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    domingo 27 de abril de 2025

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    El ocaso de un relato

    Sr.Director:

    Da la impresión de que estamos en el tiempo en que se ha extinguido la última brasita de un relato que fue poderoso. Una saga está perdiendo su voz. La saga del Che (años sesenta), ahogada por los militares (los setenta), resucitada después y conservada en formol y en un relato mistificado, fácilmente desenmascarable pero ficción necesaria para darle sustento épico a los populismos que vinieron después, traídos —según dicen ellos— por la tenacidad de las fidelidades a los viejos sueños revolucionarios, pero según otros observadores, traídos por los dólares de la soja, del hierro y de todos los commodities vendidos a precio de oro y que sostuvieron el reparto populista y el impulso electoral que elevó y mantuvo por un rato a los dioses del nuevo Olimpo: Evo, Lula, Chavez, Cristina, Dilma, Pepe y Tabaré.

    Ahora la nueva letra —dolorosa, derrotada— de la vieja saga es letra de desconcierto, de no saber qué pasó. ¿Por qué no brillan más aquellos astros? ¿Qué fue de las estrellas de antes, stars del Hollywood “popu”? ¿Por qué se aflojó el apoyo electoral, el aplauso popular, los ditirambos de los periodistas compañeros y de los intelectuales comprometidos? ¿Por qué perdió las elecciones Cristina? ¿Por qué defraudó el PT? ¿Por qué Evo perdió el plebiscito que le iba a abrir el camino para ser presiente por siempre? ¿Por qué el Frente Amplio patalea en la astenia?

    Los creyentes no pueden creer. Se preguntan y se responden: fue la derecha, fueron los grades medios de prensa a su servicio. Maduro complementa: fue el Departamento de Estado y la CIA. Todos los fieles se lo creen, aunque saben que no es verdad. Ellos están del lado de la revolución, del lado de la gente, del lado popular y progresista y se aferran a esas explicaciones de su —para ellos— inexplicable ocaso; la introspección o la autocrítica son claudicaciones para el creyente.

    Nada dicen de Petrobras, de Ancap, de los millones desaparecidos, de los bolsos de dinero lanzados por arriba del muro del convento o guardados en paraísos fiscales “popu”, distintos de los paraísos tradicionales donde guardaban su botín los ricos que ellos denunciaban. La saga no permitió el acceso a verdades visibles a simple vista: nadie se quedó con un peso, todas las empresas del Estado funcionaron con estricto control de los dineros públicos que manejaban, todas las figuras de la saga ya fueron canonizadas por el genuino fervor popular y no hay derecho a mancillar sus nombres o a horadar la confianza del pueblo permitiendo comisiones investigadoras, acusaciones o sospechas (¿quién se quedó con la cometa de los negocios con Venezuela? ¿A dónde fueron a parar los dineros de los trabajadores encaminados al plan de viviendas del PIT-CNT?).

    Pero todas estas preguntas han de ser planteadas, deben serlo, tanto por los creyentes hijos de la saga como por los que no lo somos. ¿Por qué se producen esas olas continentales que van y vienen? ¿Tan poca autonomía tenemos? ¿Por qué un día se fue todo el continente atrás de las figuras y el relato del populismo, atrás de sus ilusiones, atrás de sus promesas, de sus estilos desgarbados de vestir y de decir? Y cómo fue que teniéndolo todo —apoyo popular y dinero en abundancia— se perdieron a sí mismos en forma tan vergonzosa, acusados de chorros, amén de no haber aprovechado la singular bonanza económica que les cayó encima para hacer obra pública y obra social no perecedera. ¿Por qué no hay un impulso de introspección y sin embargo, sí solo un infantil empeño en falsificar los relatos, reescribir los textos escolares, retocar las fotos del pasado, justificar hasta lo vergonzoso como único recurso para poder hacerse un lugarcito en la historia y en la memoria de los pueblos?

    La saga se cae, sus pedazos se entrechocan y se lastiman entre sí; los sucesores —tan diferentes, tan bien vestidos— se abocan a una tarea de remiendos, de enyesar fracturas expuestas (muy expuestas), de tapar agujeros, de buscar en escondrijos lo que está tan visiblemente en falta. Pero ¿construir el futuro? ¿Convocar de nuevo a algún entusiasmo sin uso? Algo que no sea solamente reparar, remendar, repetir hasta la muerte un sonsonete que ya está muerto. Se apagó el clamor de la saga: resuena el silencio.

    Juan Martín Posadas