N° 1919 - 25 al 31 de Mayo de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMuchísimos dueños de empresas ganan menos que sus empleados. Y no tienen ninguno de los beneficios de los que gozan los dependientes: ni licencia, ni salario vacacional, ni seguro de enfermedad, ni días de estudio, ni licencia por muerte de parientes, ni nada. Ni siquiera vacaciones.
Aquellos que viven por su propia cuenta, los dueños de pequeños comercios y muchos profesionales independientes, que innovan, que arriesgan, que generan empleos y pagan impuestos, reciben menos ingresos y beneficios que sus propios empleados. Eso no es justo.
La legislación laboral uruguaya está construida sobre las premisas del socialismo (ayer del Batllismo, hoy del frenteamplismo), donde el empresario es el “poderoso” y el empleado es el “débil” (Bueno, de hecho, el Partido Colorado se proclamó durante décadas como “el escudo de los débiles”).
Todo parte del supuesto de que las relaciones laborales son, básicamente, dentro del sector industrial, donde hay grandes fábricas, cuyos dueños son unos ricachones y los obreros unos pobres desgraciados. Sin la ayuda del Estado y de la legislación “prooperario”, el pez gordo se comería al pez chico.
Sobre este paradigma de mediados del sigo XIX y la Revolución Industrial inglesa, también se construyó el marxismo y todas sus variantes posteriores, que incluyen al socialismo, el socialismo del siglo XXI, el populismo y el progresismo. Todas malas copias de un peor original.
Pero la realidad es muy distinta. En Uruguay hay unas 160.000 empresas, de las cuales 135.000 (85%) tienen entre 1 y 4 empleados y apenas unas 800 empresas tienen más de 100, según datos del Instituto Nacional de Estadística.
No se puede decir que el jardinero, el electricista, la modista o el peluquero del barrio son unos “empresarios” a la par de los “capitostes” y “explotadores” cuya imagen de empresario distorsionada nos han puesto en la mente.
Pienso en Sergio, mi jardinero. Trabaja con otras tres personas y su hijo también ayuda. Cuando uno los ve trabajar, es imposible distinguir quién es el “patrón” y quién el “empleado”. Sergio viste las mismas ropas, usa las mismas herramientas, se cuece al sol en verano y se enfría en el invierno, tanto o más que sus empleados.
La diferencia es que Sergio tiene más iniciativa para captar clientes; tiene más coraje para endeudarse y renovar sus máquinas y además genera empleo. Pero si Sergio se lastima, se embroma, si Sergio no puede trabajar una semana porque está enfermo, no come. Sus empleados sí.
La legislación laboral uruguaya es ridícula y tiene que cambiar. Los empleados no pueden exigirles a los Sergios emprendedores los mismos beneficios que les exigen a empresas grandes y consolidadas. Es absurdo que bajo el mismo Convenio Colectivo se ampare el empleado del quiosco de la esquina con la multinacional del mismo rubro.
El exceso de beneficios laborales (a los que hay que sumar los abusos de muchos empleados) termina por ahogar a muchas empresas chicas y también a sus empleados. No se dan cuenta que el peor empleo no es cobrar menos que el salario mínimo o no tener tantas vacaciones pagas, sino que es el “no empleo”: la desocupación.
Por eso, hoy en día, es mejor ser empleado que emprendedor. Tiene más beneficios el que no arriesga, el que no invierte, el que no innova y el que no genera empleos que quien sí lo hace. Y si siguen aumentando impuestos y despilfarrando gastos, cada día será peor.