Nº 2242 - 14 al 20 de Setiembre de 2023
Nº 2242 - 14 al 20 de Setiembre de 2023
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAllá por 1982, cuando tenía catorce años, me compré el disco Shangó de Santana. El vinilo, de tapa amarilla con motivos africanos, mostraba la versión más pop de la música del guitarrista mexicano. También traía una especie de cupón que te invitaba a hacerte miembro del club de fans, solo tenías que poner tus datos y enviarlo por correo. Como me encantaba la idea de ser fan de Santana, eso hice.
Al cabo de un tiempo me llegó una carta, también por correo (el de papel, para el electrónico faltaban años) que me decía que iba a recibir toda la información sobre Santana y su banda. Y que, si quería ser un socio pleno, tenía que mandar X cantidad de dólares a San Francisco, cosa que jamás hice. Sin embargo, todos los meses durante varios años recibí un boletín con toda la información sobre el violero.
¿En qué consistía ese total de información? En saber cuándo Santana se iba de gira, en qué ciudades tocaba, en confirmar quiénes eran los miembros de la banda que salía de gira. O si había recibido algún reconocimiento por su música, si había cambiado de guitarra o había cambiado los micrófonos de esta. En resumen, todo lo relativo a la vida artística de Carlos Santana y su banda. El boletín no decía una palabra sobre la familia de Santana o sobre qué hacía Santana mientras estaba en su casa. Eso pertenecía a la órbita de lo privado y nadie esperaba que el boletín dijera una palabra al respecto.
Hoy las cosas cambiaron y basta visitar el Instagram de cualquier artista menor de 30 años para ver que ocurre lo contrario, una suerte de relato pornográfico de lo banal y de lo no musical. “Acá, comiéndome un huevo frito”, dice el texto, acompañado por una foto de un primerísimo plano de la boca del artista y el huevo entrando en ella. “Qué gil, me manché la camiseta” y un primerísimo plano de la mancha de yema. “Por suerte se inventó el lavarropas” y un videíto metiendo la remera en el mismo. Lo que hoy fascina a la audiencia es poder tener un atisbo de la intimidad de ese artista al que admira, de poder acceder a su vida diaria y privada.
¿Por qué pornográfico? Porque, como en el porno, importa mucho más el primer plano que vuelve explícita la acción antes que una trama que la explique y le dé sentido. Impregnada por la cultura visual y su fragmentación, nuestra mirada hoy se interesa menos por la narrativa (y ya puestos, por la música) que por el impacto del fragmento que expone la imagen. De alguna forma que no puede ser casual, esta cultura de acceso a lo íntimo, a lo personal, convive temporalmente con la consigna de “lo personal es político”, convertida allí en “lo personal es público”.
Como ocurre siempre con las ideas, que estas sean buenas o malas no depende de la bondad o maldad de quienes las impulsan y aplican. Por poner un ejemplo, no existe una mala ley que dé buenos resultados porque quienes la promueven son bondadosos. La cosa es justo al revés, una ley debería ser tan buena como para lograr resistir los embates de los malvados. Por eso, siendo esa una consigna con buenas intenciones (visibilizar la violencia privada y afirmar que esta es un asunto público), es probable que sus efectos, en conexión con esta nueva tendencia de poner el foco de manera pornográfica en lo privado/personal, resulten bastante indeseables. Nunca falta el emprendedor social que lleva las cosas un pasito más allá y decide que además de ser político, lo personal directamente debería dejar de serlo, si así lo reclama el público.
Un buen ejemplo de cómo funciona esa pornografía de la vida diaria cuando cae en manos de emprendedores sociales, es lo que viene ocurriendo en España con un grupo de estudiantes de Magisterio de la Universidad de La Rioja. Menciono España porque mucho de lo que pasa allí, antes o después es replicado por Uruguay en una versión que a veces resulta incluso peor. Decía que este grupo de estudiantes de La Rioja está en la picota pública porque salió a la luz un chat privado en donde hacían toda clase de bromas sexuales, algunas de ellas de talante especialmente machista. Como recuerda el diario español La Vanguardia: “El grupo de WhatsApp, Magis Primaria Novatadas, está formado por alumnos de 1º y 2º del grado de Educación Primaria (entre 18 y 19 años) y cuenta con 200 participantes”.
¿Defendió la universidad la privacidad de sus alumnos e inició acciones legales contra quien hizo público lo que era privado? Al contrario, anunció acciones contra los estudiantes y abrió una cuenta para que se pudieran denunciar otras charlas privadas potencialmente ofensivas. De hecho, su rector anunció que se va a abrir un expediente para recabar todos los detalles sobre el caso y que “si los hechos fuesen calificados como faltas muy graves podrían determinar una expulsión desde dos meses hasta tres años, con anotación en su expediente académico”.
En esta clase de emprendedurismo social, el de tipo “pacato censurador y represivo”, la academia en España es siempre un ejemplo nítido de lo que ocurre cuando a) se compra de manera completamente acrítica el pack ideológico de los puritanos anglosajones y se lo combina con b) el entusiasmo destructivo de una cultura católica que logró destacarse en la Inquisición. Porque las leyes juzgan acciones, no ideas, prejuicios o bromas de mal gusto vertidas en un chat. Y acá lo que se está haciendo es juzgar y de hecho condenar públicamente a un grupo de estudiantes que estaban charlando en privado. Es decir, se le está exigiendo probidad social (según esta sea definida cada semana por la turba y los medios de prensa) en una charla que nunca tuvo como destino el público. Por supuesto, conociendo cómo está el patio, sería inteligente no escribir idioteces en un chat que tiene 200 miembros. Pero ser idiota no es un delito, como no lo es tener opiniones machistas o tener un vocabulario limitado y antipático.
Cuando se afirma que “lo personal es político”, se lo dice desde la bondad y la intención de proteger a personas que se encuentran en estado de indefensión. Pero, al mismo tiempo, la puerta que se abre con esa consigna tiene extensiones directamente siniestras. Si todos nos convertimos en policías de los demás, pasamos a ser una suerte de Gran Hermano orwelliano, en clave de empresa unipersonal. Un totalitarismo de baja intensidad regido por el ritmo del clickbait que necesita la prensa para facturar. Y esto se hace desplazando por completo los mecanismos y ámbitos tradicionales de justicia, construyendo un caso de manual de tirar el niño con el agua sucia: si la Justicia presenta fallos y no protege adecuadamente a todos, la solución no puede ser tirar la Justicia a la basura y convertirnos en miembros de los CDR cubanos, siguiendo el compás de medios y redes.
Jamás supe nada sobre la esposa de Santana ni sobre la vez que se manchó la camisa comiendo huevos rancheros (el hombre nació en Jalisco). En esencia, porque eso no tenía el menor contacto con el mundo artístico, única razón por la que me interesaba Santana. Cuando la vida privada se convierte en el motor del escarnio público es que estamos asistiendo al fin de la intimidad, el sueño húmedo de cualquier dictador que se precie.