Nº 2169 - 7 al 20 de Abril de 2022
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLas trampas de un alcanza pelotas en el partido por la clasificación al Mundial de Catar que le ganó Uruguay a Perú por 1 a 0 y el apoyo que recibió deberían motivar una profunda reflexión porque refieren a la ausencia de valores como cimiento de una sociedad. Esto ha demostrado que muchos tienen la honestidad enclenque y si algo queda, como las bengalas, se extingue rápidamente. Para Paul Ortiz, un mediocre futbolista de 20 años que trabaja como alcanza pelotas, la honestidad y los principios éticos y morales son ajenos a sus valores. También lo son para miles de hinchas que ovacionaron sus matufias cuando el árbitro lo expulsó por retrasar el juego. Se justificó con que pretendía asegurar la victoria.
“Escuché los resultados (de otros partidos clasificatorios) por el altavoz y ahí pensé: vamos uno a cero y el partido está apretado, tengo que hacer el mayor tiempo porque hay que ganar como sea; este partido no se nos puede escapar”, admitió sin pudor. Lo dijo en El País en una nota que Sofía Berardi tituló: Paúl Ortiz: el alcanza pelotas que recibió la ovación del Centenario por hacer su parte para que Uruguay llegara a Catar” ¿¡Cómo que lo ovacionaron por hacer su parte!? ¿Qué parte? Su único cometido (su parte) era reponer rápidamente la pelota sin hacer trampas.
Pero Ortiz tiene la insidia en su ADN. En lugar de retirarse al vestuario, hizo lo siguiente: “Me saqué el chaleco (de alcanza pelotas), me escondí en la tribuna y después fui a buscar mis cosas. No me podía perder el final”, dijo. Además, expresó su satisfacción: “(…) porque el Estadio me estaba ovacionando a mí. Todavía sigo sin creerlo”.
El apoyo a sus trampas se proyectó. Berardi dice que Ortiz tuvo una “noche mágica” porque como agradecimiento recibió una camiseta de la selección uruguaya y se tomó selfies con Facundo Torres, Federico Valverde, Facundo Pellistri y Nicolás de la Cruz. El observador relató que durante una entrevista radial José María Giménez le dijo a Ortiz que lo consideraba un “ídolo” y le iba a regalar una camiseta. Cuando se pierden los puntos de referencia puede ocurrir cualquier cosa. Ídolos con pies de barro.
La información fue recogida por agencias de noticias y, entre otros países, se publicó en Argentina, Perú, Paraguay y España. Alguno destacó la condición de “héroe” de Ortiz. ¿Dónde estará este “héroe” dentro de 10 años?
Ni dirigentes, ni jugadores ni técnicos lo cuestionaron. Tampoco los políticos que suelen reivindicar principios, respeto y exigen Justicia para sancionar a los deshonestos. Todos quienes hacen la vista gorda les faltan el respeto a los ciudadanos que pretenden ganar con un juego limpio y creen en la tolerancia cero. Tampoco dijo nada la AUF, pero no sorprende porque suele ir a contramano debido a intereses, personales y económicos. ¿Es posible que esté todo tan podrido? No tenemos que engañarnos, los disvalores de Ortiz y del resto forman parte de una telaraña de la sociedad que abarca deportes, sindicatos, política y relaciones personales.
Habrá quienes lo apoyen basados en un presunto patriotismo. Probablemente consideren que en ese mundillo cualquier cosa vale. Sería interesante que una encuestadora consultara a jugadores, sindicalistas, dirigentes y políticos para preguntarles si a sus hijos o nietos les aconsejarían hacer trampas. Naturalmente, deberían poner la cara, porque desde el anonimato todo vale: las trampas de Ortiz, el gol con la mano de Dios de Maradona, la tierrita en los ojos de José Sasía al golero de Independiente, Santoro, los alfileres de Bilardo cuando dirigía a Estudiantes de la Plata, o lo del golero de Chile Roberto Rojas que, como iban perdiendo con Brasil, cuando cayó una bengala se hizo un corte y simuló que el artefacto lo había afectado. Los ejemplos sobran.
Pero salgamos de la cancha chica uruguaya para releer al médico y filósofo argentino Marcos Aguinis (El atroz encanto de ser argentinos, Ed. Planeta, 2001). El autor tiene la ventaja de que su país es una cuna destacada de arrogantes, fanfarrones, ventajeros y especialistas en una viveza criolla que atraviesa todas las capas sociales. Pero también es cuna de lúcidos e ilustrados como Aguinis, cuyas reflexiones atraviesan el Río de la Plata.
Ironiza el autor con que algunas acciones de viveza criolla pueden llegar a provocar risa cuando en realidad corresponden al humor negro. Es una actitud que “tiene un efecto antisocial, segrega resentimiento y envenena el respeto mutuo. Sus consecuencias, a largo plazo, son trágicas. No solo en el campo moral, sino en los demás, incluso el económico. Pone en evidencia una egolatría con pies de barro, un afán de superioridad a costa del prójimo y una energía que se diluye en acciones estériles. Tiene la fuerza de la peste. Y nos ha vulnerado hondo”.
Aguinis señala que a quien practica la viveza criolla se lo llama “vivo” y a sus acciones, “avivadas”. Los que sufren las “estocadas” del vivo son “zonzos” o “giles”. Por eso aparecen frases descalificadoras como: “¡A ver si te avivás!”, “¡No seas gil!”, “Por fin te estás avivando”. Como ningún otro el avivado hace propia la consigna de que no hay mejor defensa que un oportuno ataque. Por eso repite que “al que madruga / Dios lo ayuda”. Pero, atención, para él madrugar no significa empezar al alba su faena ni ensanchar la jornada, ni dar lo mejor de sí. Para este madrugar es sorprender. Es golpear primero. Es asegurarse la parálisis del otro para que ni siquiera haya réplica. “Si uno no joroba, lo joroban”. Ese fue precisamente el espíritu del corrupto alcanza pelotas porque para el “vivo” todo vale: mentir, aprovecharse de las debilidades ajenas o empujarlo al otro hacia el ridículo y el razonamiento de quienes lo ovacionaron.
Los valores a la basura.
Así nos va.