del barrio, no la escondo. Pero llegar a tener esta cabeza me costó hormonizarme durante años, pasar por operación de mastectomía”.

Para Josefina, el goce de la sexualidad de las mujeres trans es todavía un debe por una razón clarísima: “Estamos tan atrás en temas de desarrollo, todavía estamos intentando acceder a cuestiones básicas y nos falta un montón para poder pensarnos desde el punto de vista afectivo, del goce, del disfrute de la sexualidad. Es muy difícil trabajar esas cuestiones si primero no cubrimos las necesidades básicas”, asegura.

Lo investigado hasta el momento indica que, vivida de manera saludable y plena, la de las personas trans es de las más ricas y amplias de las sexualidades. Con esa visión coincide la médica sexóloga clínica Vivian Dufau. “Tienen una sexualidad mucho más amplia. Tienen otro tipo de sexualidad y depende de cada uno cómo la quiera vivir. Es mucho más rica que la de pene-vagina y penetración. Tenemos que trabajar en potenciarla”, explica.

En la misma línea opina Daniel Márquez, médico de Medicina Familiar y Comunitaria, especializado en Atención a la Salud de la Población de la Diversidad Sexual. “Creo que el error que cometemos es el reduccionismo de ir solamente a la parte biológica vinculada a las terminaciones nerviosas de un órgano. Lo destacable es eso, todas las dimensiones que integran la sexualidad y que hacen que la persona sienta placer por eso, por tener su expresión en el contacto con el otro acorde a su identidad de género”.

Pero es un camino que recién empieza. Faltan especialistas, formación e información. “Particularmente en Uruguay no tenemos mucha formación. Los que nos especializamos en población trans, que formamos equipos de trabajo interdisciplinarios en ASSE y mutualistas, nos vamos al exterior. Es difícil, dentro de lo poquito que tenemos tratamos de ayudarlos lo máximo que se pueda”, dice Dufau.

El autoconocimiento. Quienes logran hoy disfrutar de su sexualidad tuvieron que atravesar muchas barreras en el camino, y luchan para que las actuales y futuras generaciones no tengan que toparse con ellas; para que tener una vida sexual plena no sea considerado un logro (como lo es hoy). La principal barrera suele aparecer en la infancia, ante la dificultad de identificarse como trans. Por eso, los especialistas afirman que cuanto antes se pueda expresar la identidad de género, mejores serán los pronósticos a la hora de vivir la sexualidad. Como es obvio, uno de los factores determinantes de la buena evolución es el apoyo familiar y de los pares. “Vemos que infancias y adolescencias trans tienen un mejor pronóstico en cuanto a adherencia de los tratamientos y vivencias cuando están acompañados”, explica Dufau. Sobre este punto, Márquez añade que “hay personas que tienen una identidad de género desde edades muy tempranas, y que realizar esa expresión de género también a edades tempranas colabora muchísimo a la hora de interactuar con el mundo, con otras personas y claramente en la sexualidad”. Hace varios años que el sistema de salud uruguayo ofrece acompañamiento en los procesos de transición —con hormonización, cirugía u otros métodos menos invasivos como el cambio de voz— en todas sus etapas.

Una identidad clara y una aceptación del propio cuerpo (con o sin hormonización) estará profundamente ligada a las vivencias de la sexualidad de la persona. En primer lugar, si existe rechazo hacia el propio cuerpo y los genitales biológicos, difícilmente haya lugar para el autoconocimiento y la masturbación. “Muchas personas tienen disconformidad con el tocamiento o visualización de sus genitales biológicos. Llegar a la masturbación es un logro impresionante. A veces no pueden ver sus genitales, porque es recordar una parte del cuerpo que no quieren tener. Si no los miro y no los toco, aprendo a invisibilizarlos”, apunta Dufau. El rechazo hacia los genitales biológicos a veces es tan grande que se evita el contacto hasta para higienizarlos. De todas formas, cada vivencia es distinta. Hay mujeres y varones trans que aceptan sus genitales y los disfrutan, al punto de hasta negarse a cualquier tipo de tratamiento hormonal para transformar el cuerpo a la identidad y género autopercibidos. En el caso de Thomas, las hormonas fueron una de las claves a la hora de autoconocerse y redescubrirse sexualmente. “No es solamente hormonizarme y verme bien. Es la revolución hormonal en general que te lleva a querer investigar y probar”, cuenta. Con el diario del lunes, no obstante, señala que la transición debería empezar por el interior, o sea, por la mente. “Tenemos que construirnos antes en la cabeza, porque con las hormonas pasa que después no se saben llevar. Te controlan todo: en materia de cuerpo, emociones. Tal vez no querés esos cambios pero por aprobación social pasaste por todo eso. Los pibes llegan al colectivo y lo primero que me dicen es ‘me quiero hormonizar’ o ‘me quiero operar’. Les pregunto si lo hacen por ellos o para que los otros los lean de determinada manera. Nuestro mundo es muy ansioso. Lo que sos está acá”, explica, señalando su cabeza. Si bien no se arrepiente, dice que hoy “con esta cabeza” no se hubiese hecho la mastectomía.

En varones trans, la administración de testosterona provoca el crecimiento del clítoris entre cinco y ocho centímetros, por lo que se lo suele denominar “micropene”. También, apunta Dufau, aumenta la lubricación y se potencia la sexualidad. Según Thomas, llevar la hormona “del macho” es un gran desafío y “hay que estar muy firme” para saber hacerlo, sobre todo si lo que se busca —como en su caso— es romper con los códigos de masculinidad. “Cuanto más rompés con esos códigos más disfrutas y te disfrutás, porque en replicarlos están las violencias. No sos un hombre cis y no lo vas a ser nunca”, subraya. Un reporte realizado por la Sociedad Interamericana de Psicología sobre los significados de la sexualidad en hombres trans señala que en las primeras semanas después de la inyección de testosterona, se siente un “notorio aumento del deseo sexual”. El micropene, detalla, se encuentra expuesto, tiene erecciones y se conforma por las mismas partes que el pene. Siendo tan sensible, al estimularlo se logra el orgasmo en cuestión de minutos.

En mujeres trans, inhibir la testosterona y agregar estrógenos impacta en la vivencia del deseo sexual. En su trabajo de fin de máster en Estudios LGBTIQ+ de la Universidad Complutense de Madrid, titulado La sexualidad de las mujeres trans en su proceso de transición, la psicóloga Gloria Arancibia Clavel señala que si bien los genitales dejan de responder tras el proceso de hormonización (el pene deja de tener erecciones), el deseo no se pierde, sino que “se deslocaliza”, y su vivencia se expande por todo el cuerpo, experimentándose más globalmente”. Una de las mujeres trans entrevistadas para ese trabajo propuso hablar de erotismo en lugar de sexualidad, una palabra que tiene más relación con el “sentir” que con el “hacer”. La sexualidad se vive en función de lo que se siente y no en función de lo que se debe hacer o “descargar”.

Josefina González considera “complejísimo” para las identidades trans encontrar el propio goce y conectarse con una misma para después ponerlo en práctica con otras personas. “Es genérico, nos han educado en una cultura extremadamente violenta y patriarcal. El goce se centra en la penetración, el coito, lo falocéntrico, no hay una exploración más allá de eso, y las identidades trans reproducen lo mismo, porque fuimos socializadas en el mismo sistema”, apunta. ?En cuanto a la masturbación, los estudios indican que si bien puede disminuir la frecuencia tras un proceso de hormonización, la experiencia se lleva “a otro nivel”. Uno de los testimonios del trabajo de Arancibia Clavel lo explica de la siguiente manera: “Cuando lo hago necesito hacerlo de un modo concreto, entonces necesito más tiempo. Tiene que ser un proceso de disfrutar más del cuerpo, más caricias, vivirlo en un sentido incluso espiritual, más de amor conmigo misma”.

El encuentro. Más allá de que la persona se sienta a gusto con su propio cuerpo y exprese su identidad libremente, las barreras más difíciles de atravesar tienden a aparecer a la hora del encuentro con otra persona. Puede que, en algún caso, esa barrera sea impuesta por uno mismo. Thomas, que hoy se considera bisexual —en un mundo que también tiende a heterosexualizarlos—, pasó por un período en el que no se dejaba tocar por mujeres cisgénero, porque se sentía “menos hombre”. “Es la construcción que tenemos instaurada, que el hombre ‘la pone’, entonces como hombre te hago lo que quieras pero no me dejo tocar. Todo se trata de esa construcción machista que lamentablemente como masculinidades trans las replicamos con muchos factores porque necesitamos demostrar siempre el doble, porque encima sentimos que nos falta algo”. Más de una vez, al terminar un vínculo sexoafectivo lo asaltó un pensamiento: “Me falta un pene”. “Adoro mi vagina pero te dejan por un hombre cis y lo primero que tendés a pensar es que te dejó por eso”.

Para las mujeres trans, el acceso y ejercicio de la sexualidad está al alcance de la mano. Las posibilidades aparecen todos los días. El tema está en cómo suele ser ejercida: “La tensión está en que si bien nosotras tenemos plena accesibilidad al ejercicio de la sexualidad, eso está posicionado desde un lugar de lo fantasioso y erótico más que de lo que tiene que ver con la compañía o el afecto”, dice Josefina.

Algo tan básico como el derecho al afecto, al respeto y al sexo amoroso es, más que inhabitual, una misión casi imposible para las mujeres trans, que en una sociedad todavía muy patriarcal tienen asignado el lugar de objeto de deseo y fantasía. “Me junto con compañeras y a todas les escriben por redes para tener una experiencia puntual, y existe ese juego macabro de ser la fantasía, la primera vez. Somos colocadas en ese lugar constantemente. Está muy difícil salir de ahí cuando son cosas de todos los días. Y si vos no creés que tenés derecho a otras cuestiones, podés llegar a pensar que eso es la sexualidad, que el mundo afectivo es eso, y no lo es. Es desgastante, deshumanizante”, manifiesta Josefina. Subraya que hay un abismo entre la sexualidad en general que realmente se practica —diversa, disidente— y la que se pone de manifiesto o se habla. Y en medio de la hipocresía, las mujeres trans terminan ubicadas en el lugar de lo tabú y clandestino. “A mí lo que me ha ayudado a cuestionarme cosas ha sido estar vinculada a organizaciones sociales, que nos hacemos ciertas preguntas y cuestionamos determinadas prácticas. Pero no todas tenemos la capacidad de participar en esos espacios. Venimos muy atrás porque estamos tapando agujeros básicos. Muchas ni siquiera se preguntan el lugar que se les ha asignado en este mundo”, añade.

Todavía, señala, las mujeres trans parecen invisibles dentro del mundo vincular y afectivo. Tener una pareja, por ejemplo, es una excepción para nada naturalizada.

Versus realidad. Expectativa (y potencial real): una de las sexualidades más ricas y amplias. Realidad: temor al rechazo y la discriminación. Para las personas trans, el del sexo casual es uno de los terrenos más difíciles de transitar; sobre todo, en ambientes donde el heterocentrismo está marcado a flor de piel. Es por eso que muchas veces los encuentros suceden entre personas de colectivos LGBTIQ+, donde se asegura, de cierta forma, un encuentro al menos respetuoso. Thomas, por ejemplo, cuenta que por esta razón la masculinidad trans tiende a buscar mujeres lesbianas. Sobre eso habla Dufau: “Entran a moverse en ciertos circuitos donde se sienten más cómodos porque tienen sentimiento de pertenencia, y se pueden dar intercambios sexuales porque están en la misma ruta. Es mucho más difícil cuando van a tener sexo casual en otros ambientes”. ?La falta de conocimiento ante el posible sexo casual alimenta temores, inseguridades y hacerse algunas preguntas como: ¿le digo o no le digo? Claro está que en un mundo igualitario e ideal una persona trans no tendría siquiera que cuestionarse la posibilidad de explicarle o avisarle a alguien con qué genitales nació y cómo/cuáles son actualmente, así como ninguna persona cisgénero del planeta lo haría jamás.

En el mundo real, por ahora, los especialistas sugieren que contarlo con naturalidad antes de un encuentro es una forma de evitar exponerse ante reacciones que pueden generar, por lo menos, mucha frustración. “Si no lo hacés te exponés a la violencia. Por eso elegimos la mayoría de las veces decirlo antes. Llega un momento en que no te importa que te rechacen a la hora de decir que sos trans. Preferís decirlo y estar tranquilo y cómodo que exponerte a ciertas violencias”, plantea Thomas. Lo más frecuente, apunta, es que esa violencia se dé por parte de hombres cisgénero.

La clave de todo esto, apuntan los especialistas, tiene que ver con un concepto universal con el que la sexología no para de insistir: desprenderse de la idea de la sexualidad como un mundo puramente genital. Después de todo, ¿quién anda por la vida con lentes de rayos X para ver quién tiene pene o vulva? ¿Quién verdaderamente siente atracción por una persona por los genitales que esconde bajo su ropa? “Uno no está fijándose en eso. Uno se engancha de todo, de la sonrisa, de las miradas, de todo un componente ambiental no genital. La realidad es así”, declara tajante Vivian Dufau. Si la sexualidad para las personas trans es definida como una de las de mayor riqueza, es porque justamente no están —cuando son vividas en su plenitud— centradas en la genitalidad. Los estudios indican que tanto varones como mujeres trans significan la sexualidad como un acto de profunda conexión afectuosa que, lejos de estar determinado por los genitales —que son solo un órgano sexual más— y la descarga sexual, explora el cuerpo como un todo erógeno. Una amplitud y diversidad que debería —anhelan los sexólogos— ser universal.