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    Mucho más importante que la LUC

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2166 - 17 al 23 de Marzo de 2022

    Estamos en campaña. Lo dicen todos, se viene una elección de medio término. De hecho, estamos en campaña desde la última elección y es seguro, no importa qué pase el 27 de marzo, que seguiremos en campaña hasta la próxima elección. Entonces estamos ahí, en medio de la madre de todas las batallas sobre la ley. Sobre la LUC. El senador Cacho debate con el senadora Tita. El diputado Pocho debate con el diputado Moncho. Se multiplican los programas de televisión. Por ellos desfilan los mencionados Cacho, Tita, Pocho y Moncho. O algún sucedáneo; en el Parlamento parecen estar haciendo cola para anotarse y debatir. Porque lo que está en juego es la ley. Y la ley en Uruguay es la diferencia entre la vida y la muerte. Si sigue vigente la ley, nos convertimos en una dictadura. Y al revés, si se saca la ley nos convertimos en una especie de Cuba, que es lo que parece que éramos hace unos meses.

    En fin, entiendo que en un país en donde la inmensa mayoría de la población profesa una lealtad a veces sangrienta por dos cuadros de fútbol y fuera de eso casi nada existe, es esperable que la complejidad de la vida política (el corrector insiste en poner paralítica, casi lo dejo) se vea resumida a un SÍ o un NO que nos mata o nos salva la vida. Entiendo también que esa dicotomía se vio propiciada por quienes mejor medran con las dicotomías en política: los que comen del plato partidario y sus satélites empresariales, sindicales, mediáticos y académicos. Uno casi puede ver la cara de alegría del politólogo promedio, feliz de poder reducirlo todo a una dicotomía simple. Tan alineados marchan los ejércitos (sin armas, que somos una democracia) que el simple hecho de mencionar en este instante que existe vida más allá de los partidos puede provocar una lluvia de saliva y mala baba en Twitter. ¿Quién sos vos para decir que existe alguna clase de peligro para la república cuando la gente se fanatiza con la política? ¡A mí me vas a llamar fanático! ¡Vení que te rompo la cabeza!

    Viendo ese caldo espeso, en donde todo es cero o cien, pareciera que el país puede esperar lo más pancho a que los partidos armen sus bloques y se disputen el espacio simbólico de manera permanente, enganchando una elección con otra. No hay apuro: ni uno solo de los debatientes que hacen cola en el Parlamento pertenece al grupo de jóvenes que es pobre y no logra terminar el liceo. Ese es otro Uruguay, uno que se menciona en todos los discursos y por el que todo el mundo derrama una lágrima en cámara pero cuya complejidad nadie está dispuesto a asumir. Y sin asumirla es imposible resolver su problema, que no es suyo sino nuestro.

    Ese estado de elección permanente fue disparado por un gobierno que se jugó a meter todo lo que tenía en una sola LUC, porque ese era el momento adecuado para su coalición, no porque ese fuera el mejor método para el país. Y continuado por una oposición desnorteada por una derrota que sigue considerando ilegítima y no parte de la alternancia natural del sistema democrático. Una oposición que apostó a hacer lo posible para que “La Historia” retome su curso, ese curso que inventaron teorías sociales de hace más de doscientos años, en las que de una forma u otra sigue creyendo. Sin considerar que tener el país en un estado de permanente agitación electoral podrá ser lo mejor para ellos pero no para la mayoría de esas cinco generaciones de estudiantes, que tampoco va a terminar el liceo durante este período de gobierno.

    La política como crispación y como dicotomía tiene un problema esencial en este momento: una vez concluida la batalla, el resultado solo le sirve a un 50% de la población. Y le sirve más como salvavidas emocional que como otra cosa. Porque es tan falso que los problemas profundos del país se arreglan con una LUC (o con leyes votadas contra casi medio Parlamento, lo mismo que hacía el Frente Amplio) como que se solucionan bloqueándola. Eso es pensamiento mágico, cuentos para niños. Ahora, la política como crispación y como dicotomía trae consigo otro problema, menos estridente que los forcejeos entre hinchas de una camiseta y otra que son registrados por los informativos, pero más profundo: la renuncia a la complejidad. La clase de complejidad que hace que en Uruguay egrese de Secundaria el 40% de quienes deberían hacerlo. Y que ese egreso sea de apenas dos de cada 10 en el percentil más bajo, es decir, entre aquellos que necesitan egresar como quien necesita agua en el desierto.

    En un par de muy interesantes hilos que publicó en Twitter, el sociólogo Pablo Menese recordaba que buena parte de los problemas que se viven en la educación se relacionan con los diferentes orígenes que tienen los distintos niveles educativos. Si bien los tres nacen en el siglo XIX, Primaria lo hace como producto de la reforma vareliana y Secundaria como parte de la Universidad de la República (Udelar), con un cometido claro: “filtrar de Primaria a Udelar”. La UTU en cambio nace como “una especie de reformatorio, donde se entregaba al joven y se cedía la patria potestad, para que se hiciera del rufián y gamberro una persona de bien a través del aprendizaje de disciplina y un oficio”.

    En lo que respecta a la formación de los docentes, esos orígenes dispares de los sistemas han implicado distintas concepciones educativas que no se articulan con facilidad. Menese señala que la Ley de Educación de 2008 y su decisión de incorporar a los colegiados un representante de los docentes “no cambió nada en lo sustantivo, eran los mismos colegiados (UTU, Secundaria y Primaria) en el paraguas Codicen, salvo que ahora había un integrante más por colegiado”. Y agrega: “La LUC elimina muy acertadamente esta estructura, escuchando un reclamo histórico de cualquiera que haya escrito sobre el sistema educativo uruguayo, viendo la descoordinación entre Primaria, UTU, Media y Secundaria. Pero sentar a todos en la misma mesa es solo el comienzo del camino. Y el gobierno olvida que lo que es causa necesaria, no siempre es causa suficiente. Mientras que quienes llaman a debates educativos, se concentran en el árbol y no en el bosque”. A diferencia de nuestros debatientes de la tele, la explicación de Menese intenta asumir la complejidad y trata de explicarla por fuera de partidismos.

    Es probable que en un país enamorado de sus divisas y en donde algunas son tan viejas como el propio país, una columna como esta no caiga bien. Como no cae bien ir a un clásico a gritar ¡aguante, Boston River! El asunto es que muchas veces las banderas no bastan, por más que esto decepcione a alguno de nuestros felices politólogos dicotómicos. A veces se necesita justo lo contrario: tirar las banderas al tacho por un rato y pensar fuera de la lógica de los partidos. Es evidente que pensar fuera de los partidos es un imposible en este momento. Pero, hay que insistir, en algunos temas clave para el país, y la educación es el más fundamental de ellos, hace falta un acuerdo de Estado, una mirada amplia y concertada, de largo plazo, que logre que la divisa opuesta sea parte de la solución, en vez de dedicarse a destripar aquello que levantó la divisa propia. En lograr eso sí que nos va la vida como país. Mucho más que diciendo SÍ o NO a la derogación de la LUC.