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    El socialismo garantiza la penuria

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2170 - 21 al 27 de Abril de 2022

    , regenerado3

    El gran reproche del liberalismo al discurso socialista y al estatismo en general es el de incurrir justamente en la falacia de la soberbia, en la pretensión de conocer íntimamente los arcanos de la naturaleza humana y desde esa imposible altura discernir qué es lo más conveniente para las personas, qué pasos deben dar, qué rumbo han de seguir sus existencia, cuáles son realmente sus necesidades, sus apetencias, su idea del futuro, su medida del placer y sus umbrales para aguantar sufrimientos.

    Y eso, como bien lo observa Hayek en su libro Los fundamentos de la libertad (The Constitution of Liberty), es porque todos nacemos en familias distintas, tenemos nuestros propios talentos y habilidades distintas y, a menudo, se nos brindan diferentes oportunidades, más o menos al azar, para desarrollar y expresar nuestras habilidades. Si una autoridad se atreve a juzgar qué recompensas merecemos en la vida, se abren las compuertas a la arbitrariedad y la esclavitud. Y no de otra cosa hablamos cuando mentamos el socialismo. La libertad siempre está amenazada toda vez que el gobierno presume ejercer la coerción aun cuando no estén en juego la libertad individual, la propiedad privada y las obligaciones contractuales. Esta compulsión amenaza sobre todo donde el gobierno se autopercibe con conocimientos y autoridad suficientes como para determinar qué es el bien de las personas, cómo deben gozarlo y de qué manera deben financiarlo y agradecerlo.

    Sobre estos puntos antes había trabajado Von Mises; lo hizo en La acción humana y más tarde en Les problèmes fondamentaux de l’économie politique (ediciones de Charles Coquelin, París, 2006). Allí observa, entre otros aspectos, que el socialismo es impracticable no solamente porque violenta la naturaleza humana, sino porque no puede lidiar con su mejor carta, que es la economía. En su mirada hay dos déficits que impiden al socialismo siquiera equipararse, ya no superar, al capitalismo en sus nociones fundamentales. Una de ellas es la imposibilidad de un cálculo económico. Dice Von Mises que sin mercados y precios no es posible determinar si una acción económica tiene sentido. La decisión de producir o no un bien, que en el sistema capitalista está regulada por la demanda y el mercado, solo puede ser tomada por el socialismo de una manera completamente diferente, a saber, a través de la planificación central. Pero eso significa que el problema de la asignación se resuelve eficientemente con el capitalismo de mercado, pero no con el socialismo. El otro fuerte argumento tiene que ver nada menos que con ese rasgo de la libertad que por lo común se omite en los juegos de la retórica, que es la responsabilidad individual. En el socialismo, nos explicará, todos son parte del colectivo. Nadie es independiente. La imagen ideal del empresario que impulsa la economía y lleva a la sociedad al crecimiento y la prosperidad no existe en el socialismo. Al hacerlo, precisamente aquellos que “hacen algo” podrían ayudar a que la economía socialista se ponga en marcha, porque esta economía es sobre todo una cosa: estática. Pero estático significa quedarse quieto. La economía, concluye Von Mises, “debe ser dinámica, de lo contrario conduce a un callejón sin salida”.

    Sin privarse de la sonrisa, Von Mises conjetura que el socialismo para adquirir eficiencia, para no chocar estrepitosamente una y otra vez con sus propias debilidades, tal vez podría intentar transformaciones para hacerse económicamente más eficiente: “Por ejemplo, crear responsabilidad y establecer la libre elección de la producción, empoderar a los jefes de departamento, etc. El resultado sería entonces un socialismo que se transformaría de facto en capitalismo, lo que a su vez demuestra: el capitalismo es la forma económica más eficiente y la única concebible. Si prevalece el socialismo, el fin del progreso está sellado”Y concluye con una desolación que también es advertencia: “El socialismo significa el fin del comercio global, el fin del compromiso personal y el regreso a la autosuficiencia de las granjas individuales. La amarga consecuencia para el público en general: todos producen solo para sí mismos, por lo que hay escasez en todas partes”

    En suma: suprimir la libertad para asegurar la escasez y consagrar las privaciones es una infamia que solamente la retórica puede mantener de pie. La realidad tal como la viven las personas, y no quienes se arrogan su salvación, no lo resiste.