Barbudos en la ducha

Barbudos en la ducha

escribe Fernando Santullo

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Nº 2113 - 4 al 10 de Marzo de 2021

Aunque estas columnas suelen ser sobre temas de actualidad o por lo menos vinculadas lateralmente a alguno de ellos, esta semana me interesa charlar sobre algo que puede parecer poco actual y que ni siquiera ocurrió en Uruguay. Algo que, sin embargo, conecta de manera elíptica con un montón de debates que sí se dan en Uruguay y que muchas veces son actualidad. Esta semana quiero escribir sobre un pequeño escándalo que viene ocurriendo en los medios especializados en la música pesada y sobre cómo ese pequeño escándalo sirve para cuestionar la idea de que los cambios sociales ocurren por ley, gracias a una mayoría parlamentaria simple.

A mediados del 2020, cuando la pandemia se encontraba en su momento más intenso en Estados Unidos, el tecladista Roddy Bottum, conocido por ser miembro de la banda de rock alternativo Faith No More, anunció la salida del material de su proyecto Man On Man, un dúo con su pareja Joey Holman. Bottum hizo pública su homosexualidad en 1993, cinco años antes de que hiciera lo propio Rob Halford, el más conocido cantante de Judas Priest. A diferencia de Halford, quien mantuvo su sexualidad en secreto durante varias décadas (los 70, los 80 y parte de los 90), Bottum siempre ha sido bastante directo al respecto. En eso quizá ayudara el hecho de estar en una banda como Faith No More, que si bien puede enmarcarse dentro de la música pesada es al mismo tiempo un grupo que se ha dedicado, de manera consciente, a patear los límites.

De hecho, una de las cosas que más me gustaron de Faith No More cuando los descubrí a comienzos de los 90 fue su capacidad de crear un arte que cruzara lo que el dogma decía que no se debía cruzar, de hacer lo que se suponía que no se debía hacer. Su capacidad de construir con esos materiales una obra provocativa y hacer del arte la clase de herramienta que sirve para despertar de modorras cómodas que a veces se venden como arte, pero que, por lo general, son marketing. Con ese contexto y siendo la banda originaria de San Francisco (ciudad pionera en lo que a luchas de la comunidad gay se refiere), la trayectoria de su tecladista quizá no parezca especialmente rupturista. Y sin embargo, el bueno de Bottum logró que los límites de lo que se acepta y lo que no fueran testeados una vez más.

El nuevo videoclip de Man On Man muestra a Bottum y Holman, dos veteranos barbudos, grandotes y más bien peludos, besándose en calzoncillos y (para mí, el peor pecado de todos) medias blancas. Se besan en la cama, en la ducha, con las guitarras colgadas sobre sus barrigas desnudas y más bien voluminosas. Se abrazan y se tocan como los amantes que realmente son. De hecho, lo hacen con una naturalidad y entusiasmo que no suele verse en la inmensa mayoría de los videos en los que aparece una juvenil pareja heterosexual haciendo más o menos lo mismo, lo que convierte el clip en algo tan real como provocador. ¿Por qué provocador? Porque, según un montón de opinadores de la prensa digital especializada, una cosa es ser homosexual y otra hacer un video más bien explícito sobre esa homosexualidad. En resumen, que la sexualidad de determinadas personas no debería poder verse como sí se puede ver la de otras.

Ahora, esto no es en absoluto algo nuevo, siempre han existido y existirán personas que crean que tal o cual cosa no debe ser mostrada por razones morales que solo ellos entienden. Lo que es nuevo (o particular) es la sorpresa de que esa gente exista. Conectándolo con algo local y reciente, cuando el semanario Voces puso a Alberto Sonsol en portada con una frase que hablaba de las mujeres que se victimizaban, se elevó un coro de voces exigiendo que fuera retirada esa portada. ¿Alguien cree de verdad que esas ideas desaparecen simplemente porque a quienes marcan opinión no les gustan? ¿Porque un puñado de militantes de alguna causa lo reclama en Twitter? ¿Porque se votó una ley al respecto? Yendo un poco más allá, ¿de qué manera se pueden discutir las ideas que nos parecen malas si nos dedicamos a barrerlas debajo de la alfombra? Cuando Rob Halford, el mencionado vocalista de Judas Priest, hizo pública su homosexualidad, a la gran mayoría de los fans del metal le importó poco y nada la noticia. Pero de ahí no se concluye que mágicamente la homofobia desapareciera de la gente que curte esa música. Ni de la gente en general. O que la opinión de la gente cambie, de manera automática y total, en la dirección que nos parece mejor, porque así lo dicta una ley aprobada en el Parlamento y así lo exigen, a veces violentamente, algunos cientos o miles en Twitter.

Cuando dejamos de discutir las ideas que nos parecen malas y las escondemos o hacemos como que no tienen derecho a existir en una sociedad democrática (ideas que mientras no llamen a la violencia de forma clara y peligrosa tienen todo el derecho a ser expresadas) es cuando nos sorprendemos de su persistencia. Amigo, nunca dejaron de estar, es solo que cuando la presión social sustituyó al debate y comenzamos a manejarnos a base de anatemas morales y laicos esas ideas quedaron debajo de la superficie mediática. Y entonces, como todo lo que es obturado, se enquistaron. Y explotan cuando consideran que algo o alguien (en este caso un video desprejuiciadamente gay) pasó los límites de lo aceptable.

Es por eso que la ley no puede ser la punta de lanza de las ideas. La ley es, o debería ser, la cristalización de una conversa colectiva previa que discuta las ideas existentes sobre determinado tema. La ley no es la partida, sino la estación de llegada de una discusión. Por eso son más débiles las leyes que se aprueban a duras penas, sin consensos firmes detrás. Por eso cuesta tanto construir políticas de Estado que no sean meramente retórica o expresión de deseo. Pero para eso es necesario reconocerle el derecho a decir “burradas” a quienes nos parecen “burros”. De exponer sus “prejuicios” a quienes nos parecen “prejuiciosos”. No hay nada que separe el pedido de censura de un video clip abiertamente gay del pedido de censura de la obra de un autor que, porque así lo decidió la camarilla woke de turno, es un tipo moralmente despreciable. La intolerancia se puede comer con moñitas o con arroz, pero siempre es intolerancia, no importan sus intenciones últimas. No se dice lo suficiente: los fines nunca justifican los medios. Sin los medios adecuados, los fines pasan a ser otra cosa, algo mucho peor.

Así que bienvenidos los videos de barbudos que chuponean con pasión en la ducha. Bienvenido el arte que mantiene la vocación de testear límites y no se preocupa demasiado por la autoayuda y la didáctica (para eso ya tenemos a la familia y la escuela, ¿no?). Bienvenido todo lo que sirva como recordatorio de que lo que llamamos homofobia o cualquier otra idea que nos parezca mala no desaparece por más cancelación que se le haga. Bienvenido todo lo que sirva para pensarnos en libertad, como adultos que intentan convencer a otros, con argumentos razonados y siempre revisables, de que su punto de vista es mejor. Es bueno tener claro que ese es un debate que no se cancela ni se termina nunca.