N° 2044 - 31 de Octubre al 06 de Noviembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTres años atrás, el mundo miraba incrédulo cómo alguien como Donald Trump se convertía en presidente de Estados Unidos. ¿Quiénes lo votaron?, se preguntaban con desesperanza intelectuales y periodistas.
A través de un complejo análisis de datos de los niveles educativos y los niveles de ingresos de la población en casi 1.000 ciudades clave de Estados Unidos, el estadístico Nate Silver explicó que era el nivel educativo, y no el nivel de ingresos, lo que aparecía como factor explicativo crucial para predecir los cambios en la votación que llevaron a Trump a la presidencia. Los opositores, interpretaron este dato como: “Trump ganó porque sus votantes son ignorantes”; mientras que sus votantes lo entendían como una clara señal contra la arrogancia de las “elites culturales” y las capas intelectuales de izquierda.
Como analiza Andrea Fraser (2018), el discurso populista de derecha en Estados Unidos, con su ataque a las “elites culturales”, logró captar las necesidades de una parte del electorado que tradicionalmente hubiese votado hacia la izquierda del espectro político. Los principales temas de este populismo de derecha giran casi siempre en torno a la seguridad, la lucha contra la corrupción, la lucha contra la “ideología de género” y un énfasis en el nacionalismo y los discursos antiinmigración. Pero Donald Trump no es el único ejemplo del éxito de estos discursos populistas que polarizan a la sociedad: algo similar representa la figura de Matteo Salvini, en Italia, la de Rodrigo Duterte en Filipinas o la de Jair Bolsonaro en Brasil, como el ejemplo más cercano.
Mientras todo eso ocurría en el mundo, estos fenómenos se observaban desde acá con ciertos aires de superioridad: “Uruguay no es Brasil”, “Uruguay no es Estados Unidos”, “hay una tradición partidaria fuerte”, “hay una gran cultura democrática”, “es un Estado laico”. Y de pronto, sin que nadie se diera mucha cuenta, un partido que no existía hasta hace siete meses, logra obtener tres lugares en el Senado y 10 en la Cámara de Representantes, y es, además, recibido de brazos abiertos por los partidos tradicionales de derecha, que buscan de ese modo ganar las elecciones en noviembre.
“Cabildo Abierto será la voz de los postergados”, anunciaba el exmilitar Guido Manini Ríos en su discurso, tras los primeros resultados electorales del pasado domingo, “será la voz de la gente a quien muchos no escuchan, será la voz de los más frágiles (…) los sectores que cada vez que pasan los gobiernos, no son escuchados, son ignorados”. Sorprendentemente, casi las mismas palabras que en enero de 2017 usaba Donald Trump en su discurso inaugural: “Los olvidados y olvidadas de nuestro país dejarán de estar olvidados. Ahora todos los van a escuchar (…) Nunca volveréis a ser ignorados”.
El partido Cabildo Abierto recoge varios de los ingredientes que han resultado exitosos para el populismo de ultraderecha en el mundo: se manifiesta en contra de lo que llaman “ideología de género”, específicamente en contra de la legalización del aborto, y promete erradicar la educación sexual en las escuelas —con el ya conocido eslogan “Con mis hijos no se metan”, utilizado en varios países de Latinoamérica. El sector tiene también un fuerte discurso nacionalista, con actitudes duras hacia los inmigrantes, con las que al parecer ha ganado la simpatía de algunos seguidores con inclinaciones neonazis. Finalmente, uno de los fuertes del partido es su propuesta de “mano firme” en temas de seguridad, políticas anticorrupción y narcotráfico. Según el exasesor de Cabildo Abierto Michael Castleton, la mayoría de los votantes de este sector desconoce “que el manejo total del partido sea por parte de militares”, a tal punto que él mismo decidió desvincularse por considerar que existía una “bajada de línea” muy fuerte por parte de un grupo de militares.
Por supuesto que resulta preocupante el apoyo popular que un partido con estas características ha alcanzado en Uruguay. Pero más preocupante aún resulta la facilidad con la que una gran parte del sistema político uruguayo abraza al sector. Parece claro que se vuelve urgente una profunda reflexión por parte de todas las personas defensoras de la democracia en este país. Es necesario aprender de los errores a tiempo para no volver a cometerlos nunca más.
?? El “paquetazo”, las mujeres indígenas y el triunfo de la comunidad