Nº 2149 - 18 al 24 de Noviembre de 2021
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCon la primavera y la llegada de los días lindos, cada vez más gente sale a la calle a disfrutar del sol. La rambla de Montevideo es uno de los espacios públicos por excelencia, al que las personas llegan para sentarse a mirar el horizonte o hacer un poco de ejercicio. Desde el año pasado, la Intendencia de Montevideo hace peatonal la senda sur durante las tardes de domingo, y es agradable ver a tanta gente disfrutando de ese territorio compartido. Por supuesto, como todo espacio público, también se trata de un lugar de conflicto en el que se reproducen jerarquías y desigualdades.
Las jerarquías de clase, etnia, género, orientación sexual, entre otras, se manifiestan allí de muchas maneras. Por poner un ejemplo evidente: las investigaciones señalan que la percepción de seguridad al caminar por el espacio público varía según el género, ya que las experiencias de acoso y agresiones afectan principalmente a las mujeres (las cifras son aún mayores si se trata de mujeres trans o afro). Así, el simple hecho de caminar por la calle es completamente diferente para una mujer que para un hombre.
Afortunadamente, a pesar de que por mucho tiempo este tipo de situaciones no eran vistas como un problema, hace ya varios años que el acoso callejero es entendido como una forma de violencia que hay que erradicar. Y a esta altura del partido, quien más, quien menos, se da cuenta de que hacer un comentario con connotación sexual a una mujer que pasa caminando, es una actitud violenta y pasada de moda. Incluso quienes aún hoy deciden mantener este tipo de prácticas, son conscientes de que están haciendo algo fuera de lugar.
Pero en ese gran escenario que es el espacio público, hay un comportamiento que se sigue naturalizando y aceptando como si no hubiera nada raro para revisar: me refiero al hábito de escupir y al (todavía más aterrador) hábito de sonarse los mocos en el aire. En una caminata de no más de media hora por la rambla, resulta prácticamente imposible no cruzarse con al menos una de estas dos situaciones.
Si ya resultaba violento antes, no se logra entender cómo la pandemia no evidenció lo insólito de la costumbre. Parece incomprensible que en un contexto mundial en el que se pide a la población circular con tapabocas y cubrirse el rostro para estornudar, alguien crea que no hay ningún problema en expulsar los mocos al viento en un paseo público lleno de personas.
“Es inevitable”, dirán. Pero no lo es. Miguel Fresnillo, otorrinolaringólogo español, explica que “no hay motivos fisiológicos que requieran la necesidad de escupir por la calle, ni siquiera en los que presentan una hipersecreción salival. Se trata más bien de un problema educativo”.
Claramente, se trata también de un problema de género, ya que son en su mayoría hombres los que presentan el hábito. Y es que hay que sentirse un poco “dueño de la calle” para andar tirando las flemas por ahí impúdicamente, porque aún en un caso de mucha necesidad, siempre se puede optar por usar la remera de pañuelo. “Es puramente cultural: algunos chicos escupen porque crecieron pensando que es cool y nadie los castigó como se castigaría a las chicas por escupir”, aclara la dentista norteamericana Susan Maples.
Como el espacio público ha sido históricamente construido desde lo masculino (mientras que lo femenino pertenecía al espacio privado), muchos de los “usos” que se consideran neutros o universales, en realidad no lo son, sino que responden a prácticas y hábitos de los varones. Así, resulta que la mitad de la población tiene que andar por la vida esquivando los mocos de la otra mitad, como si fuese la cosa más normal del mundo.
Países como Francia o Reino Unido hace décadas que realizan campañas para erradicar esa costumbre, pero a veces pareciera que en Uruguay no existe tan siquiera la conciencia de lo fuera de lugar que resulta el hábito. Como afirma el filósofo español Paul Preciado: “Cuando socialmente no percibes la violencia es porque la ejerces. Son tus propios privilegios los que te impiden verla”. En definitiva, tampoco puede ser tan malo salir a caminar con un pañuelito en el bolsillo.