N° 2065 - 26 de Marzo al 01 de Abril de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo alcanzan los días de cuarentena para lograr entender lo que está sucediendo en el mundo. Nunca antes las generaciones vivas habían tenido que enfrentarse a una situación de esta gravedad. Lo impensado está aconteciendo. Frente al aislamiento, las redes sociales se convierten en una fuente desesperada donde encontrar una respuesta, una información certera, un consejo, una palabra de afecto.
Cada quien sufre la cuarentena a su manera, y se angustia, en una u otra medida, por todas las dificultades que este contexto va a traer y ya está trayendo. Sin embargo, dentro de tanta incertidumbre hay una certeza dolorosa: no todas las personas atravesarán esta crisis del mismo modo; lamentablemente, las personas más afectadas serán (como siempre) las que tienen menos recursos.
Si se piensa que la mayoría de los casos registrados en América Latina estuvieron vinculados originalmente a Italia, podría afirmarse que el virus llegó a la región de la mano de las clases más privilegiadas: un virus importado de Europa. Aun sabiendo que estaban llegando de zonas sumamente afectadas por la pandemia, muchas de estas personas no consideraron necesario aislarse al ingresar a sus países. Esta “falta de solidaridad” provocó de forma rápida una fuerte expansión del virus, particularmente en Uruguay; pero también es cierto que los gobiernos no estaban aún preparados en ese momento para brindar medidas o consejos claros a quienes llegaban.
Lo cierto es que la “falta de solidaridad” de las clases privilegiadas no terminó ahí: antes de que se anunciara el primer caso de coronavirus en Uruguay, el alcohol en gel ya se había agotado en muchas de las farmacias de Montevideo, y su precio, así como el de barbijos y vitamina C, se había disparado. Después empezó el tiempo de los carros de supermercado desbordantes y las góndolas vacías, imágenes penosas que dejaron ver pobreza ética detrás de la riqueza económica.
Desde los medios y las redes se escucha una y otra vez resaltar la importancia de la “solidaridad” como la clave para superar esta emergencia sanitaria. En este contexto, la solidaridad se refiere a la idea de quedarse en las casas y no salir, porque, aunque pese, esa es la única manera de ayudar a no expandir el virus. Sin embargo, la noción de solidaridad que hay que tener presente debería ser mucho más amplia.
En los últimos días, muchas trabajadoras domésticas fueron despedidas, quedando sin ningún tipo de protección social. Aunque en Uruguay existe desde 2006 una ley que regula el trabajo doméstico y prevé la indemnización por despido, sigue habiendo un altísimo porcentaje de trabajadoras que son contratadas informalmente, sin que se realicen aportes al BPS (Banco de Previsión Social). Despedir a una trabajadora doméstica en medio de esta situación, dejándola desamparada sin ningún tipo de contención económica, también habla de la falta de solidaridad de muchas personas privilegiadas.
Otro grupo de mujeres que está viviendo momentos de precariedad extrema (más aún de lo normal) son las trabajadoras sexuales. Ante las primeras noticias de la llegada del virus a Uruguay, su fuente de ingresos desapareció. La posibilidad de “sexo virtual” no es una opción para la gran mayoría de ellas, que no tienen los recursos tecnológicos ni habitacionales para llevarlo a cabo. Muchas son jefas de hogar con dos, tres o cuatro hijos/hijas a cargo. Tienen problemas para pagar el alquiler y para comprar alimentos básicos para ellas y sus niñas/niños. Algunas habían pasado ya la semana pasada un par de días sin comer. ¿Dónde está la solidaridad de esos hombres que consumen sexo a través de los cuerpos de otras personas? ¿Piensan acaso en cómo ayudar, en tiempos de dificultad extrema, a quienes trabajan en función de su placer personal? Infelizmente, parece poco probable que el privilegio masculino se detenga en estas consideraciones. (*)
Cuando “quedarse en casa” incluye la posibilidad de tirarse al sol en el pasto, hacer un asado con personas queridas o zambullirse en una piscina, la cuarentena no suena tan dura. ¿Pero qué implica la cuarentena para quienes viven en la mayor precariedad?, entre “aguas servidas y ratas”, como expresó Laura Raffo al recorrer un asentamiento en Malvín Norte. ¿Qué significa #quedateencasa para las mujeres que son víctimas de violencia doméstica y tienen que convivir en aislamiento 24 horas con su agresor? ¿O para una niña o niño que es víctima de abuso sexual por parte de su padre o abuelo? Y, finalmente, ¿qué es “quedarse en casa” para quien no tiene casa, para quien no tiene ni siquiera dónde lavarse las manos con jabón?
Como expresó la filósofa norteamericana Judith Butler: “El virus no discrimina”, es la desigualdad extrema, enraizada en el racismo, el clasismo, la xenofobia, la violencia contra las mujeres y las personas trans, y la explotación capitalista lo que asegurará que el virus discrimine. Este es sin dudas un excelente momento para ampliar colectivamente el significado de la palabra solidaridad. Es también un buen momento para darse cuenta de la importancia del Estado y de su rol como único sostén ante la precariedad extrema en la que viven tantas personas. Un momento para hacerse cargo de los privilegios y entender que todas las vidas valen lo mismo, y que nadie, nadie, debería “tener coronita” en esta situación.
(*) Para contribuir económicamente con las trabajadoras sexuales organizadas (colectivo O.Tra.S.) pueden contactarse con Andrea Tuana de la ONG El Paso; para hacer donaciones en alimentos no perecederos, productos de limplieza, elementos de higiene personal y gestión menstrual, o pañales, se reciben de lunes a viernes en el Salón 105 del PIT-CNT (Jackson 1283).