Todo estaba organizado para la gran fiesta de lanzamiento de la campaña Vamos por el Cuarto.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTendría lugar en la plaza De la Bandera, ahí, en Tres Cruces, un territorio minado de recuerdos de los años de plomo de la dictadura, que era preciso reivindicar de una vez por todas.
El programa preveía discursos y discusiones colectivas sobre los grandes temas que pautaban esta ceremonia, tales como la gran inversión de UPM, con sus diez mil puestos nuevos de trabajo y sus flexibles normas laborales, la congelación de tarifas de la luz, precios de los combustibles y demás costos incómodos para el pueblo, el reparto de miles de tortafritas a cargo de los voluntarios del Mides, la actuación de Larbanois-Carrero, los Olimareños (recién extraídos del formol), el Afrodescendiente Rada, la presentación de las 149 nuevas ONG dedicadas a luchar por la igualdad de género, la inclusión social, económica, racial, sexual, intelectual, física y espiritual, y una colecta para enfrentar los gastos de la campaña, como para compensar las escasas posibilidades que da el no tener a Juan Sartori en las listas al Senado.
Pero la cosa empezó a hacer agua pocos días antes.
Cuando ya estaba listo el texto de la declaración de apoyo a la Revolución bolivariana y al socialismo del siglo XXI, solidaridad con la democracia venezolana y su gobierno representativo, pacífico y progresista, acorralado por el impío capitalismo imperialista, salvaje y sangriento, el compañero Danilo se mandó una inesperada declaración. Proclamó urbi et orbi que lo que había en Venezuela era una dictadura, y que no había otra manera de llamar a la tiranía de Maduro y sus esbirros.
El asunto creó una relativa preocupación, porque al compañero Danilo cada vez se le escucha menos, es como que se viene quedando sin pila desde hace tiempo, y sus declaraciones, directamente proporcionales a su caudal electoral, no importan demasiado.
Dejémoslo ahí, dijeron varios de los organizadores. Finalmente va a pasar desapercibido, como todo lo que viene diciendo el pobre últimamente.
Pero la cosa se volvió a complicar: el inefable Pepe Mujica, en una de sus habituales boutades de incontinencia, ratificó el concepto: Venezuela es una dictadura, y, como si fuera poco, la calificó de “tremenda”. Como Arabia Saudita, Malasia y la China, agregó, pero a quién le importaba las comparaciones… ¡El Pepe dijo que Venezuela es una dictadura! Socorro.
Las aguas agitadas ya parecían un tsunami, el Boca Andrade no sabía cómo poner paños tibios arriba de aquel incendio, el PIT-CNT se escandalizaba, y el Pelado Candidato terminó de echar gasolina a la estufa: el Informe Bachelet le había dado la pauta de que, para él también, Venezuela era una dictadura, y lo escribió en su Twitter. No hay dos sin tres.
¿Y ahora qué hacemos?
Algún anormal bromeó diciendo que, dadas las cosas, no estaría mal que lo trajeran a Almagro de maestro de ceremonias para el acto, pero el horno no estaba para bollos.
Seguimos adelante, dijeron los organizadores. El pueblo está con nosotros, nosotros somos el pueblo, estos tránsfugas se volvieron oligarcas, viva Gracielita y sus definiciones. No podemos detenernos, las masas vienen hacia aquí a celebrar la futura victoria, a iniciar el camino de un nuevo triunfo electoral.
Se instalaron teatros de títeres para los niños, juegos de mesa para los adultos, se recomendó un uso moderado de las redes sociales, evitando la crítica demasiado severa a los compañeros descarriados y despistados, se montaron dos carpas populares donde se darían clases de cocina de ollas populares y de montaje de huelgas de hambre, una oficina móvil de atención primaria de la salud, toma de presión arterial, examen gratuito de VIH, vacunación contra la gripe, mesas de dominó y ajedrez, clases de zumba y reggaetón en un gazebo desmontable, cualquier cosa venía bien con tal de distraer la atención de la masa abismada por el descubrimiento de que, finalmente, como dicen Trump, Guaidó (y Angela Merkel, el rey Felipe VI, Novick, Macron, Manini, Macri, Mieres, el Chengue Morales, la reina Isabel II, el Dr. Salle, Cacho Bochinche, y el Colorado de Omar Gutiérrez) Venezuela es una dictadura, y Maduro un dictador.
Los ómnibus que transportaban masas de simpatizantes desde los más lejanos confines de la patria se seguían aproximando a Tres Cruces, con bocinas, banderas, gritos de entusiasmo, risas y cornetas atronando el aire.
Empezaron a bajar en la playa de estacionamiento de la terminal, y a cruzar por cientos rumbo a la plaza De la Bandera, en medio de abrazos y triunfalistas cánticos de estímulo.
Quedaba solamente un ómnibus por vaciar su cargamento humano, cuando, tras el descenso del último de los pasajeros, el chofer saltó al pavimento, y, atravesando el pesado vehículo en la entrada, gritó desesperado desde la pista: ¡Hay un loco a bordo, me amenaza, me quiere matar!
Las fuerzas del orden rodearon la terminal, y la policía llamó al Grupo Especial de Negociación, encabezado por un psicólogo social uniformado, que se acercó al autobús con un megáfono.
Estuvo media hora tratando de persuadirlo de que abandonara su absurda protesta y se entregara a las autoridades, pero el loco permanecía en silencio.
Finalmente los uniformados tomaron por asalto la unidad, volaron la puerta, y se enfrentaron con el curioso personaje: casi que murmuraba en voz muy queda “Venezuela es una democracia”, “Maduro no es un dictador”… Con los ojos entrecerrados, y húmedos de lágrimas de pesar.
Cuando lo bajaron enchalecado para ser trasladado al Hospital Vilardebó, los circundantes pudieron ver a un curioso pajarito que sobrevolaba el autobús, y en sus trinos parecía decir: “Los que dicen que soy un dictador son unos estúpidos...”.
Pero no es seguro que dijera eso. En todo caso, nadie pudo grabarlo.