Las otras historias del sexo

Las otras historias del sexo

La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2227 - 1 al 7 de Junio de 2023

“Han pasado dos días y no tengo nada para darle de comer a mi hija; su padre no me ayuda, me dice que ‘yo soy la madre, y que me las arregle’”.

Así empiezan los relatos del libro Otras historias, bajo el título “Cómo llegué a ser trabajadora sexual”. Son textos en primera persona, historias de vida contadas por mujeres sobre sus experiencias con el sexo comercial, y se puede encargar a través de la cuenta de instagram @otras_escritoras_2022.

Este viernes 2 de junio, Día Internacional de la Trabajadora Sexual, es una fecha que desde 1975 se conmemora para recordar la discriminación y violencia a las que aún están expuestas aquellas personas cuya fuente de ingresos se basa en la oferta de servicios sexuales. Para empezar, vale la pena recordar que el tema ha dividido históricamente a los movimientos feministas, que se debaten entre aceptar y regular el trabajo sexual con naturalidad, o abolirlo (en el sentido de considerarlo en última instancia como una forma de explotación que nunca debería ser entendida como un “trabajo como cualquiera”). Más allá de esta polarización conceptual, parece un sinsentido darle la espalda a los miles de mujeres que se dedican a esto en sus vidas y, por lo tanto, llevar adelante políticas que atiendan sus necesidades resulta no solo necesario sino imprescindible. Del mismo modo, e incluso si se piensa que no es “una actividad como cualquier otra”, usar la expresión trabajadora sexual es al menos un intento de contrarrestar la carga negativa que tienen en la sociedad palabras como prostituta o ramera, entre otras.

En el año 2020 se presentó en Montevideo el Diagnóstico sobre trabajo sexual realizado a pedido de la intendencia, que encontraba que quienes ofrecen servicios sexuales en la capital del país son en su mayoría mujeres, de las cuales un porcentaje menor son mujeres trans. A partir del diagnóstico, se establecían seis grandes recomendaciones de política pública: acciones orientadas a un cambio cultural para la no estigmatización de las trabajadoras sexuales, otras orientadas a aportar a su autonomía económica, también a su autonomía física (mediante la atención integral de salud), acciones hacia la eliminación de violencias vinculadas al trabajo sexual, así como propuestas para promover la participación social de las trabajadoras y para contar con más estudios sobre el tema.

Recogiendo estas recomendaciones, la Intendencia de Montevideo (IM) viene desarrollando desde entonces varios programas para avanzar en este sentido. Por ejemplo, se han realizado capacitaciones al personal de varias policlínicas municipales, para que el trato a las trabajadoras sexuales sea desde una perspectiva de salud integral. Esto es, que la atención de salud se preocupe por las necesidades específicas de estas mujeres, en lugar de preocuparse por realizarles mensualmente un “control sanitario” que garantice que están “libres de infecciones” para prevenir en realidad la salud del cliente. Cabe señalar que esta es también una de las principales demandas de modificación a la Ley 17.515 (que regula el trabajo sexual en Uruguay): sacar el trabajo sexual de la órbita del Ministerio del Interior y el Ministerio de Salud, y que pase a estar regulado por el Ministerio de Trabajo, con los derechos laborales que tienen todas las demás personas y sin la mirada sanitarista y de control policial, que lo menos que hace es velar por ellas.

Otra de las líneas que viene desarrollando la IM está vinculada al acceso a oportunidades laborales. En este sentido, es la primera institución pública que establece una cuota para trabajadoras sexuales, estableciendo el 4% en sus programas de empleo protegido. Para promover la reorientación laboral, también se llevó adelante en 2022 una capacitación en manicuría para cerca de 40 trabajadoras sexuales. Según Karina Núñez (referente uruguaya en la temática), “el invierno pasado el programa logró sacar de la esquina a 28 trabajadoras sexuales, muchas dejaron la esquina”. Magela Roero, una de las mujeres que realizó el curso, me cuenta que en 2022 recibió el diploma y actualmente está empezando el segundo año de perfeccionamiento: lo que busca es una salida laboral para poder dejar finalmente el trabajo sexual.

Otra acción relevante que se desprendió de las recomendaciones del diagnóstico de 2020 es la creación del Espacio de Escucha Activa, dirigido a personas que ofrecen servicios sexuales, brindándoles la posibilidad de un diálogo entre pares para intercambiar opiniones, plantear dudas e informarse acerca de los recursos disponibles.

Las trabajadoras sexuales tienen historias para contar y muchas son tan duras que resultan difíciles de escuchar. En este sentido, la sociedad toda tiene una deuda: el estigma, la discriminación y la falta de posibilidades siguen corriendo por nuestra cuenta.