N° 1953 - 18 al 24 de Enero de 2018
, regenerado3N° 1953 - 18 al 24 de Enero de 2018
, regenerado3Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáParecería que no tienen nada que hacer, que tienen una vida amargada; que lo único que hacen es criticar a otras personas por cosas sin importancia, creyendo que tienen razón. Ya no se puede decir nada, lo que antes causaba gracia, ahora es un problema; se perdió el humor. Este tipo de pensamiento es compartido por muchos hombres y mujeres de distintas edades, de todo el espectro político y de distintos países del mundo, cuando se enfrentan a lo que entienden como “la dictadura de lo políticamente correcto”.
Recientemente, el actor argentino Facundo Arana se disculpó en Twitter por haber dicho (entre otras cosas) que la mujer “se realiza con la maternidad”. Se disculpó después de que decenas de personas le respondieran que hay muchas mujeres que no quieren o no pueden tener hijos y que no por eso dejan de realizarse en la vida. Pocos días después, Cacho Castaña apareció en un video aclarando que lo que había dicho sobre la violación era solo un “refrán viejo que en su época era muy divertido”, pero que entendió que ahora ya “no es divertido”. Una vez más, las disculpas llegaron después de que personas de todos los ámbitos expresaran su repudio ante “la broma” del cantante. En los dos casos, se trató de una reacción masiva por parte de quienes consideraron que las declaraciones, tanto de Castaña como de Arana, eran demasiado ofensivas como para dejarlas pasar.
Por otro lado, las posturas “anti” corrección política, lo que entienden como ofensivo es el juicio social: lo consideran una censura a la libertad de expresión, una ensañada “caza de brujas”. La escritora americana Jessica Valenti (2015) les respondería: “la ‘cultura de la corrección política’ no tiene que ver con tu libertad de expresión, tiene que ver con nuestra libertad de ofendernos”.
El término “corrección política” es resbaladizo, su sentido ha ido cambiando en el tiempo, y a menudo no sabemos bien de qué se está hablando exactamente. Dejando de lado el uso peyorativo de la expresión, se puede entender, como plantea el escritor español Daniel Gascón (2016), que “la corrección política señala lo que una sociedad considera aceptable en una conversación civilizada”. El término refiere básicamente al interés en evitar expresiones que puedan ofender a grupos de personas socialmente discriminadas, ya sea por su etnia, género, religión, nacionalidad, etc. Se considera que cambiar las acciones y el lenguaje puede generar cambios en las “ideas preconcebidas” y favorecer la integración de los grupos menos privilegiados. Quienes se oponen a la “cultura de lo correcto” ven en esta una amenaza a sus ideas, sugiriendo que son ellos/as las víctimas de una opresión: que son, en definitiva, “víctimas” de los grupos menos privilegiados.
Lo políticamente correcto se ha convertido en el enemigo por excelencia: “La corrección política está arruinando este país”, declaraba Donald Trump durante su campaña presidencial. “No podemos permitirnos más ser tan políticamente correctos”, afirmaba. La antipatía creciente hacia lo correcto se ha transformado en la excusa perfecta para lo inexcusable: como señala Gascón, al “aflojar” las cadenas de lo correcto, aparecen rápidamente “la expresión desinhibida del prejuicio racista, la caracterización homófoba, el tópico machista”. La postura “incorrecta” es un arma de doble filo: al tiempo que se presenta provocadora, lo único que hace es reforzar el statu quo.
A pesar de lo molesto que puede resultarle a muchas personas tener que “pensar dos veces” lo que van a decir o hacer para no ofender a nadie, en definitiva es un ejercicio que solo nos deja un saldo positivo: practicar la empatía, entender a lo que se enfrentan las personas con una escala cotidiana de privilegios diferente a la propia, y probablemente más desafortunada en muchos aspectos. “No se trata de frenar la libertad de expresión, se trata de mejorar la manera de expresarnos”, apunta Valenti. El cinismo de afirmar que “se está matando el humor”, está en no reconocer que lo que quieren es seguir riéndose siempre de lo mismo: eso es lo que ya debería estar muerto. Busquen nuevos chistes, ríanse a costa de ustedes mismos, y dejen también que ahora sean otras las personas que “hacen las bromas”. A pesar de sus fallas, la corrección política “quizá sea más eficaz de lo que reconocen sus críticos”, afirma Gascón. Por el momento al menos, parece haber logrado que los chistes del tiempo de Cacho (y María) Castaña, ya no nos causen gracia.