La culpa no es del fútbol

La culpa no es del fútbol

La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2131 - 15 al 21 de Julio de 2021

Cuando no son cantos homofóbicos contra el equipo contrario, son ataques racistas contra los jugadores o violencias de todo tipo contra las mujeres. Lo cierto es que cada vez que ocurre un evento futbolístico de importancia local o internacional, la violencia se desata. El lunes pasado, por ejemplo, Inglaterra amaneció con la tristeza de haber perdido la Eurocopa, la vergüenza de la explosión racista en redes sociales contra tres de sus jugadores, y la vulnerabilidad de cientos de mujeres víctimas de violencia doméstica a consecuencia del partido (como refleja la estadística que se difundió ampliamente en redes, que indica que la violencia doméstica aumenta 26% cuando juega Inglaterra y se dispara a 38% cuando la selección pierde).

Lamentablemente estos hechos no sorprenden, el fútbol siempre fue así. De hecho, la violencia es parte del origen de los deportes: como plantea el sociólogo argentino Juan José Sebreli en La era del fútbol (1998), desde el comienzo el deporte estuvo estrechamente vinculado a la guerra. “Los ejercicios físicos entre los espartanos no eran sino preparación para la guerra”, dice Sebreli, y explica que no es casual la similitud entre el ritual de la guerra y el de los juegos olímpicos, con tradiciones como los himnos marciales, los ruegos por la victoria y las medallas para los héroes. “Tampoco es casual que la belicista Esparta ganara en los juegos a la intelectual Atenas”, agrega.

Sin ir más lejos, es exactamente lo que el periodista Alejandro Fantino hizo esta semana en su programa con el entrenador de la selección argentina (recién llegada de ganar la Copa América): un ritual de guerra. Lo esperó con “dos espadas espartanas reales” y la “máscara del rey Leónidas”, lo hizo ponerse de pie, empuñar la espada y repetir en voz alta “no tengo miedo”, mientras él gritaba “Espartaaa”. El imaginario no puede ser más claro: es un deporte y es una guerra.

El fútbol, cuyos orígenes se remontan a la Edad Media, fue desde el comienzo un juego que provocaba violencia, a tal punto que en 1314 se prohibió su práctica por casi dos siglos, por la cantidad de personas heridas y las muertes que provocaba (Sebreli, 1998). No tan distinto a lo que sigue sucediendo hasta hoy, en particular si se considera que la violencia no solo la ejercen las barras bravas sino también cada hincha, dentro y fuera de la cancha.

Sin embargo, el hecho de que el fútbol esté cargado de xenofobia, racismo, homofobia y misoginia no es un problema del deporte en sí mismo, sino el resultado de un mundo organizado con base en estructuras de poder bien determinadas. El fútbol es, de algún modo, apenas un catalizador de toda esa violencia que envuelve a las masculinidades hegemónicas. Y aunque muchas personas se alarman con las cosas que pasan en el fútbol, la mayoría de la gente sigue, por ejemplo, regalando a sus hijos juguetes violentos. Según un estudio del Centro de Economía Política Argentina para 2019, 56% de los juguetes para niños está asociado a deporte y violencia (en particular pistolas), mientras que 72% de los juguetes para niñas está asociado a tareas de cuidado y belleza. Poco podrán hacer las medidas contra la violencia y la discriminación de la FIFA si se sigue educando a los hombres para ser agresivos y a las mujeres para estar lindas. Para cambiar la violencia del fútbol hay que cambiar la cultura.

Desde hace algún tiempo jugadores e hinchas se han involucrado en esta lucha contra la violencia y la discriminación, pero con éxito relativo. En Estados Unidos e Inglaterra, algunos jugadores se arrodillan antes de los partidos como protesta contra el racismo. Sin embargo, la mayoría son abucheados por los propios hinchas, que no quieren que los jugadores “se politicen” sino que simplemente “entretengan”. Por otro lado, muchas hinchas feministas intentan concientizar sobre la misoginia en la cultura del fútbol: en Uruguay, algunas se organizaron en torno al 8 de marzo e hicieron una campaña fotográfica para hablar de estos temas. Quizás estos esfuerzos ayuden a que algún día se pueda disfrutar de un fútbol sin violencia. Quizás no.