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    El año de la cocina mágica

    Ni con dragones ni con anillos. La sorpresa televisiva del 2022 llegó de la mano de un delantal azul y desde una cocina. Desordenado, caluroso e incómodo, el corazón del negocio apodado The Original Beef of Chicagoland (The Beef para sus parroquianos) se volvió el epicentro de una ficción que dejó a su público saciado aunque con ganas de más. Hasta aquí llegarán las analogías gastronómicas para referirse a esa cocina y a la serie que la concibió, El oso. El antojo de hacerlo resulta tentador pero empalagoso.

    El comienzo de El oso, cuya primera temporada se encuentra en la plataforma Star+, se divide en dos niveles. El primero, el abstracto, nos sitúa en la noche de Chicago. En un puente, un hombre se asoma y camina bajo el foco de dos fuentes de luz, como si un par de ojos de gigantes lo acecharan. Es de noche y en el puente no cruza nadie. El hombre se acerca, con cuidado, a una jaula ubicada con minuciosidad en el centro del camino. La jaula contiene a una bestia y aunque la bestia ruge, el hombre la libera. Intenta calmarla. No puede. “Está todo bien”, susurra él. Es demasiado tarde. La bestia, un oso, grande como todos los osos suelen serlo, quiere sangre. Está a punto de obtenerla. Fin del sueño.

    El segundo nivel empieza donde el otro termina. La llegada a la realidad se da con un timbrazo y nuestro protagonista, el chef Carmen Carmy Berzatto, se despierta. Un zoom agresivo nos acerca a su rostro y a lo que será una expresión repetida en él: los ojos claros se expanden, la boca se abre y el sentimiento de agobio se siente incluso desde el otro lado de la pantalla. El timbre vuelve a sonar y Carmy mira hacia el reloj de la pared, que marca el comienzo de una mañana agitada. No será la única vez que el tiempo, y en especial su manejo y su falta, se haga presente en la vida de este cocinero.

    El oso es, ante todo, una serie sobre los problemas. El primero toca a la puerta del The Beef bien temprano, a los minutos de comenzado el primer episodio. Carmy recibe al repartidor de carne, la materia prima de su restorán. Él pidió 90 kilogramos. El proveedor le trajo 25. No fue una confusión, es para lo que la plata dio. Hablando de dinero, parece que falta y bastante. Una montonera de recibos y documentos apilados en un pequeño escritorio entre la cocina y el comedor no parecen indicar a dónde pudo haber ido. Ni cuántas deudas hay que pagar. La culpa, sin embargo, no es del chef, sino del dueño anterior del establecimiento. Porque antes de Carmy, The Beef era llevado adelante por su hermano mayor, Michael. Al menos, así era antes de su suicidio.

    La serie fue creada entre Christopher Storer y Joanna Calo. Storer viene de crear la serie Ramy, sobre la crisis de fe de un comediante musulmán en Nueva Jersey. Calo tiene, entre sus varios créditos, la serie de Netflix BoJack Horseman, sobre la crisis existencial de un caballo antropomorfizado que supo ser una estrella de televisión en los noventa. Originalmente, El oso, concebida por Storer, iba a ser una película. Calo se sumó al proyecto, emitido por la señal FX, responsable de series como Atlanta y Fargo, y quedó fascinada por la lectura de dos guiones del proyecto, que eventualmente volvió a reformularse como serie.

    En los primeros libretos de Storer se trasladaron algunos de los toques que le dan a la serie su encanto a un nivel superficial. Como directora, Calo habló de sentir el profundo amor por la ciudad de Chicago y su gente, así como un conocimiento palpable sobre lo que sucede dentro de la cocina de un pequeño negocio gastronómico. Por su parte Storer tiene una hermana chef y él también supo trabajar, de joven, dentro de la industria del servicio.

    Más allá del realismo con el que la adrenalina y estrés son retratados para narrar la dinámica cotidiana alrededor de The Beef y sus empleados, es Carmy, interpretado por Jeremy Allen White, la verdadera revelación en esta empresa televisiva. Los primeros planos sobre Allen White hacen que su presencia evoque cierta similitud a la de Dustin Hoffman. La nariz y la cabellera poblada son los primeros disparadores de tal entrelazamiento, pero son los ojos los que terminan de cerrar ese sentimiento que construye una línea intergeneracional imaginaria que nos hace unir un actor con otro.

    Es la mirada de Allen White como Carmy, tan melancólica como atenta, la que recuerda a la que Hoffman tenía, con 30 años, cuando interpretó al veinteañero Ben Braddock en El graduado. Mientras que Braddock deambulaba su incipiente adultez en una búsqueda hacia la incertidumbre, Carmy se lamenta por lo que ha perdido con la muerte de Michael, una trama que El oso irá explorando lentamente a lo largo de los ocho episodios de la primera temporada.

    Pese a ser un rasgo definitivo para la evolución que el protagonista tendrá en su nueva etapa como dueño y chef, el duelo no es lo único que define a Carmy. En su pasado se encuentra, también, el éxito. Se revela que Carmy es chef ganador del celebrado premio James Beard y que su talento lo ha llevado a trabajar en algunos de los lugares más prestigiosos de la competitiva escena gastronómica de Nueva York. Acercarse al brillo de una estrella Michelin le trajo, sin embargo, quemaduras emocionales, aparentemente, irreparables.

    Si bien la serie se centra en la cruzada personal que Carmy hará para salvar el restaurante de su hermano y lidiar con las heridas que arrastra de su pasado, es a través del personal del negocio que la serie comienza a encontrar el atractivo suficiente para hacer del consumo de sus episodios uno maratónico. La presentación de este reparto de personajes secundarios se asimila a los primeros días de una nueva experiencia laboral. Aprenderse los nombres de todos no es fácil y la primera impresión sobre cada uno de los colegas será derribada solo con la rutina del día a día o, en este caso, episodio a episodio.

    Además de Carmy, la otra figura protagonista, y segundo punto de ingreso en el hábitat de la cocina de The Beef, es Sydney Adamu (Ayo Edebiri), una joven talentosa pero aún inexperiente cocinera quien es contratada por Carmy como su sous chef, su segunda al mando. Los motivos de Sidney para postularse y aceptar el puesto también serán revelados con el tiempo, pero su llegada a la vida de Carmy se alineará con los objetivos del chef para poner al negocio de su hermano en orden.

    Motivos no faltan porque más allá de sus apetitosos refuerzos de carne, la cocina de The Beef es un desastre ante los ojos de Carmy y Sidney. Los cocineros son capaces de reconocer el talento detrás del staff pero deben lidiar no solo con los códigos de la vieja usanza instalados por el difunto dueño, sino también con los egos de cada empleado que cree saber exactamente cómo deben hacerse las cosas en sus respectivas estaciones, en donde algunos se especializan en los postres y otros en el fritado, por ejemplo.

    El choque de culturas entre el mundo de la alta cocina y un negocio familiar le da a El oso la primera de sus líneas argumentales más atractivas. Carmy y Sidney prueban poco a poco implementar algunas reglas de funcionamiento en pos de optimizar los procesos de la cocina y generar un mejor ambiente laboral para todos. La primera de esas reglas establece que, sin importar el rol de cada uno de los empleados, todos deberán referirse uno a otro como “chef”. Como advertencia, uno de los efectos residuales en ver esta serie será la implementación de esa nomenclatura en el hogar propio.

    El episodio que aprovechará al máximo el potencial narrativo de ese enfrentamiento será el séptimo. Narrado bajo una toma continua y sin elipsis, el penúltimo episodio muestra el trabajo de Carmy y los suyos bajo una presión inconmensurable, una vez que un sistema de pedidos online implementado por Sidney pone a este barco de emparedados en dirección a un iceberg. Con su duración breve de 20 minutos, es una de las experiencias cinematográficas más memorables del año pasado.

    Si bien es cierto que la serie puede entenderse como una comedia televisiva por los numerosos intercambios graciosos entre los empleados de The Beef, no hay que confundirse. El oso es un drama. Su habilidad en dejarnos fisgonear en los recovecos de una cocina profesional, un lugar donde pocas personas han pasado tiempo en sus vidas, hace que el espectador se acerque bajo la pura curiosidad de descubrir algún secreto detrás del arte de cocinar y servir, solo para encontrarse con los mismos vicios, y también alegrías, de cualquier otro ambiente laboral.

    Con la pasión como un elemento que recorre no solo a Carmy sino a la propia elaboración detrás esta primera temporada, no es difícil sentirse motivado por lo que El oso vino a ofrecer dentro de un negocio cultural motivado por la popularidad en las franquicias de propiedades intelectuales redituables: una historia humana que maneja con excelencia el equilibrio entre lo entretenido, lo exasperante y lo emocional. Es, si se permite una última imagen ilustrativa, la receta perfecta.