Nº 2169 - 7 al 20 de Abril de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáFracasada la intención del PIT-CNT y el Frente Amplio de ponerle un palo en la rueda al gobierno a través del uso (y abuso) del mecanismo de referéndum contra la LUC, es hora de que el gobierno gobierne y se encargue de los temas cruciales que el país demanda.
Si bien la LUC trajo elementos útiles y mayor libertad en algunos aspectos para los ciudadanos, está lejísimos de ser el buque insignia de un proyecto que realmente quiera hacer las transformaciones de fondo que se vienen postergando desde hace años. Hay que encarar de una vez por todas la tan mentada “madre de todas las reformas”; la reforma del Estado.
El gobierno salió fortalecido por el apoyo popular y la imagen del presidente es alta y confiable. No se puede seguir perdiendo el tiempo navegando sobre lo políticamente correcto inspirados en un keynesianismo de buenos modales.
Hay que achicar el Estado, que es gordo, soso, pesado y caro. Está más cerca de ser el enemigo de los ciudadanos productivos y protector de aquellos que viven bajo la ley del mínimo esfuerzo y el máximo de satisfacción. Esto no es justo, solidario ni deseable.
Ya no hay más excusas para cerrar la División Portland de Ancap, un engendro que jamás debió existir y mientras existió dilapidó recursos de los ciudadanos, no del Estado. El Correo pierde 30 millones de dólares por año prestando un servicio espantoso mientras sus competidores privados crecen y dan satisfacción a sus clientes. Y la mejor idea que tienen sus autoridades para revertir esta penosa situación es exigir a los entes públicos repartir las facturas en papel casa por casa. Es evidente que en el Correo no se acabó el recreo.
El fracaso de la educación estatal es notorio; abandona el 60% de los liceales porque entienden que lo que reciben como formación no les sirve para nada. Luego terminan trabajando como distribuidores para el narcotraficante del barrio, recibiendo buena paga, prestigio y protección. De forjarse un futuro a través del trabajo fecundo y del uso de talentos y virtudes que la educación estatal no les provee, es cosa del pasado remoto.
La izquierda, a nivel global, ha invadido el Estado, lo ha cooptado y puesto a su servicio. Lo llenó de militantes rentados con fondos públicos y regulaciones mañeras, que les permite un manejo discrecional y sesgado de la cosa pública, donde se mezclan intereses políticos, sindicales o económicos que hay que desarmar cuanto antes y cortarlos de cuajo.
Si el costo de mayor libertad para la formación de seres individuales, libres, independientes y útiles implica un conflicto directo con los sindicatos, pues habrá que dar esa batalla, como la dio Margaret Thatcher en su momento, soportando durante un año entero la huelga de los mineros del carbón, a quienes les torció el brazo y eso permitió hacer las reformas que la Gran Bretaña demandaba. Quien no entienda la gravedad del asunto y no tenga el coraje para enfrentar esta batalla cultural, que dé un paso al costado.
A nivel comercial hay que eliminar regulaciones absurdas que dificultan la tarea de los emprendedores, de los creadores de riqueza, de los que arriesgan su dinero y su capital, en especial para los micro y pequeños empresarios, tal y como lo destaca claramente el argentino doctor Gerónimo Frigerio en el libro Simple, de lectura obligatoria para la casta política y sindical vernácula. Y si queremos que haya más empleo y de más calidad, también habrá que flexibilizar las leyes laborales, las que —paradójicamente— terminan perjudicando al trabajador que procuran defender.
Uruguay tiene que mirarse en los ojos de Argentina, de Chile, de Perú y no caer en los mismos errores, donde las políticas populistas y estadistas han sido un total y absoluto fracaso, como también lo fueron los tímidos cambios gradualistas que en algún momento intentaron hacer los gobiernos de Macri en Argentina o Piñera en Chile. Hay que ir a fondo o no ir.
Uruguay realmente puede ser la Nueva Zelanda de América; pero mientras nuestros políticos estén más preocupados en controlar absurda e inútilmente el precio de la carne o de la harina en vez de abrirnos a los mercados del mundo, eliminar burocracia, bajar impuestos y facilitar una educación moderna y de calidad, seguiremos siendo el mejor entre los peores de la región, cuando tenemos todas las condiciones para estar entre los mejores del mundo.
El momento de los cambios es ahora, con convicción y sin miedo. Recordemos el mensaje que el pensador Ortega y Gasset le diera a nuestros hermanos argentinos en 1939, pero prácticamente nunca lo aplicaron y hoy sí aplica tanto a ellos como a nosotros: “¡Argentinos! ¡A las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”.
¡Uruguayos! ¡A las cosas, a las cosas!