Cuerpos para el placer de los señores

Cuerpos para el placer de los señores

La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2112 - 24 de Febrero al 2 de Marzo de 2021

La violencia contra las mujeres es un fenómeno aceptado cultural y socialmente en el mundo entero. Aunque resulte incómodo es necesario admitir esto, ya que si no se logra ver difícilmente se logre cambiar. Si bien por un lado parecería haber un acuerdo internacional para erradicar el problema, lo cierto es que, a pesar de los avances normativos, las cifras de violencia contra las mujeres no descienden. Y esto se debe en parte a que las leyes no se respetan lo suficiente, los procesos legales son demasiado largos y complejos y, sobre todo, a que prevalece una tolerancia social a la violencia contra las mujeres que sostiene la impunidad de miles de hombres en el mundo entero.

Un buen ejemplo de esto se puede leer en el excelente libro de la escritora francesa Vanessa Springora, El consentimiento (publicado en francés en enero de 2020 y traducido a español en setiembre del mismo año). En él, Springora relata la relación que mantuvo con el escritor Gabriel Matzneff cuando ella tenía 14 años y él 50. Lo que el libro en definitiva deja planteado es lo problemático de la idea de “consentimiento” cuando la relación está atravesada por un evidente abuso de poder. A los 47 años, 33 años después de esa relación, la autora se atreve finalmente a enfrentar su pasado y a cuestionar el silencio en el que las élites intelectuales francesas avalaban una relación ilegal (todo acto sexual con una persona menor de 15 años está penado por la ley en Francia).

Como si esto fuera poco, Matzneff dedicó su carrera como escritor a relatar en detalle los encuentros sexuales que mantenía con niños y niñas tanto en Francia como en sus viajes a Filipinas, publicados en varios volúmenes de sus Diarios o en libros como Los menores de 16 años, en lo que claramente constituye “una apología explícita del abuso sexual de menores” (Springora, 2020). En 1990 fue entrevistado en un conocido programa televisivo en el que entre risas le preguntaron por su “éxito” con liceales y niñitas, a lo que respondió que “una niña muy joven es mucho más dulce y agradable, incluso si muy rápidamente se vuelve histérica e igual de loca que cuando sea más grande”. Sin embargo, nunca una editorial cuestionó sus publicaciones, y Matzneff continuó recibiendo reconocimientos y distinciones literarias hasta muy recientemente, como el Premio Renaudot de ensayo en 2013 y el Premio Cazes en 2015.

Este es tan solo un ejemplo, uno de cientos, de miles, de cómo el abuso sexual a niñas y mujeres es parte estructural del entramado social y cultural en el mundo entero. Lo único que ha cambiado hoy, como afirma Springora en su libro, es que finalmente se ha comenzado a liberar “la voz de las víctimas”. Esa voz que durante siglos fue silenciada, ignorada y desestimada, con la complicidad de quienes imparten justicia, de los medios de comunicación y de la sociedad toda, que siempre ha preferido mirar para el costado. Como reflexiona la autora refiriéndose a su abusador: “Al poner la mira en niñas solitarias, vulnerables, con padres desbordados e irresponsables, G. sabía muy bien que nunca amenazarían su reputación. Y quien no dice una palabra, consiente”.

Las niñas, niños y adolescentes siguen siendo abusadas sexualmente en todo el mundo, siendo explotadas, asesinadas o “desaparecidas”. Y, precisamente ahora que algunas se están animando a hablar, resulta imprescindible que la sociedad abandone la postura indiferente y haga oír su voz. Es necesario romper con las inercias y señalar las violencias para reafirmar el valor de todas las vidas humanas y terminar con la impunidad.

En este sentido, es oportuno recordar que esta semana, la jueza del caso Operación Océano, Beatriz Larrieu, suspendió la audiencia de declaración anticipada de las víctimas por “falta de acceso real de las defensas al contenido de los dispositivos incautados”. Si bien es cierto que los abogados defensores de los imputados no contaban con la pericia de uno de los celulares, sí contaban con la apertura primaria (es decir, que cuando fueron formalizados se les entregó, en papel, todos los chats de ese celular), lo que sugiere que se trató de un error. Además, la fiscalía declaró no comprender por qué falta esa información en el disco que Interpol copió a los abogados, ya que originalmente sí estaba.

Los abogados de los imputados, sin embargo, toman este episodio para afirmar que la Fiscalía “está escondiendo pruebas”, como parte de su estrategia para pedir la nulidad del caso. Pero no solo eso: parecería que los abogados de los formalizados por explotación sexual de menores añoran el mundo que existía antes de “la bendita ley de género”, como expresó Alejandro Balbi el miércoles a Informativo Sarandí. El abogado declaró que no tiene dudas de que “la balanza está inclinada” y que hoy “la onda es que el género cotiza”, como si no estuviera al tanto de todos los casos de violencia sexual que día tras día permanecen impunes en el mundo entero.

La defensa de los imputados basa sus argumentos en que la culpa es de las víctimas que los engañaron, que no les dijeron que no eran adultas. ¿Qué culpa tendrían ellos, hombres adultos y poderosos, de que les gusten las liceales como a Gabriel Matzneff? Al fin y al cabo, así ha sido la historia siempre. Me pregunto cuánto tendrá que inclinarse la balanza para que alguna vez, finalmente, los culpables paguen por sus actos de abuso.