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    Homofobia sin glamour

    Nº 2182 - 14 al 20 de Julio de 2022

    Los panelistas de Polémica en el bar, de Canal 10, se perdieron una gran oportunidad: analizar y evaluar el repudio por determinadas opciones sexuales, la discriminación o la homofobia (llámele como prefiera) luego de que el periodista deportivo Julio Ríos lanzara en ese programa expresiones contra Sergio Puglia que este consideró discriminatorias. En lugar de abordar los aspectos legales y sociales y divulgar información de interés general, los panelistas optaron por mantenerse al margen.

    Luego de una iracunda reacción de Puglia, mediante un esfuerzo conceptual sin credibilidad, Ríos pretendió tomar distancia de la discriminación, pero lo ocurrido dejó claro que sigue presente pese a que en los últimos años una agenda política permitió avanzar en el reconocimiento de derechos entre otros los de las personas LGTBI: lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersex. Sigue latente, especialmente en el deporte, con el fútbol a la cabeza. Basta leer comentarios de lectores en YouTube sobre lo ocurrido, agresivos, homófobos y violadores de la ley penal. Ninguno considera que sus hijos/hijas, nietos/nietas puedan haber optado por una opción sexual diferente a la que consideran “normal” y que la ocultan para evitar el desprecio machista, especialmente familiar. Esta es una cuestión de fondo.

    “Las injusticias culturales o simbólicas, que están arraigadas en los patrones sociales de representación, interpretación y comunicación, requieren políticas de reconocimiento para revertir el irrespeto, la opresión, la discriminación. Implican también cambios culturales y simbólicos”, remarca Mariana González Guyer en La nueva agenda de derechos en Uruguay publicada en L’Ordinaire des Amériques (2016).

    Quienes han sido educados o inducidos desde la adolescencia por la cultura de la discriminación, aunque con el paso de los años lo asuman como error, no se atreven a reconocerlo públicamente para no ser repudiados por sus amigos homófobos.

    Vamos al origen. La cuestión surgió luego de una exposición larga y enrevesada de Ríos sobre la intervención gubernamental del club Villa Española y el paro dispuesto por la Mutual de jugadores. Sus argumentos extensos y confusos produjeron el cuestionamiento de Puglia. Entonces estalló un debate y Ríos calificó a Puglia como “la Mirtha Legrand uruguaya”.

    Puglia amenazó con tirarle con una copa y se encaminó hacia el lugar de Ríos: “¡A mí no me insultes porque es una discriminación! (…) Yo me llamo Sergio Puglia. ¡No me hables en femenino!”, le gritó mientras era contenido. Al comienzo el periodista deportivo arrugó sin responder y poco después, tal vez alertado, descartó haber tenido intención de discriminar. Argumentó que la comparación con Mirtha Legrand la hizo en referencia a su glamorosa carrera: “Cuando alguien se siente ofendido, hay que pedir disculpas”. Puglia también por haber “perdido la compostura”.

    El glamour es la especial atracción de una persona hacia el espectáculo o la moda. ¿Es justo identificar a Puglia como glamoroso cuando durante más de 25 años ha ejercido el periodismo en radio y TV entrevistando a gobernantes, políticos, jueces, empresarios y deportistas sin tener que lustrarles los zapatos? En cambio, adicciones al glamour son posar en Miami frente a autos ajenos de alta gama, inyectarse en la cara sangre propia licuada para parecer más joven, jactarse de haber surfeado en un tsunami, o implantarse el llamado “chip sexual” que libera testosterona para aumentar la energía sexual.

    En 2003 se incorporó al Código Penal el artículo 149 ter: “El que cometiera actos de violencia moral o física, de odio o de desprecio contra una o más personas en razón del color de su piel, su raza, religión u origen nacional o étnico, será castigado con seis a veinticuatro meses de prisión”. Al año siguiente se aprobó la Ley Nº 17.817, que declaró de interés nacional la lucha contra todas las formas de discriminación, entre ellas, la discriminación por motivos de orientación sexual o identidad de género. Uruguay ocupa desde 2013 el primer lugar de América Latina en la aceptación social de la comunidad LGTBI, pero el mundo del fútbol parece de otro planeta y la discriminación se manifiesta desde las propias tribunas o con pintadas anónimas con calificaciones denigratorias como “puto” o “maricón”.

    En este terreno, la más notoria intervención judicial derivó en 2004 de declaraciones a El País del técnico Jorge Fossati: “Un jugador homosexual no debe estar en una plantilla profesional; existen determinadas normas que deben ser resguardadas (…). Seguramente los habrá ubicados y desubicados, pero un futbolista homosexual sería un transgresor entre hombres”.

    Esa discriminación motivó la intervención de la exfiscal Olga Carballo, que derivó los antecedentes al juez penal Julio Olivera Negrín. Ante el riesgo de ser procesado, Fossati, como ahora Ríos, buscó la coartada del arrepentimiento, pidió disculpas y luego se reunió a tomar un café en el Hotel Belmont con Fernando Frontán, entonces el representante más público de la comunidad homosexual, y se acabó el asunto. Los discriminadores no temen a las sanciones judiciales.

    El sitio web Sala de redacción realizado por estudiantes del taller de periodismo de la Facultad de Información y Comunicación (FIC) dijo el año pasado que pese a la llamada nueva agenda de derechos la comunidad LGBTI no encuentra espacio en el fútbol. “Es el miedo a la repercusión en sus carreras”, dijo Pablo Domínguez, jugador del equipo aficionado Uruguay Celeste Deporte y Diversidad cuando se le preguntó por qué no hay futbolistas que admitan ser homosexuales. “Lo que pasa es que el fútbol es considerado lo macho” y se vincula “con lo que tú haces en la cama con una mujer. Si es con un hombre, mejor que no se sepa”, argumentó Mario Mussio, presidente de este equipo.

    El periodista deportivo Martín Rodríguez consideró en esa web de estudiantes que la discriminación es “el lado más cruelmente visible de una sociedad que tiene un componente machista, una misoginia y una homofobia muy fuertes”. Para esos conceptos “el hombre no expresa emociones que no sean las violentas” porque “dirime sus conflictos usando la fuerza. No llora, pelea. No abraza y no dice te quiero”.

    Así nos va.