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    Jóvenes, pobres, adictos, la materia prima del dolor

    Columnista de Búsqueda

    N° 2050 - 12 al 18 de Diciembre de 2019

    En Uruguay hay unos 11.000 presos.Cada año recuperan su libertad unos siete mil. 

    Las mujeres representan menos del 10% de los presos, a pesar de lo cual en 10 años la prisión femenina aumentó casi 600%.

    Las cárceles le cuestan a Uruguay US$ 117 millones.

    Cada preso le cuesta al Estado US$ 29 por día, unos US$ 10.600 cada uno por año.

    En Uruguay cada alumno le cuesta al Estado US$ 17.

    Ocho de cada 10 presos declararon que en los últimos seis meses delinquieron para comprar droga.

    Un 40% de las personas en situación de calle son exreclusos.

    Uno de cada 100 jóvenes está preso.

    El 80% de los presos tiene menos de 39 años.

    Entre el 20% y 30% de los presos son analfabetos.

    Más del 90% de los presos provienen de familias de contexto crítico.

    La tasa media de prisionización en América Latina es de 260 presos cada 100.000 habitantes.

    Uruguay tiene una tasa de 320.

    Uno de cada tres presos sufre trato cruel, inhumano y degradante, según diversos informes locales e internacionales.

    En celdas para tres duermen 11 y sin agua en verano.

    Mientras que el índice de homicidios en el país es de 12 cada 100.000 habitantes, en el Comcar es de 266.

    El Ministerio del Interior tiene 31.000 funcionarios.

    La Dirección de Apoyo al Liberado (Dinali) tiene 73 funcionarios.

    El Ministerio del Interior maneja un presupuesto de US$ 800 millones.

    La Dinali tiene un presupuesto de US$ 300.000.

    En un año el Ministerio de Desarrollo Social devolvió, porque no gastó, US$ 20 millones (más de 60 veces lo que gasta la Dinali).

    A pesar de todo, la Dinali logró que entre 2010 y hoy la cantidad de presos que trabajan pasara de 80 a 2.500.

    Este año la Dinali entregó 500 pasantías de trabajo.

    Algunas de estas cifras se dieron a conocer en una jornada organizada por la Red de Centros de Pensamiento y Propuesta en la que participaron los principales referentes del tema cárceles. La Red elaborará una propuesta para presentar al gobierno entrante.

    De mirar estas cifras, sin embargo, se puede llegar a algunas conclusiones básicas: los presos uruguayos son hombres, jóvenes, pobres y adictos.

    ¿Dónde buscar el origen del caos? Quizás debimos hace tiempo enterrar ciertos principios surgidos de la academia y abrazados por la política si esos “estudios” servían a sus intereses.

    “No criminalicemos el consumo de drogas”, decían los progresistas. Y lo siguieron diciendo cuando el principio quedó caduco, cuando el consumo llevó a hijos a robar a sus madres y madres a maniatar a sus hijos para que no terminaran en la cárcel, donde criminales y drogas son una misma cosa, al punto que si se les hubiese suministrado la sustancia que ingieren, quizás, sí, solo quizás, habrían caído los delitos contra la propiedad con la que esos delincuentes buscaron saciar su vicio.

    “No criminalicemos la pobreza”, decía el progresismo y agregaba la obviedad: no todos los pobres son chorros. Y eso sigue vigente, pero no se puede soslayar que en Uruguay pobreza y delito van de la mano. Las cárceles son un depósito de pobres. 

    “No criminalicemos a la juventud”, decían, mientras que buena parte de la juventud se criminalizaba entre la pobreza y las drogas, al punto que una de las pocas conclusiones más o menos definitivas que se puede sacar del debate sobre este asunto es que la cárcel no es un lugar para los abuelos. Lo único aparentemente eficaz y no violento para reducir la población delincuente es que se haga vieja. Casi todos los presos tiene menos de 39 años.

    Antes de pensar en comprar un calibre 38, endurecer penas y todo lo que venimos haciendo década tras década, quizás, solo quizás, deberíamos tomar en cuenta estas tres dimensiones.

    Pobreza: no podemos creernos que bajamos la pobreza porque la entrada de dinero a un hogar saca a esa familia de la línea de pobreza. Honestidad intelectual se necesita. La pobreza es multicausal, no refiere a falta de plata. Yo me iba algunas noches a la cama con una torta frita en la panza, pero nunca fui de verdad pobre, porque las revistas que mi madre me traía, su amor, vivir en un barrio integrado, me enraizaron en una cultura de clase media. Si logramos revertir alguna generación de esas cuatro o cinco que se acumulan en el cantegril, quizás, le habremos pegado varios tiros al delito.

    Drogas: ¿Preocupados por qué pasan toneladas de cocaína hacia Europa? Está bien, preocupémonos. Pero antes deberemos encarar con urgencia una política feroz de rehabilitación. No me vengan con que el problema es la marihuana ilegal. En todo caso es un atisbo de que se va en el camino correcto. El día que haya condiciones para legalizar todas las drogas, la humanidad habrá dado un paso adelante de dimensiones inimaginables. Mientras, parece adecuado detectar a la droga antes de que llegue al joven, en forma de polvo como de un “ñery” que les ofrece mucho dinero por hacer de campanas, luego de distribuidores y, de la mano de su juventud rebelde, su pobreza intelectual y su necesidad de que le provean sustancias, que dé el paso definitivo y se haga sicario.

    Juventud: El 15% de los menores de edad vive bajo la línea de pobreza, lo que duplica el porcentaje de adultos en esta situación. Mientras, entre los mayores de 69 años la pobreza es del 1%. Esta segregación con los más débiles se da incluso dentro de esa población frágil; o sea, mientras que entre los menores de tres años la cifra supera el 18%, el Estado uruguayo gasta  US$ 1.000 más en un menor de tres años que en los niños de 1 o 2 años. Y en esos sectores nacen más niños que en los sectores acomodados. La tasa de fecundidad general es de 1,9 hijos por mujer, pero entre las adolescentes es de 2,5. ¿Embarazo adolescente es sinónimo de pobreza? La cantidad de madres adolescentes es 21 veces superior en Casavalle que en Carrasco o Pocitos. Eso sí, el gasto social en adultos casi triplica al gasto social en niños.

    Seguramente sea difícil encarar políticas criminales; reformular en poco tiempo los resultados en rehabilitación; revertir la espiral de violencia protagonizada por personas que ya están fuera del alcance de las políticas para su rehabilitación; etc.

    Pero tenemos una población protagonista de la puerta giratoria del delito, concentrada, individualizada, para saber cuánto y cómo consume para tratarle ese vicio dentro o, si aún es difícil, cuando salga como parte de su salida. Una población identificada en sus grados de pobreza para darle herramientas y que enfrente no solo el mercado de trabajo, que es muy importante, sino y sobre todo, el vínculo con el otro, sea este pobre o no. Una población joven, que es varias veces más pobre que las generaciones adultas, que sufre un desempleo muy superior al de los mayores, que su cerebro está formándose a diferencia de quienes el cerebro ya está definitivamente consolidado, pero que parecen usarlo no del modo adecuado.

    Jóvenes, pobres, adictos. Lo primero no es deseable que se cure, las otras dos características tenemos herramientas para atacarlas. En ello se va nada más ni menos que la vida de muchos uruguayos.