N° 1960 - 08 al 14 de Marzo de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPor estos días el Departamento de Agricultura de los EE.UU. (USDA) realiza un foro anual en el que divulga los primeros datos de producción esperada de maíz y soja para la campaña 2018. Hay una buena noticia y es que se reduce mínimamente la superficie sembrada de maíz y soja en ese país del Norte. Asumiendo condiciones de clima y rendimientos normales, podemos esperar que se frene la acumulación de existencias mundiales de ambos granos. Luego de casi cinco años parece que la maldición de los stocks al menos no aumenta.
Todo el partido se juega en cómo logren evolucionar los rendimientos de los cultivos en el próximo verano del hemisferio norte. Nosotros en Uruguay no movemos la aguja y por bien que nos trate el clima no tenemos cómo expresar mucho el potencial de una soja. No pasa lo mismo en EE.UU. donde el potencial de sacar kilos si el clima ayuda es mucho mayor. Aun asumiendo ese escenario, casi que lo peor de los precios de los granos y la soja en particular parece haber quedado atrás. A partir de abril entramos en un período donde se mira mucho el clima en EE.UU. para ver qué tanto pueden sembrar y cómo se desarrollan los cultivos. El partido crítico en la soja es en agosto y la cosecha en octubre a noviembre. Veremos qué ocurre, pero al menos el piso está más o menos cerca y no tenemos muchos riesgos de que los precios colapsen por debajo de los U$S 300 por tonelada.
Sin embargo, no hay que perder de vista que sigue habiendo mucha soja en el mercado. A pesar de que la misma sequía que esquilma nuestra producción se ha llevado ya unos 10 millones de toneladas de soja en Argentina, este daño no es muy relevante a escala global (donde la producción excede los 300 millones de toneladas). Corremos el riesgo de que el mercado se dé por contento en haber puesto precio a la situación de Argentina y que la soja deje de subir. A nosotros eso nos complica porque no tenemos cómo compensar los kilos de menos que vamos a obtener (se calcula que se ha perdido a la fecha aproximadamente un tercio de la capacidad de producción de la soja en Uruguay).
En ausencia de una sola voz en nuestro gobierno nacional que hable al respecto, seguimos jugados a que el talento empresarial de los agricultores uruguayos les permita sortear la coyuntura. En términos estructurales deberíamos preguntarnos: ¿quiénes quedan en pie con rindes de soja de 2 toneladas por hectárea y un precio de US$ 380 en el puerto?, ¿qué hacemos con el resto?, ¿cómo hacemos que esa gente tenga una alternativa para sembrar algo en invierno para llegar a la próxima soja salvadora?
Escucho a muchos contratistas que están muy preocupados por el futuro de sus empresas. He visto a varios colegas que se dedicaban a la producción, que en los últimos meses han tirado la toalla o su última apuesta es esta soja que la pasa mal en el campo. Más allá de que hayamos pasado lo peor, salimos muy maltrechos de la pelea contra el clima y los precios. Los privados hicieron su parte: apostaron a crecer, invirtieron lo mejor que podían, la última maquinaria y tecnología de semillas. El socio que nos prometió un shock en infraestructura sigue sin aparecer. El socio que nos daba lindos discursos sobre la mejora en la competitividad también está perdido en la noche. El otro que se ausentó es el que nos prometía una baja en los combustibles. Pero esto pasa siempre, en el fondo son todos iguales hasta que demuestran lo contrario. Los malos socios en las que aprietan nunca están. Están solo los buenos.
Aun asumiendo que no vamos a reconocer las cosas que en el pasado no dieron el resultado esperado y que deben rectificarse, me pregunto: ¿por qué es tan complicado pensar en el futuro con otro espíritu? Para la izquierda uruguaya, ¿es tan grande el tabú que no se puede en pensar en un plan de apoyo al sector agrícola dicho así, con todas las letras? ¿Es que no hay ideas?, ¿es que no hay recursos? ¿Nos vamos a quedar sentados tan tranquilos a ver cómo se planifica una siembra de invierno con enormes problemas que solo se salvarán si los precios explotan por una catástrofe?
Si no tomamos en serio nuestros problemas, vamos a vivir la vergüenza de no tener el trigo necesario para la molienda doméstica. Si eso pasa, temo que surjan enseguida desde la izquierda más troglodita algún trasnochado que empiece a hablar de la “guerra económica” de los grandes intereses agrícolas hacia el gobierno progesista. Ya estuvo bien, muchachos, hay que dejarse de excusas y ponerse a trabajar. No se pueden perder más hectáreas en producción, ni más productores, ¿cuándo lo van a entender?
(*) El autor es ingeniero agrónomo (Dr.), asesor privado y profesor de Agronegocios en la Universidad ORT