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    Cine mudo y disparos

    N° 2049 - 05 al 11 de Diciembre de 2019

    En la avenida Fairfax de Los Ángeles y por cuya puerta debe haber pasado muchas veces Philip Marlowe, hay una sala de 150 butacas que, hasta hace muy poco, se dedicaba a exhibir únicamente películas mudas. Desde su creación en 1942, gracias al empuje y amor por el cine del coleccionista John Hampton y su esposa Dorothy, The Silent Movie Theater no ha dejado de encandilar a los espectadores con los grandes clásicos silentes, por lo general en compañía de un pianista. El matrimonio construyó la pequeña sala y arriba, en un pequeño departamento del mismo local al lado de la cabina de proyección, vivían. Literalmente, le dedicaron su vida al mantenimiento del cine. En el hall de entrada había fotos y afiches de Louise Brooks, Rodolfo Valentino, Greta Garbo, Harold Lloyd, Douglas Fairbanks, Buster Keaton y Lon Chaney. Aquellas grandes estrellas escudriñaban a los espectadores y les garantizaban un momento mágico, cuando las imágenes lo eran absolutamente todo.

    Pero además de una sala en una paqueta avenida con palmeras y tiendas, también resultó ser una casa pesadillesca. Hubo varios cambios de dueño. En 1999, el cine mudo fue reabierto por Charlie Lustman con Tiempos modernos, de Chaplin. Lustman no era un gran conocedor del séptimo arte, pero llevó la antorcha con dignidad. Con el tiempo agregaron pop y algún espectáculo musical, aunque seguían proyectando películas como El nacimiento de una nación, de Griffith, o Nosferatu, de Murnau. La última firma encargada de la sala, Cinefamily, debió cerrar sus puertas en 2017 debido a denuncias de abuso sexual que salpicaron a sus empresarios. Se habló de puertas secretas, de sustancias tóxicas, de violación. Una constante del Hollywood clásico vuelve a cumplirse: detrás de cada cierre de una empresa, detrás de cada conflicto, hay un escándalo sexual.

    Pero vayamos al momento en que los fantasmas de la pantalla cobran vida y descienden para tomar las butacas y perderse en los corredores y entre las latas de películas o esconderse detrás de los cuadros. En 1980 el matrimonio fundador de la sala cierra sus puertas. Diez años después muere John Hampton y en 1991 su viuda la vende a un tal Laurence Austin (muy parecido al actor británico Bill Nighy), un sujeto misterioso que estaba en la boletería, cortaba las entradas en la puerta y antes de apagar las luces y ocasionalmente proyectar él mismo la película, aparecía por el corredor y anunciaba: “Mi nombre es Laurence Austin y les doy la bienvenida al único cine mudo del mundo”.

    El 17 de enero de 1997, luego del consabido ritual se apagaron las luces y largó la exhibición de Amanecer (1927), una obra maestra de Murnau con George O’Brien y Janet Gaynor que comienza con el fracasado intento de asesinato de un hombre a su mujer y luego vira en un parque de diversiones, mediante la culpa y poco a poco, hacia una reconciliación jubilosa. En cierto momento y con toda claridad, los espectadores escucharon, entre las notas del piano que acompañaba en vivo la proyección, dos disparos en el hall de entrada: bang, bang. Son momentos de incertidumbre, todo sigue igual pero el público se mantiene alerta. ¿Fueron disparos? Entonces suenan dos más y un sujeto con un arma se abre camino en la sala alocadamente en busca de la puerta de emergencia. El pianista deja de tocar, se encienden las luces y el celuloide se corta, lo que habitualmente se percibe en la pantalla como una explosión ígnea. En el hall de entrada, escrutado por los ojos de las estrellas de cine mudo que de pronto han vuelto a las fotos y a los afiches y parpadean de asombro pero nadie se da cuenta, el público descubre en el piso sobre un enorme charco de sangre el cadáver de Austin.

    La policía llegó a los cinco minutos, pero la investigación insumió bastante más tiempo. El móvil de robo fue descartado porque el malhechor no se había llevado nada. Los detectives descubrieron un oscuro trasfondo amoroso. El proyeccionista del cine era amante de Austin y al parecer el único heredero de su fortuna, y había contratado a un asesino para realizar el trabajo sucio. Ambos fueron detenidos, enjuiciados y encarcelados. El cine mudo, asaltado por cuatro detonaciones sonoras, ahora tenía un cadáver en su historial, por un instante un relato mucho más cinematográfico que todos los que se habían proyectado.

    Hay un documental que habla de esto: Palace of Silents (2010), de Iain Kennedy, pero como no lo van a ver, yo se los cuento.