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    Argentina y Chile: cuando las bardas de tus vecinos veas arder...

    Nº 2154 - 23 al 29 de Diciembre de 2021

    Mauricio Macri y Sebastián Piñera. Ambos empresarios millonarios. Ambos expresidentes de Argentina y Chile. Ambos supuestos neoliberales. Ambos perdieron el poder en manos de populistas peronistas y comunistas. Ambos pusilánimes. Ambos nunca dieron la batalla que debieron dar: la batalla de las ideas contra la hegemonía cultural de la izquierda.

    Tanto Macri como Piñera ganaron holgadamente las elecciones cuando fueron electos presidentes; en gran parte porque se beneficiaron del “voto castigo” a las políticas socialistas que causan (siempre) restricciones al comercio, regulaciones absurdas, ineficiencias, subsidios, endeudamiento, inflación o déficit fiscal. Pero no tuvieron la visión, el compromiso, el conocimiento o el coraje para hacer las reformas promercado y prolibertad, que son las que —a la postre— generan prosperidad. Por eso perdieron.

    Ambos quisieron ser “políticamente correctos”, queriendo agradar al discurso hegemónico de la izquierda gramsciana en favor de la “igualdad” (a prepo), de las políticas de género, del ambientalismo, del Estado presente, del feminismo, del globalismo y del “quedate en casa”. Pensaron que con esta política de “apaciguamiento” ganaban paz política-sindical y hasta capaz captaban algún voto “¡por izquierda!”. Ambos se equivocaron feo.

    Ninguno de ellos se trazaron objetivos como los que sí se trazó Cayetana Álvarez de Toledo, los cuales explicita en su libro Políticamente indeseable: ?“Mi segundo objetivo (…) era acabar con la presunta superioridad moral de la izquierda y con el síndrome de Estocolmo de la derecha”.

    El síndrome de Estocolmo es un extraño fenómeno donde la víctima desarrolla un vínculo positivo hacia su victimario, trátese de una situación de secuestro, esclavitud, abuso sexual o similares, que también vemos en política: los demócratas ceden ante los totalitarios, los empresarios ceden ante la lucha de clases y los honestos ante los corruptos.

    La semana pasada citábamos parte de la presentación de la exministra de Finanzas de Nueva Zelanda, Ruth Richardson, con motivo de su visita a Uruguay, donde nos reclamaba un inexistente (hasta hoy) “sentido de la urgencia” y que para salir de la situación de estancamiento congénito de Uruguay (siempre a mitad de tabla) se necesitaba que “todos los actores acepten su responsabilidad”.

    Por “todos los actores” refería no solo a los políticos, sino también a los empresarios, los académicos, los intelectuales, los sindicalistas y los ciudadanos comunes y corrientes.

    Entre esta variopinta fauna, los empresarios tienen un rol protagónico que no se animan a asumir: son los verdaderos y únicos creadores de riqueza y empleo genuino. Son los que tienen las ideas, los que arriesgan su dinero para llevarlas a cabo, los que caen y vuelven a levantarse, los que persisten, los que innovan, los que exportan y los que contratan empleados, quienes, por carecer de tales talentos y virtudes, no desarrollan un proyecto propio.

    Los empresarios son verdaderos benefactores de la sociedad siempre que jueguen con las reglas del libre mercado, donde la única manera de ganar dinero es sirviendo a los demás con bienes de mejor calidad y menor precio, intercambiando valor por valor y no valor por necesidad.

    Lamentablemente, los empresarios en Uruguay se tragaron el cuento de la lucha de clases, de la explotación del hombre por el hombre, de su egoísmo y su inferioridad moral ante el reclamo de los “más débiles”. Asumen pasivamente que son el lobo al que hay que abatir o la vaca que se deja ordeñar, pero nunca yerguen su cabeza por sobre las masas ni le dicen al mundo en fuerte y orgullosa voz lo que verdaderamente son: “El caballo que tira del carro”.

    Las bardas de nuestros vecinos arden. Las nuestras arderán más temprano que tarde. Debemos dar la batalla cultural por las ideas de la libertad, el libre mercado, la competencia y la meritocracia. Los empresarios tienen mucha agua para prevenir este incendio. ¡Que lo hagan!