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    Antes y después de 2020

    Director Periodístico de Búsqueda

    Nº 2101 - 10 al 16 de Diciembre de 2020

    por Andrés Danza

    El año 2020 se ha hecho mucha mala fama. Parece como si nadie lo quisiera. Abundan en los medios de comunicación y en las redes sociales los deseos de que termine de una vez. Es probable que ningún almanaque se vaya a romper con tanta fuerza como el que termina dentro de 20 días. Los brindis, cuando se acerque la medianoche del 31 de diciembre, serán de alivio y de bronca. Un ejemplo de ello, mínimo pero significativo, es el éxito que está teniendo el vino espumante lanzado por la bodega mendocina Dante Robino, cuyo nombre es: 2020 LPQTP. Un insulto con todas las letras, ideal para la última copa del año.

    Hay motivos justificados para que eso suceda. La pandemia de coronavirus lo transformó en un año nefasto. Millones de contagiados y de muertes en países de todo el mundo dejaron a la humanidad temblando de miedo. Se restringieron los viajes, las reuniones sociales, las celebraciones, las fiestas, los cursos presenciales, casi todo lo que hace que las personas se sientan menos solas. En definitiva, se afectó de forma directa la libertad de cada uno y a eso se le agregó un monitoreo constante y abrumador de la vida en sociedad, como en la pesadilla que describía Orwell en la novela 1984.

    Pero, desde otro punto de vista, es engañosa esa mancha negra y espesa que se esparció arriba del 2020. No deja ver otros acontecimientos muy importantes, algunos que ocurrieron en Uruguay. Es probable que en un futuro más lejano este año sea recordado como el del coronavirus, pero también como el que dio inicio a una nueva etapa política, a un capítulo todavía sin nombre que comienza y a otro que finaliza después de décadas: el de la restauración y la consolidación democrática.

    Desde 1985 hasta la fecha pasaron 35 años, pero también presidentes de los tres principales partidos políticos uruguayos, algo que nunca había ocurrido en la historia. Todos ellos demostraron que son capaces de gobernar sin demasiados sobresaltos y que, más allá de matices importantes, la rotación en el poder no provoca ninguna hecatombe ni nada parecido. Al contrario, hace que se vayan derribando mitos que suelen conspirar contra la salud de la democracia.

    Los protagonistas de esa época son los que este año dejaron definitivamente de serlo. No lo hicieron porque fueran desplazados mediante las urnas. Eso no ocurrió. En algunos casos, fueron ellos mismos quienes decidieron dar un paso al costado y abandonar el primer lugar de la fila. Así ocurrió primero con el expresidente Luis Alberto Lacalle y luego con sus colegas Julio Sanguinetti y José Mujica. En otros, fue la muerte la que les ganó de mano, en plena militancia. Hace cuatro años sucedió con el exmandatario Jorge Batlle y el domingo 6 con el dos veces presidente Tabaré Vázquez.

    Ellos cinco, junto con otra cantidad de dirigentes de los distintos partidos, representan a un Uruguay que este año cerró una era con mucho para contar, más de lo bueno que de lo malo. Queda el ejemplo, queda lo hecho, queda el camino, pero cambia la estación. Se abre una nueva historia. Hay cuatro episodios concretos de este odiado 2020 que así lo demuestran.

    El primero es la asunción el 1º de marzo de Luis Lacalle Pou en la presidencia de la República. Lacalle Pou representa a una nueva generación a cargo del poder, la de los que eran niños durante la dictadura militar. Es más, es el hijo de uno de los cinco representantes de esa etapa que llega a su fin: Lacalle Herrera. Para dejarle el espacio necesario, él fue el primero en retirarse de la política activa, hace ya más de cinco años. Ese fue el momento en el que se inició el traspaso.

    Pero la consolidación fue en 2020, el año en el que definitivamente se cerró una puerta y se abrió la siguiente. Porque además de la presidencia de Lacalle Pou, el segundo episodio que es una muestra clara de cambio es la asunción en Montevideo de la intendenta Carolina Cosse y en Canelones de Yamandú Orsi. Ambos son dirigentes emergentes en el Frente Amplio y serán protagonistas por años, con posibilidades serias de lograr el papel principal en representación de la oposición en la próxima campaña electoral.

    El tercer episodio que también funciona como bisagra entre un período y el otro es la renuncia a la Cámara de Senadores de Sanguinetti y Mujica. Lo hicieron juntos, el mismo día y terminaron su periplo parlamentario con un abrazo. Viejos rivales, representantes de ideologías distintas y muchas veces enfrentadas, símbolos principales de las últimas décadas, ambos resolvieron coincidir al dar el paso al costado, como señal inequívoca de que abren camino a una nueva era.

    El cuatro ocurrió el domingo 6. Ese día será recordado como la fecha en la que falleció el expresidente Tabaré Vázquez. Más allá de los homenajes y de lo que una muerte de semejante importancia genera, con Vázquez también terminó de morir una época. Vázquez inició su carrera política a fines de los 80, apenas reinstaurada la democracia, y desde esa fecha ha sido el referente ineludible de una parte muy importante de Uruguay. Fue intendente, dos veces presidente y, sobre todo, el encargado de darle poder al Frente Amplio y derribar de esa forma una serie de relatos, dejando a la sociedad uruguaya un poco más adulta. Relatos de los buenos y de los malos. Desde que la izquierda iba a desestabilizar al país hasta que la corrupción era solo patrimonio de blancos y colorados. Ya no quedan inocentes, ni impolutos ni salvadores.

    Quizá por eso también es que ha llegado un nuevo tiempo. Uno distinto, muy cargado de pasado reciente. Todos los partidos políticos principales tienen experiencias de gobiernos, líderes ya fallecidos e historias para contar, buenas y malas. Todo lo que empieza ahora tiene mucho de viejo y también es nuevo. Ya no hay misterios, pero tampoco certezas. Lo que vendrá empieza a escribirse en una nueva página en blanco. Hoy todo vuelve a empezar.