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    Las lecciones de las ferias

    POR

    Sr. Director:

    Una de las muchísimas cosas que debo agradecerles a mis papás es haberme enviarme solo a comprar, en los comercios del barrio y en las ferias callejeras de la semana, cuando aún no tenía 10 años.

    Mirando y escuchando se aprende mucho, y se clasifican también los tipos humanos que te encontrarás después en la vida, cuando el feriante coloca adelante las manzanas más grandes y rojas, para pasarte a ti las pequeñas y más verdes apenas te descuidas.

    El comercio es apasionante, y un niño pequeño tiene que tener los ojos y oídos muy abiertos para que los grandotes no lo abusen, tal como la pequeña raposa en el campo prospera, aún entre los linces y los lobos.

    Así, también pudo prosperar el pequeño Uruguay, aun cuando por las inteligencias inglesas, francesas, portuguesas y porteñas perdió la mitad de su territorio, y el sueño de Artigas y Bolívar fue traicionado, de unos Estados Unidos del Sur, una potencia republicana y democrática donde hombres libres de todas las razas mostraran al mundo el corazón cristiano de una raza nueva, libre, solidaria y guerrera.

    Yo aprendí en esas mañanas de compras desde niño que uno debe recorrer todo el espinel antes de elegir lo mejor y lo que le conviene, y antes de salir a la calle hacer una lista de lo que necesita, para que no le vendan lo que no necesita, aunque sea barato. Si no se necesita, aunque sea regalado es carísimo, me anotaba la abuela.

    También es una diversión, es entretenido si tiene los ojos abiertos para ver y el dinero seguro en el puño bien cerrado y apretado. Como cuando le dije que sí, y me pusieron una boa alrededor del cuello, para un vendedor atraer a la gente y venderle una estampita de mentira. Me miraba con interés la boa, pero como aburrida de estar todo el día en una caja, no asustaba para nada. A mí, por lo menos; mi hermanita volvió aterrada a contarles a mis padres que casi me había comido una serpiente.

    Y negociar es un juego que, como los juegos de naipe de habilidad y suerte como el truco o el tute, es apasionante y se sigue aprendiendo hasta que mueres.

    Para empezar. Lo que todo comprador profesional conoce, no se muestra el dinero. Que te ofrezcan un precio, nunca que tú se lo digas de primera. Uno es dueño de sus silencios, y cautivo de su palabra. Aunque sepas bien lo que vale en cada día las papas nuevas entrando en el mercado, espera que te lo digan antes de comprar, y puedes tener sorpresas. A lo mejor el vendedor tiene un vencimiento y muchas papas, y le resulta más vender muy barato de lo que le sobra, que pagar recargos o intereses. O son papas verdes cosechadas en día de lluvia, y se brotan y pierden enseguida. A esos, nunca más les compres.

    Caveat emptor, cuidado comprador, es desde los romanos el lema del comercio.

    Ves en el mercado también, como viejitas, o pobre gente jubilada o muy pobrecitas, se pelean entre ellas por retazos de sobras que se venden baratas, en lugar de ponerse de acuerdo entre todas y comprar bueno y a los mejores precios. Por falta de solidaridad, las personas como esas eran las que se colaban en las colas, y me dejaban para atrás porque era chico y no me animaba a protestar. ¡Igual a como veo hoy a muchos de los países más pobres, peleando por una limosna en vez de negociar de igual a igual! Al fin, son seres humanos y comen, respiran y otras cosas, igual o mejor que los más ricos y desarrollados.

    Y otra enseñanza que ganas con los años: no siempre las sonrisas son sinceras. Pero también valen mucho las relaciones de largo plazo, entre personas, a veces más que las conveniencias y las ventajas comerciales. Aprendes a conocer a la gente, y prefieres volver a comprar a los comercios donde te conocen y te aprecian, te dan unos gramos de más y no de menos en cada pesada, y te aconsejan que no lleves esas uvas, espera a la semana que viene la cosecha nueva que es más dulce.

    En la carnicería, también, era la época de la báscula colgante, donde el carnicero a veces dejaba caer el trozo de carne desde arriba, para que con el balanceo marcara un poquito más. Delante de mí, una señora no levantó la vista cuando le pesaban la suya, como hacíamos todos los demás, y el carnicero le sonrió

    —Doña María, ¿no controla el peso de la pulpa que le estoy dando, como hacen todos?

    —No importa, si me estás pesando de más tú pierdes más que yo.

    —¿Cómo que pierdo más, si le cobro más gramos?

    —Porque si fuera el caso, yo pierdo unos gramos de carne, pero tú pierdes más porque por unos gramos te pasas a ladrón.

    Recordemos a esa señora María, cuando vemos que, en los negocios con algunos vecinos, siempre nos faltan gramos o nos inventan como ahora impuestos a los pagos para dejarnos fuera.

    Busquemos otras carnicerías o, en todo caso, olvidémonos de los malos vecinos, y en lugar de ellos, pasémonos a otros que, aunque más lejos, sean mejores. Como, por ejemplo, a aprender y disfrutar de los manjares de la pesca y de la huerta, en lugar de la carne de ese carnicero del cuento.

    Ing. José M. Zorrilla