Es tiempo de actualizarse

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La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2174 - 19 al 25 de Mayo de 2022

Hablan de las niñas y adolescentes víctimas de explotación sexual en Operación Océano como “mujeres que engañaban a hombres para cobrar cientos de dólares”. Dicen que los audios del caso de la violación del barrio Cordón evidencian que “no hubo violencia” entre los cuatro hombres y la mujer que realizó la denuncia. Es fuerte escuchar este tipo de afirmaciones en un programa de radio matinal, pero no es raro. Es que no se le puede pedir a alguien sin formación en temas de violencia sexual y desigualdades de género, que repudie precisamente lo que fue educado para reproducir.

La trivialización de los abusos sexuales, la negación de la violación, la culpabilización de la víctima y, en general, el nivel de tolerancia social a las agresiones sexuales contra las mujeres son parte de lo que se conoce como “cultura de la violación”, en la que todas las generaciones que hoy son adultas se han formado. Son las propias estructuras jerárquicas que históricamente han colocado a los hombres en un lugar de poder y privilegio y a las mujeres en lugares de subordinación, las que hacen difícil visualizar hasta las violencias más atroces.

Algunas de estas generaciones adultas crecieron, por ejemplo, mirando películas como Último tango en París (1972), dirigida por Bernardo Bertolucci, en la que el actor principal de 48 años (Marlon Brando) abusó sexualmente de la actriz María Schneider, de 19 años, durante la filmación. Después de Último tango en París, Schneider intentó suicidarse y se hizo adicta a múltiples drogas. Recién en el año 2007 se animó a decir lo que había vivido durante el rodaje de la película y cómo había sido tratada por el director y el coprotagonista. No fue noticia, a nadie le importó. Probablemente, tampoco nadie le creyó: ¿cómo podría cometerse un abuso adelante de tanta gente? ¿Cómo un señor como Marlon Brando iba a hacer algo así? Bertolucci confirmó el abuso recién en 2013, dos años después de la muerte de Schneider, 41 años después de que ocurrieran los hechos.

Pero este ejemplo no es el único: el cine está plagado de escenas en que las actrices fueron maltratadas o abusadas de distintas maneras. En 2013, por ejemplo, se filmó La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, una película en torno al despertar sexual de dos mujeres jóvenes, que se volvió muy popular por una escena de sexo explícito entre las dos protagonistas, que dura unos 10 minutos. Una de las actrices, Lea Seydoux, expresó después de estrenada la película que las escenas sexuales habían sido agotadoras y dolorosas: “A veces era un poco humillante, me sentía como una prostituta”, declaró a The Independent, asegurando que nunca volvería a trabajar con ese director. La secuencia de sexo se estuvo filmando durante 10 días y Kechiche quiso realizar más de 100 tomas.

También se puede mencionar a las dos actrices que abandonaron la filmación de La naranja mecánica (1971), de Stanley Kubrick, porque tenían que permanecer desnudas durante varios días, y quien finalmente aceptó tomar el papel, la actriz Adrienne Corri, tuvo que soportar los golpes reales de Malcolm McDowell durante 39 tomas, hasta que el actor dijo: “No puedo pegarle más”. O recordar las declaraciones de Björk sobre cómo “un director danés” (probablemente Lars Von Trier en Bailarina en la oscuridad, del año 2000) la humillaba y acosaba sexualmente durante el rodaje.

La lista es larga y el cine es tan solo una de las dimensiones con las que se puede ilustrar la cultura de la violación, pero es un ejemplo bastante gráfico de cómo la humillación y el dolor de tantas mujeres, han sido registrados y distribuidos para el entretenimiento del mundo entero.

¿Cómo pedirle entonces a un simple conductor radial de un país como Uruguay, que comprenda lo complejo y lo profundo de las raíces de la violencia sexual que sufren las mujeres a escala global? En realidad, todos los comentarios que tienden a minimizar una agresión sexual y responsabilizar a la víctima son, lamentablemente, previsibles en el contexto cultural actual.

La buena noticia es que el mundo está cambiando. Por lo pronto, la industria del cine hace ya unos años que incorporó un nuevo rol en los rodajes: una persona que se encarga de coordinar las escenas en las que hay desnudez o sexo simulado, para asegurar el consentimiento y la comodidad de quienes actúan, en todo momento. Así, Hollywood no solo está tratando de deshacerse de los depredadores sexuales como Harvey Weinstein, sino también de romper con su aporte histórico a la cultura sexual tóxica. Estas prácticas se están empezando a aplicar también en algunas de las producciones cinematográficas que se hacen en Uruguay.

Con un poco de suerte, las generaciones que crezcan mirando otras formas de representar los cuerpos y la sexualidad, nos liberen finalmente de tantos comentarios retrógrados en los medios de comunicación nacionales.