Liceos, la cantera de los narcos

Liceos, la cantera de los narcos

La columna de Gabriel Pereyra

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Nº 2123 - 20 al 26 de Mayo de 2021

Es cierto: no paro de cargarle las tintas a los gremios de la educación. Pero los hechos no cesan de darme la razón, en el sentido de que, lejos de ser parte de la solución a uno de los problemas más graves que tiene el país, la crítica situación educativa, son más bien parte del problema. ¿Son el principal problema? Seguro que no, pero cada vez que, tímidamente, se intenta enfrentar los problemas de fondo, ellos están en el camino, y no precisamente para colaborar.

En estos días el diario El País reveló varias actas de sesiones de las autoridades educativas reunidas con dirigentes sindicales. Una vergüenza, un escándalo de proporciones mayúsculas cuya escasa repercusión es una demostración de lo poco que importa la educación.

Básicamente, se discutía el abuso que un grupo de sindicalistas de Fenapes hicieron de las horas libres que les corresponden por licencia sindical. Uno de ellos, Marcel Slamovitz, que fue presidente del gremio, llegó a tener 240 horas libres que no le correspondían. La primera información que trascendió de este caso fue un documento en el que la directora del liceo de San José, donde Slamovitz daba clases, se alarmaba por el escaso respeto hacia los estudiantes. Cuando se vio descubierto, el sindicalista propuso recuperar las clases; eso sí, tenían que ser los jueves de 18:30 a 20:30 horas. Es como que el delincuente se fije él mismo la pena. La directora hizo ver que hay estudiantes que llegan desde zonas rurales y que les era imposible acceder a lo que el impresentable docente proponía. Pero además, aunque casi no iba a clases, Slamovitz promovió a más del 90% de los alumnos, en un claro intento por evitar quejas de los padres. ¿A quién le va a dar clases si los promovió a todos?, se preguntaba, palabras más, palabras menos, la directora que, obviamente, fue denostada por Fenapes, el gremio docente.

En las actas que se conocieron ahora, los desfachatados sindicalistas dijeron que señalarle esta falta era una persecución sindical. Y uno de los directores de la anterior administración frenteamplista, Javier Landoni, planteó mantener en secreto lo conversado porque se iba a someter a los sindicalistas al escarnio público. Se ve que Landoni quería que los aplaudiésemos. Docentes y jerarquías complotadas para tapar una grave falta. Una asociación para afectar más y más la vida a los estudiantes, que en todo esto aparecen como personajes de reparto. Estudiantes que ni saben ni sabrán para qué se los educa porque no lo saben las propias autoridades educativas, saltando de un lado para otro con el fin de solucionar problemas edilicios, las horas docentes, los reclamos gremiales, la seguridad, etc., etc., etc. De cambios de fondo, de caminos y planes claros, nada.

Las actas demuestran que la educación está toda tomada.

Con el paso del tiempo llegué a la conclusión de que no se trata solo de que los gremios (que representan a un tercio de los docentes de Secundaria en actividad) sean un grupo que busca utilizar la enseñanza como vía para imponer su ideología a los estudiantes, al punto de que cada vez tiran más de la piola de la laicidad y creen normal que estudiantes vayan con tapabocas que promuevan la anulación de la ley de urgencia. No se trata solo de lo ideológico, se trata de lo humano, del material humano que se esconde detrás de estos gremialistas, muchos de ellos desgastados por una profesión que da toda la idea que ya no sienten, que por años fueron despreciados con sueldos de hambre, personas con escasa información general y cultural. Gente que, en contradicción con la ideología en la que viven, falta a sus clases para los alumnos más pobres, pero luego asisten sin chistar a los colegios privados. Gente que, a pesar de sus carencias intelectuales (basta entrevistarlos para darse cuenta de que tienen un pensamiento esquemático y un lenguaje empobrecido), su comprensión de la realidad le alcanza para saber la importancia que tiene la educación para que los alumnos logren cierta movilidad social que les permita salir de pobres. Sin embargo, no hacen nada para que ello ocurra. Gente que solo expresa solidaridad con los suyos, incluso con aquellos tramposos que violan las normas en beneficio propio.

Un ejemplo del tipo de personas que educan a nuestros hijos: el inefable Slamovitz estaba en un programa para educar a presos en las cárceles. Por fin una tarea noble. Pues bien, como un adicto que no puede con su condición, Slamovitz cantó licencia sindical y dejó a los presos pagando, sin maestro. De ese tipo de gente estamos hablando. Sindicalistas que se forjaron en partidos de la izquierda radical, en donde todo viene bien para sus intereses ideológicos, incluso un joven pobre que hace enormes esfuerzos por ir al liceo, porque se quedaron en la vetusta consigna del cuanto peor, mejor. Sindicalistas que nunca, salvo en el período de Germán Rama, tuvieron enfrente a autoridades que pusieran lo que hay que poner. Lo terrible de todo esto es que se han convertido en un mal tan enquistado que hasta los mejor intencionados los reivindican. Siempre pero siempre que le hago una nota a alguien en quien tengo la esperanza de que milite en filas de la racionalidad y la solidaridad con los más pobres, esa persona suele apelar a una frase que parece obvia pero que encierra otra afirmación omitida: los cambios no se pueden hacer contra los docentes. Lo que en realidad quieren decir es que los cambios no se pueden hacer contra los gremios docentes. Por eso, aunque los respeto, la conclusión que saco es siempre la misma: si de eso depende, entonces los cambios no se hacen ni se harán. Lo que estamos generando en los centros de estudio son futuros desertores, primero del sistema educativo, y muchos de ellos, luego, desertores de la sociedad integrada y de la ley. Los narcotraficantes deberían celebrar la calaña del gremio docente y la pusilánime actitud de quien teniendo el poder para a hacer lo que haya que hacer, por grave que esto sea, no lo haga.